Pasillos
Salí a la calle y me quedé unos instantes pensativo, la
imagen de la muchacha observando el vacío se me quedó grabada y me convenció
para volver a entrar. La mujer no alteró su expresión, simplemente me siguió
con la mirada mientras me acercaba a paso decidido hasta su posición. Con su
artificial sonrisa quedó a la espera de que le dijese algo, simplemente le
expliqué que volvería a la sala de espera para comprobar si llegaba alguno de
los responsables de la clínica. No pareció importarle demasiado, escribió algo
en un folio y siguió mirando al frente como si yo no existiese.
Puesto que no parecía reparar en mí, en lugar de volver a la
butaca en la que había perdido una noche completa, seguí hacia la zona privada
de los clientes. La puerta de acceso estaba cerrada, pegué mi oreja y no fui
capaz de escuchar nada al otro lado. Empujé con determinación y comprobé que
sería posible entrar por lo que arremetí con mi hombro y abrí de par en par, se
produjo un pequeño estrépito que se me antojó exagerado por lo silencioso y
aislado del lugar. Volví a cerrar después de entrar, hice todo con movimientos
precisos y calculados pues por algún extraño motivo me sentía desprotegido y
expuesto en ese espacio aséptico. Me encontré frente a un corredor enorme que
giraba al final y que evitaba que se comprobase dónde terminaba, los pasos,
como en mi sueño, se amortiguaban por el suelo mullido por donde caminaba. No
sabría decir con seguridad de qué material estaba hecho pero estaba claro que
era algo sintético y que, debido a su configuración, absorbía el sonido. Me
pareció adecuado para la situación en la que me encontraba. Como en mis
ensoñaciones, la luz era resplandeciente y provenía del techo rebotando en las
paredes y puertas blancas que se repartían a ambos lados.
Probé con la primera puerta que me encontré y no fui capaz
de moverla, estaba cerrada y resultaba bastante más sólida que la que había
dejado atrás. Del otro lado no se escuchaba nada, si acaso un ligero rumor que
no llegaba a identificar con nada definido. Seguí caminando en silencio y
cubierto por el sudor que me estaba produciendo la tensión, no tenía ni idea de
qué sería lo que podía encontrarme pero no me resultaba nada halagüeño. Todas
las entradas parecían clausuradas, ninguna de ellas daba acceso a ningún lugar
y ya estaba a punto de darme la vuelta cuando escuché el sonido del hilo
musical que había aparecido en mi mente la noche anterior. Doble el recodo del
pasillo y comprobé que sonaba con más fuerza; no había duda, se trataba de la
misma sintonía repetitiva que se había incrustado en mi cabeza. Al doblar la
esquina el paisaje era similar al que había dejado atrás con la salvedad de que
la música estaba a cada instante más presente, al fondo una de las puertas
parecía estar entreabierta y desde ella provenía una luminosidad todavía más
potente que la del pasadizo que estaba recorriendo.
Presa de la ansiedad apresuré mi ritmo para llegar hasta esa
entrada, mis manos temblaban y dudaba entre darme la vuelta y desaparecer o
satisfacer mi curiosidad y descubrir qué era lo que sucedía en ese extraño
lugar. Terminó por decidirme la creatividad que había perdido por el camino, a
esas alturas ya tenía más que claro que lo que podía haberme sucedido estaba
relacionado con ese maldito sitio. Cogí el tirador y moví el portón con
lentitud y determinación, quería descubrir qué se escondía tras lo que parecía
ser la apariencia de una clínica.
Lo primero que me llamó la atención fue el volumen brutal al
que se encontraba la música que me atormentaba, el interior debía estar
insonorizado pues casi no se percibía desde fuera. Por otro lado, la luz
resultaba tan potente que después de entrar y entornar la puerta, tuve que
cerrar los ojos unos segundos para conseguir habituarme a ese fulgor intenso
que parecía penetrar hasta todos los rincones. Cuando fui capaz de volver mi
vista la sorpresa de lo que tenía delante me dejó petrificado.
Nacho Valdés