lunes, diciembre 14, 2009

En el ángulo muerto Vol. 40


Declaración II

En octubre empezamos la universidad, la mayoría íbamos a campus cercanos pero inevitablemente se produjo la separación que tarde o temprano llegaría. Eran muchas emociones nuevas, gente diferente y ambientes a los que no estábamos habituados. Quién más, quién menos se separó del parque que había sido nuestro centro neurálgico durante tanto tiempo. Los fines de semana nos reuníamos, salíamos por ahí a beber, pero cada día me aburría más, nuestros intereses iban por caminos separados. Él seguía presente, impertérrito, elegantemente vestido como un maniquí de una tienda gay. Comenzó a tomar la costumbre de hacer las cuentas cada vez que comíamos o bebíamos algo cuando quedábamos, al principio no reparé en ello, pero un día que me quedé de los últimos faltaba dinero. El muy hijo de la gran puta no pagaba nunca, siempre se encarga de contar la pasta para ahorrarse cuatro mierdas. Por supuesto nunca compraba tabaco y comencé a verle como lo que era: vil, servil y caradura. Resultaba anecdótico, pero me ponía enfermo el hecho de que por ser un puto jeta pudiese salir siempre de rositas de esas situaciones. Como tampoco era cuestión de crear mal ambiente cada vez que nos veíamos, pasé del tema, guardé un resquemor que fue creciendo como un maldito virus.
Llegó un momento que cada vez que le veía el estómago me daba un vuelco, él lo sabía y de manera sutil hacía todo lo posible para que yo estuviese separado de los demás. Pequeñas críticas, no avisarme para las cenas y reuniones y esos mínimos detalles que iban lastrando mi peso y relación con los demás. Yo no era consciente de todo esto, desde fuera yo me veía actuar igual que siempre, pero el espíritu gregario de la manada estaba trabajando para dejarme fuera, para eliminarme sin remisión. El muy cabrón trabajaba bien. No se le notaba pero siempre estaba detrás de las situaciones extrañas que me rodeaban cada vez con mayor frecuencia.
Una noche, por una tontería, discutí con un buen amigo. Podría haber sido algo normal, sin importancia, pero me sorprendió la virulencia de sus palabras. Me quedé dolido, sin saber qué era lo que sucedía. Lo único que me quedó patente fue que desde la lejanía, entre el humo de tabaco y la oscuridad del garito, unos dientes resplandecían, una sonrisa maliciosa me traspasó de lado a lado. El bastardo había sido testigo de la situación y había disfrutado con lo que había visto, le traspasé con la mirada y apartó la vista. Le había dejado claro al muy rastrero que éramos enemigos, que haría todo lo posible para acabar con él. Dejé pasar un par de días y llamé a mi colega, mis sospechas se convirtieron en certeza, el cabrón había estado malmetiendo contra mí, enemistándome con los que habían sido mis compañeros y amigos. La situación era tan enrevesada, tenue y bien hilada que poco podía hacer para volver a poner las cosas en su sitio. Ya me daba igual, estaba muy decepcionado y realmente había personas que no merecían la pena. Lo único que me apetecía era partirle su cara de maricón, joderle su puta nariz de cerdo.
Quedé con el colega con el que había arreglado las cosas, nos bebimos unas cuantas y calentamos los ánimos. Estaba cabreado, hasta la polla de la nociva ponzoña que había llegado desde fuera. Cuando llegó el muy ruin, yo ya estaba bastante pedo, me mantenía bien pero la lengua se me trababa un poco. Se nos acercó con una sonrisa en la boca, con su puta dentadura de caballo mandando destellos en todas direcciones. Me pidió un cigarro. Eché la mano al paquete, sin pensarlo, aunque a medio camino se desvió hacía una jarra de cerveza que estaba en la barra. Se la estampé en la cara, sin mediar palabra, sin avisar, con frialdad. El cerdo comenzó a sangrar con la cara partida, chillaba como si le fuese la vida en ello. Me tiré sobre él, comencé a golpearle, rítmicamente, con estilo y sin pausa. El tío se iba desfigurando a cada golpe, sentía como mis nudillos deformaban su cutis de porcelana teñido de rojo. La nariz se le torció y estaba tirado como la mierda que es, nos separaron, pero todavía tuve tiempo de soltarle una patada en su sucia boca. Se lo llevaron en camilla, mellado, desfigurado y destrozado. Yo me fui en coche patrulla, me denunció y todavía estoy pagando su puta ortodoncia. Hoy no lo volvería a hacer, más que nada porque iría al trullo de cabeza, pero tengo que decir que disfruté como el cabrón que soy.

Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

El relato es contundente, total. Tiene la fuerza que da el escribir con el hígado y parte del páncreas.
Menos mal que es sólo un relato, porque no he podido evitar sentir un frío afilado por las venas.

Muy bueno.

Sergio dijo...

Sí, es muy grande. La fiera que va emergiendo poco a poco desde las profundidades de la mente. Un lenguaje crudo y exacto. Me ha gustado mucho.

Enhorabuena por la fiel crudeza. Castigador

Anónimo dijo...

Hola,
¡Sopresa! me he hecho una escapada a Korea y aquí si puedo ver el blog. Mándame la siguiente al mail (si hay más).

Un abrazo a todos.
Por cierto la foto de Choper y Robe es cojonuda.

GDB