martes, diciembre 01, 2009
En el ángulo muerto Vol. 38
Días de calor
Las observé desde el banco en el que estaba sentado, parecían llegar de pasar el día en la piscina, con el pelo alborotado y húmedo. La luz del atardecer incidía sobre su piel tostada, parecían figuras de bronce. Yo simplemente observaba, sin que las dos muchachas reparasen en mí. Era lo único que hacía, mirar y mirar sin que nada me llamase la atención, pero ese instante fue diferente, prácticamente mágico, volvió a reengancharme con la vida que se me escapaba. Estaban a contraluz, hablando y riendo mientras caminaban en mi dirección. Yo había elegido una sombra, un lugar que no fuese demasiado caluroso para poder dejar pasar el tiempo hasta la hora en que iría a cenar a casa de mi hija. Se detuvieron, una se apoyaba en la otra aguantando una carcajada que luchaba por salir, no me daba cuenta, aunque el espectáculo vital que tenía ante mí estaba despertando mi instinto de supervivencia perdido.
Recordé los veranos lejanos en los que íbamos a disfrutar al río, los eternos y calurosos días en los que lo único que debíamos hacer era pasarlo bien, sin reparar en el futuro, sin preocuparnos por el presente y sin dar cuentas a nadie de lo que hacíamos. Eran jornadas durante las que escapábamos del férreo control de la escuela, de la tiranía de nuestros padres y de cualquier responsabilidad que tuviésemos durante el gris invierno. Era un tiempo de altas temperaturas, de sonido de chicharras pero sobre todo de luminosidad, de una luz intensa que ahogaba cualquier matiz de color, de tonos sepia que te obligaban a cubrir los ojos para no quedar deslumbrado. Todo eso se me había olvidado, lo había enterrado bajo las capas de vida adulta que habían acabado por lastrarme tanto que ocasionaron la pérdida de mi identidad, de un enajenamiento atroz del que no pude huir.
Todo se rompió por la mañana, de madrugada y sin que el sol bañase la tierra. Busqué a mi lado, pero antes de que mi brazo la tocase algo me había dicho que no la encontraría, que ya se había ido y que no me había esperado. Su cuerpo estaba frío, rígido. Pasé el resto del día abrazado a ese organismo sin vida, intentando evitar el levantarme con la terrible certeza de la pérdida y el abandono. No sé si fue por despecho, por egoísmo o por un simple enamoramiento que duraba ya demasiados años; lo único que sé es que en ese instante perdí algo, no sabría decir el qué, sólo sé que estaba relacionado con la escasa humanidad que todavía albergaba en mi interior. A partir de ese instante ya nada volvió a estimularme, todo se volvió gris.
Lo que me rodeaba se abalanzó sobre mí, la luz, el calor, el sudor y el recuerdo se imbricaban en mi interior produciendo un cambio, una especie de metamorfosis. Algo así como un despertar violento, un ejemplo de cómo la vida puede acechar en el momento más inoportuno, en el instante en el que menos queda, en el que has consumido prácticamente la totalidad de tu ciclo. Sin embargo, esa pequeña certeza que arraigó en mí, que creció como un embrión ha provocado que me levantase, que comenzase a buscar en cada uno de los días lo que ya no tengo: ilusión.
Mientras ellas reían, compartían confidencias y continuaban su camino no repararon en un viejo al que ayudaron a vivir sus últimos días de soledad. Vi como se alejaban, no sé quienes eran, ni de donde venían, nunca volveré a contemplarlas pero sin hacer nada consiguieron dármelo todo.
Nacho Valdés
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3 comentarios:
Triste, pero bello y al final esperanzador.
Me ha gustado mucho.
Esssperanza yo quisiera encontrarte y borrar los pensamientos malos.... Eso lo cantaba hace uno años Kiko Veneno. Una bonita y certera reflexión sobre el tiempo que pasa y todo lo que eso conlleva.
Me reengancho a esta sección que siempre andó dos pasos por delante de mi.
Enhorabuena por la historia.....
El tiempo pasa, si es verdad, el tiempo pasa... pero no el amor, el amor nunca muere. No se, no se...
Pero enamorarse, es la cosa mas hermosa... busca...busca y enamorate.
un abrazo
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