lunes, febrero 13, 2012

En el ángulo muerto Vol. 134



Cercanía

La idea de entrar en contacto con ese hombre, con ese supuesto gigante intelectual le había provocado una excitación que no experimentaba con demasiada frecuencia. Al contrario que los chicos de su edad, cuyo día a día era un carrusel emocional, Rafael solía ser más comedido en sus reacciones y mantenía casi siempre una disposición emotiva bastante lineal. Sin embargo, la idea de acercarse a esa copia de Hemingway le resultaba apasionante, de lo mejor que podría sucederle para terminar un día que no había ido demasiado bien pues había pasado por el instituto sin pena ni gloria, había sido objetivo de las burlas de sus compañeros y, por último, había recibido un rapapolvos de un profesor mediocre por no haber realizado los estúpidos ejercicios que había encargado. Todo eso le daba igual comparado con la oportunidad de enfrentarse al vagabundo, de acercarse a él y conseguir que le trasmitiese alguno de los conocimientos que con toda seguridad albergaba tras la ingente cantidad de lecturas que parecía haber realizado.
Intentó disimular su entusiasmo y fue a pedirle permiso a su madre para bajar a una papelería del barrio a comprar papel milimetrado, realmente no lo necesitaba pero esa excusa le dejaría un margen precioso de tiempo libre en la calle para llevar a cabo el plan que tenía en mente. Su madre aceptó sin rechistar, probablemente estaría deseando que Rafael hiciese lo que el resto de chavales de su edad; inventarse algún pretexto para conseguir salir del hogar, quedar con los amigos y, de paso, sisar algo de dinero para, con un poco de suerte, reunir para alguna cajetilla de tabaco. De esta forma, Rafael salió disparado hacia su habitación para ponerse el abrigo y bajar a la calle. De paso, ya que pasó por su cuarto, cogió el ejemplar el Viejo y el mar en el que había visto por primera vez la foto de Hemingway. Por precaución, puesto que si su madre lo veía seguramente le recriminaría que estuviese todo el día con libros a cuestas, lo escondió en uno de los bolsillos laterales de su abrigo. Cuando iba a salir por la puerta a toda velocidad la voz de su madre le frenó, le había preparado unas monedas para que comprase los materiales que supuestamente necesitaba. Rafael metió el dinero en el bolsillo y salió disparado.
Fue directamente al pasadizo, prácticamente a la carrera y sin fijarse en nada de lo que sucedía a su alrededor. La luz comenzaba a escasear y el alumbrado público tintaba de amarillo la ciudad. Rafael atravesó la calzada sin atender al tráfico y recibió una sonora pitada de un coche que se vio obligado a frenar para no arrollarlo. Cuando llegó a la entrada del corredor habitado por el aparente Hemingway paró en seco, su oronda figura se recortaba contra la luz que llegaba desde el otro lado. El tipo estaba iluminado por una pequeña linterna, la utilizaba para leer en la penumbra en la que habitaba cuando la noche caía sobre la urbe. Seguía sentado sobre una cesta de fruta y no atendía más que a lo que sostenía entre sus manos, un tremendo tomo de lo que parecía ser algún tipo de enciclopedia o algo por el estilo. Rafael se acercó lentamente, no quería distraer a ese hombre de la actividad lectora que estaba desarrollando, cuando estuvo a una distancia más o menos cercana sacó el libro que había escondido en su chaquetón y fue directo a la contraportada, a la foto del escritor que tanto le había llamado la atención. No sabría decir hasta dónde llegaba el parecido pero a esas horas de la tarde, sin casi iluminación, le resultaban idénticos, como si fuesen la misma persona. Resultaba tan increíble que se quedó anonadado y sin saber qué hacer, se mantuvo petrificado a escasos metros de ese sujeto que desprendía un tremendo y penetrante olor a orín y suciedad. El mendigo levantó la vista, reparó por primera vez desde que había llegado Rafael en que un adolescente se había quedado paralizado delante de él. Ambos sostuvieron la mirada unos instantes hasta que el joven no tuvo más remedio que bajarla, le resultaba insoportable la fuerza que irradiaban las pupilas del hombre que tenía delante. Le tendió el libro que llevaba en las manos y el otro lo recogió con una sonrisa, después Rafael se alejó de nuevo hacia su casa caminando lentamente y pensando en la experiencia que acababa de vivir.

Nacho Valdés

8 comentarios:

Sergio dijo...

Vaya...todo ..es...muy...muy..inquietante...

Enhorabuena, ya mordí el anzuelo...

Nacho dijo...

Me mola tu nueva foto...

laura dijo...

Cariño, la historia cada vez me gusta más, es imposible no engancharse! POr cierto la excusa del papel milimetrado me suena...
Un beso.
Laura.
PD: ohhhhhhhhhhh me encanta la foto del pequeño Marc!

raposu dijo...

¿... cuantas historias habrá detrás de una resma de papel milimetrado...?

Anónimo dijo...

!Que bueno¡
La historia (¿semanal?) ha dado un salto importante. Por un momento me ha dado por pensar en la escena de la naranja mecánica con el mendigo pero ese es un problema de mi cabeza loca.

Bueno...pues hasta el lunes ¿no?

p.d: HOy es el día de los enamorados ¿Es que n váis a hacer nada al respecto?...ayy que poco corazón...

SALUDOS

Silvia

Anónimo dijo...

Ahhh por cierto muy guapo el nene de la foto ¿Es tu hijo?

Silvia

Muchacho_Electrico dijo...

Cuéntanos mas sobre el papel milimetrado

Sergio dijo...

Sí es mi hijo (como billy jean9. Has de saber que de todos los que aquí pululan soy el único con una vida adulta y correspondida a mi edad. Los demás son gente sin oficio, ni beneficio...

un saludo