lunes, diciembre 21, 2009

En el ángulo muerto Vol. 41


Vagón

La vi por primera vez en el vagón, sentada leyendo con la débil luz de la mañana incidiendo en su cara. Nunca antes me había fijado en ella, a pesar de que llevaba meses haciendo el mismo trayecto no había reparado en la bella muchacha que con aire dormido apuraba la lectura antes de llegar a su destino. Fue una especie de flechazo, durante el resto de la jornada no me la pude quitar de la cabeza, seguía presente ocupando mis pensamientos y evitando que pudiese concentrarme en mis tareas.
Pasé unos días sin volver a encontrármela, su recuerdo se iba convirtiendo en un dibujo cada vez más tenue que, en mi melancolía, iba idealizando. Yo arrastraba una mala racha, lo había dejado con mi novia, con la que vivía desde hacía tiempo y únicamente compartía morada con mi perro. Me sentía solo y desgraciado, también me habían trasladado de oficina y eso me obligaba a tomar el tren todas las mañanas. Se me antojaban frías y estériles, cada cual en silencio sin reparar en los demás, sin relación entre el gentío.
Volví a verla, me pareció una ilusión, una quimera iluminada por el tibio sol del amanecer. Me quedé a la expectativa, sin saber qué hacer o decir, sólo mirar disimuladamente. No me sentía seguro para conocerla pero, en mi interior latía la seguridad de que esa mujer era la respuesta a mis problemas, que supondría mi salvación con respecto a la etapa que estaba atravesando. Por vez primera en mucho tiempo pasé el día con una sonrisa en mi boca, ensimismado en mis pensamientos. ¿Quién era ella? ¿A qué se dedicaba? ¿Tendría pareja? ¿Tenía yo alguna oportunidad? Intentaba resolver el rompecabezas al que me enfrentaba, un puzzle con demasiadas piezas y pocas referencias. Tomé la resolución de hablar con ella, sería la única manera de no arrepentirme en un futuro. De todas formas, la estudiaría con detenimiento antes de hacer nada.
Desde el momento en que me levantaba sólo pensaba en ella, imaginaba el momento en que me encontraría con ella, en el que me acercaría y le diría lo que sentía. Vigilando la subida de los pasajeros descubrí la estación en la que se unía a mí, eso me obligaba a estar atento para cambiarme de vagón y acercarme a mi amor furtivo. Siempre vestía impecable, nunca repetía modelo, era una especie de musa que me impulsaba a levantarme cada jornada. Pasé semanas aprendiendo de sus movimientos, de su boca, de su cara delicada que casi nunca levantaba la mirada del libro. En apariencia era una chica solitaria, una más de las decenas de miles de personas que deambulan por la ciudad. Nada parecía denotar que tuviese pareja o que estuviese comprometida, más que nada era un pálpito, una sensación que no se poyaba en ninguna certeza. Aunque era suficiente para mantenerme animado.
Esa mañana nuestros ojos se cruzaron, una mirada perdida recayó en mí, aparté la vista inmediatamente para volver a dirigirla al instante, me sonrió. Fue suficiente para pasar el resto del día entre ensoñaciones, fantaseando con la posibilidad de hablar con ella. Decidí que era el momento, la complicidad que mostró al mirarme indicaba que había reparado en mí, no era una cara anónima, era el tipo al que había iluminado con sus ojos claros.
Cuando subió me armé de valor, esperé unos segundos y volvió a reparar en mí. Sacó su libro y se hizo la despistada, yo sabía que estaba esperando a que me levantase y me acercase. Aguanté unos minutos, mientras las paradas iban pasando, el tiempo se me agotaba y no podía dejarlo pasar. Disponía de unos instantes preciosos aunque no era capaz de dar el paso, el miedo al fracaso me retenía. La voz impersonal que anunciaba la próxima estación me espoleó para levantarme, menos de un minuto para acercarme y presentarme. Una curva en las vías me dejó ver la estación de Atocha a lo lejos, me dirigí a paso bamboleante en su dirección. Levantó la cabeza, volvió a sonreírme, el calor subió a mis mejillas. No me acobardé, continué con mi paso vacilante. Abrí la boca pero nada salió de mi boca, el sonido de la explosión ocultó el lacónico saludo que iba a dirigirle.
Desperté en el hospital, tuve suerte de salir prácticamente ileso, si me hubiese quedado sentado probablemente hubiese desaparecido hecho pedazos. De ella nunca supe nada más. Cuando me recuperé volví a tomar el mismo tren, todos los días a la misma hora, pero a pesar de que tenía que abrirme paso a empujones, ese vagón quedó definitivamente vacío para mí.

Nacho Valdés

2 comentarios:

raposu dijo...

Sorprendente.
Me ha parecido muy original, es mucho más importante lo que no cuenta y sin embargo se entiende todo...

Enhorabuena.

laura dijo...

Me hagustado mucho cariño.
Un besazo.
Laura.