lunes, diciembre 09, 2013

En el ángulo muerto Vol. 211



Angostura

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Más que un estudio, se trataba de un pequeño zulo estrecho y de techo inclinado en el que un ventanuco ofrecía algo de claridad intentando descongestionar el ambiente. El detective Vázquez no daba crédito, tenía la impresión de haber sido estafado por la espabilada mujer que había acabado con sus fondos. Aún así, pensó que era mejor que nada y, por supuesto, superaba la expectativa de quedarse toda la noche en el coche sufriendo el riesgo de ser descubierto. Ahí refugiados podrían continuar con la investigación y no pasarían por tantas penurias.
Dio un paso y el suelo crujió de manera exagerada o, al menos, eso es lo que le pareció en la atmósfera de silencio en la que se encontraba. Con sumo cuidado, realizando movimientos nimios, se acercó a la ventana y cayó en la cuenta de que el cristal estaba roto y dejaba pasar una ráfaga de viento fresco que helaba la estancia. El lugar estaba ocupado por una mesa que a duras penas se mantenía sobre sus patas, totalmente destrozada y utilizada para infinidad de trabajos que habían acabado con su pintura y barniz. Se apoyó sutilmente y el tablero osciló, hizo un movimiento un poco más brusco y comprobó que a pesar de su aspecto y aparente fragilidad el mueble podría aguantar. Con una banqueta o una silla continuarían con sus sesiones de vigilancia, se propuso traer algo de su casa pues sabía que si le pedía algo a la portera ésta le dejaría sin un céntimo. Lo más característico era el olor a humedad, la cubierta del edificio estaba sobre su cabeza y las paredes de madera estaban cubiertas de una capa grisácea que aparentaba ser moho. No se preocupó demasiado por el asunto pero sabía que no era lo más conveniente para que un lugar fuese considerado salubre, solo tendrían que mantener el agujero de la ventana sin cerrar y así circularía algo de corriente. Otro detalle era que todo estaba cubierto por una capa sutil de plumas de paloma, estaba claro que algún pájaro había anidado en ese espacio. Sobre la mesa y por el suelo se podían observar restos de heces y el conjunto, aunque desalentador, suponía un avance con respecto a lo que tenía con anterioridad.
Se arrodilló y acercó su cara al suelo de madera cubierto de polvo y plumón, pegó su oreja y con la satisfacción de saber que tras esos escasos centímetros se encontraba don Manuel se mantuvo unos segundos a la espera. Por fin, tras unos instantes escuchó algo de actividad en el piso de abajo, se percibía una conversación atenuada de la que no se distinguían los detalles pero en la que se notaba el tono autoritario y cascado de su presa. Estaba tremendamente satisfecho, eso sí que era un premio a la constancia que había demostrado y, a partir de ese punto, podría indagar las conversaciones que se mantenían debajo de ese pavimento de madera.
Estaba deseoso de comenzar el trabajo, tendrían que conseguir algo de equipo y para eso tenía que pasar antes por la Central y retirar algo de lo que tenían en el almacén. Se limpió los pantalones, salió entornando la puerta y se aproximó a las escaleras que llevaban al montacargas. Antes de dar ningún paso escuchó con atención y ese breve lapso le permitió ponerse en alerta y deshacerse de la relajación que le había provocado la alegría experimentada. Olía a tabaco, resultaba inconfundible. Alguien estaba echando un cigarro en el descansillo y lo más probable es que se tratase de alguno de los guardaespaldas de don Manuel. Se quedó paralizado, tendría que esperar mientras el tipo pasaba el rato. Oyó el ruido de las teclas de un teléfono móvil, el hombre que estaba a escasos metros comenzó a hablar con tono meloso con la que debía ser su pareja. Le explicó que no podría ir a su casa en varios días, que se tenían que quedar parapetados en el edificio durante un tiempo indeterminado y le pedía a la otra persona con la que conversaba que tuviese paciencia, que en poco tiempo cobraría por ese trabajo y podría tomarse un tiempo de descanso. Le dijo que no sabía exactamente qué era lo que sucedía pero que no podían alejarse de su contratante, que debía mantenerse en el puesto hasta que le dijesen lo contrario. Por último, se despidieron y se escuchó el sonido de la puerta al cerrarse. El detective aprovechó ese instante para alcanzar el montacargas, ya sabía que don Manuel no parecía tener planes para moverse.

Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Sea lo que sea lo que haga D.Manuel tendrá que ser muy importante...