lunes, junio 07, 2010

En el ángulo muerto Vol. 62


Un momento de cincuenta años

La crónica negra española volvió recientemente a la palestra. La guardia civil de una alejada zona rural asturiana lo tenía claro, de hecho, ya sabían de los continuos enfrentamientos que habían tenido lugar durante las últimas décadas. La lucha llevaba más de cincuenta años de encarnizado enfrentamiento y, finalmente, se había saldado con la muerte de uno de los ancianos en liza.
Todo había empezado a principios de los años sesenta cuando, aprovechando el plan de regeneración rural del gobierno franquista, Manolo había decidido aprovechar las ayudas estatales y recorrer el camino inverso a la de la mayoría de sus contemporáneos. Fue desde la ciudad de Alicante hasta un pequeño pueblo de los Picos de Europa al que sólo se podía acceder mediante unas peligrosas sendas. No había más de cien vecinos que no recibieron a los recién llegados amistosamente; parte de las tierras comunales se dividieron en parcelas y una de ellas fue entregada al supuesto asesino para la construcción de su vivienda y para que contase con tierras de cultivo o pasto. Julián, uno de los vecinos autóctonos se sintió especialmente estafado y, viviendo como vivía, colindante con el terreno de Manolo, comenzó a hostigarle sin freno en un intento de echarle de la zona.
Manolo tuvo unos difíciles comienzos. A la falta de ayuda se unía la dificultad para recibir materiales para construcción, sus animales desaparecían misteriosamente y sus cultivos aparecían más de una vez arrasados por los animales domésticos de los demás. A esto se debía añadir el desconocimiento de las costumbres y la continúa animadversión que todos los habitantes mostraban hacía él. A fuerza de tesón consiguió organizarse y sacar adelante una pequeña vivienda junto con una mínima cantidad de reses que le daban para vivir sin complicaciones, los vecinos finalmente le aceptaron y se convirtió en uno más de los integrantes de la remota zona rural. Sin embargo, Julián continuó con su enemistad, seguía con su reiterado boicot que en ocasiones era más evidente y, en otras, se trataba de algo más sutil y sibilino.
Así fueron pasando los años, entre denuncias y continuos enfrentamientos. Manolo, finalmente, acabó totalmente integrado en la comunidad pues los vecinos morían o se iban a zonas urbanas. Compró algunas propiedades más y, a pesar de la lucha soterrada con la que tenía que lidiar, se sentía a gusto con la vida que llevaba. Únicamente se dedicaba a sus tareas, lo mismo que Julián, pues ambos eran solteros de solemnidad y difícilmente, a sus años, iban a lograr encontrar pareja en una zona tan alejada.
Acabaron siendo los únicos habitantes de la aldea, la mayoría de viviendas se fueron a la ruina y solamente sus casas se mantenían en buen estado. Los dos ancianos, lejos de unirse en la soledad, continuaron con su enfrentamiento y con las continuas denuncias que provocaban que tuviesen que verse en comisaría dos o tres veces por mes. Cada uno de ellos tenía sus hábitos engranados con los del otro de tal manera que, a no ser que fuese de manera casual, no tenían necesidad de verse.
Finalmente, en los últimos tiempos, parecían haber terminado con las continuas luchas. Según el atestado de la guardia civil hacía meses que no llegaban acusaciones y desde la comandancia llegaron a preocuparse por la falta de noticias después de tantos años. Decidieron echar un vistazo a la aldea, no encontraron a nadie y decidieron revisar las casas de los dos ancianos. La de Julián estaba en estado semiarruinado y con las puertas trabadas, al entrar en el interior se encontraron con el cadáver del hombre acostado sobre la cama. Tenía un disparo con postas de jabalí en el pecho y estaba perfectamente arropado entre las sábanas, por el aspecto del cuerpo llevaba semanas fallecido. Los agentes avisaron a la central y desplegaron un dispositivo para dar caza a Manolo, éste había salido con el ganado y a su regreso no opuso resistencia alguna. Durante el interrogatorio explicó a los cuerpos de seguridad que lo único que había hecho había sido cumplir la voluntad del finado que, según su testimonio, llevaba gravemente enfermo un tiempo y ya no tenía fuerzas ni para salir de la cama. Parece que finalmente fue la enfermedad lo que unió a estos dos antagonistas.

Nacho Valdés

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen relato, me recuerdo un poco aquel, no si era el primero, de tu trilogía sobre los viejunos.
Por cierto, el principio me ha recordado bastante a la obra de Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad de los hombres, por eso de la descripción de la pequeña comunidad.

laura dijo...

Me ha encantado! Has cambiado totalmente el estilo y este relato podría ser perfectamente n artículo de los dominicales que tanto me gustan. un besazo, cariño.
Laura.

raposu dijo...

Pues confieso que me ha desconcertado un poco. Lo he leído dos veces, dejando un día en medio, y hay algo que aún no sé como encajar, pero no sé explicar qué es.

¿Quizás el tono y lenguaje, que parece más una noticia que un relato?.

En fin, que no sé qué decir, pero ya veo que gusta, así que...lo dejaré enfriar otro poco.