Conversaciones
Gracias a su formación y experiencia tuvo la destreza para
coger a la mujer del brazo y meterse con ella en la portería. La empleada, de
una edad indeterminada que podría ir desde los cincuenta a los setenta, lo miró
anodinamente y se dejó llevar dócilmente por el hombre que había intentado
interceptar; no aparentaba preocupación. Cuando el detective Vázquez le indicó
que era policía, la otra le dijo que ya lo sabía de sobra y que llevaba tiempo
observando cómo vigilaba el edificio. Su tez se volvió blanca al instante,
¿habría puesto sobre aviso a don Manuel? Rápidamente, al ver la cara de su
interlocutor, la portera desmintió esa posibilidad. Le explicó que simplemente
se dedicaba a realizar su trabajo que, entre otras cosas, consistía en ver, oír
y callar. Es decir, estar al tanto de todo lo que sucedía en la finca y sus
aledaños. Y eso, por supuesto, incluía conocer todo lo relativo a los
inquilinos y visitas.
El detective creyó intuir un brillo en los ojos de la mujer,
las gafas desfasadas y cargadas de dioptrías no le permitieron comprobarlo a
ciencia a cierta. Le pidió que le mostrase el camino hacia los trasteros que
había visto desde el exterior, la portera le explicó que se trataba de pequeños
estudios que, en algunos casos, habían sido unidos a la vivienda a la que
pertenecían. Se trataba de unos estrechos reductos que, antiguamente, fueron
utilizados para tener un espacio para el servicio o un rincón en el que
refugiarse. De todas formas, se negó en redondo a hacer lo que le pedía, le
explicó que podría meterse en un lío si permitía que cualquiera entrase y
circulase libremente por ahí sin aclarar de quién se trataba. El detective sacó
su placa, pensó que con eso sería suficiente, pero la señora, lejos de
amedrentarse, le pidió una autorización para la supuesta investigación que
quería llevar a cabo. Vázquez lo entendió a la perfección, se quedó un instante
pensativo y sacó de la cartera un billete de cincuenta euros que su
interlocutora guardó con avidez después de echar un fugaz vistazo alrededor. Le
indicó que todas las semanas habría un billete igual si colaboraba, únicamente
tenía que facilitarle la entrada al edificio a él o a su compañero e informar
de cualquier novedad que pudiese darse en relación al inquilino del último
piso. La portera negó con la cabeza, consideraba que eso era demasiado riesgo
para tan escasa recompensa y volvió a extender la mano en busca de más dinero.
El detective Vázquez, después de torcer el gesto, rebuscó en su cartera y sacó
veinte euros. La mujer observó el billete con desaprobación y mantuvo la palma
abierta a la espera de algo más, el policía repitió la operación y completó la
cantidad hasta llegar a otros cincuenta euros. Por fin se dio por satisfecha,
cerró la portería y salieron juntos.
Apresuradamente le aclaró que el edificio contaba con más
entradas, por el callejón posterior podrían acceder discretamente al tratarse
de la puerta usada para servicio y entregas. Por el módico precio de veinte
euros podría conseguirle una copia de la llave así que, con cierta desgana y
frustración, el detective volvió a buscar en su billetera cada vez más menguada
de fondos. Fueron al acceso que le había indicado y le señaló un montacargas
que podrían usar para pasar desapercibidos, así no tendrían que subir todos los
pisos o utilizar el otro ascensor quedando expuestos a ser descubiertos. Se
metieron los dos en el estrecho elevador y, aguantando el olor a rancio y
cerrado que emitía la portera, llegaron hasta el último piso. El último tramo,
aunque mínimo, tendría que hacerlo a pie y corrían el peligro de cruzarse con
don Manuel o alguno de sus sicarios. Debía buscar alguna solución para esa
contingencia. Por último, llegaron hasta la puerta del estudio que quería
supervisar el detective. La llave estaba echada y tuvo que prometer otros
veinte euros para lograr otra copia, el hombre sabía que estaba en manos de esa
avariciosa anciana que no dejaba pasar ninguna oportunidad de sablearle. De
manera excepcional, y puesto que ya había aflojado bastante dinero, la portera
le abrió la cerradura y volvió a sus tareas para que Vázquez estudiase el
espacio. Justo antes de entrar, un fuerte olor a humedad hizo que se lo pensase
dos veces.
Nacho Valdés
1 comentario:
Esto de ser policía resulta ser carísimo...
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