lunes, enero 18, 2010
En el ángulo muerto Vol. 43
Locura Transitoria II
La segunda fase del traslado fue la más complicada. Teníamos las paredes terminadas y habíamos comenzado a mover algunas cosas, parecía que todo funcionaba a buen ritmo. Aunque teníamos los dos lugares atascados, el baile de cajas y la falta de objetos en el lugar que dejábamos daban la sensación de que avanzábamos en alguna dirección. Por supuesto, no era capaz de intuir cuál era ese lugar.
Para mover los muebles y toda la mierda acumulada me pedí un día libre y alquilé una furgoneta. Ella, por supuesto, no podía dejar de lado sus tareas laborales, así que sería yo el que se manchase las manos. Lo único que delegué fue el alquiler del vehículo; supuse que algo tan sencillo como eso sería fácil de resolver, pero nada más alejado de la realidad. No sé con quién habló, parece ser que con otra tía, que le recomendó una furgoneta de mierda que me obligó a dar más vueltas que una peonza. Daba un viaje tras otro, creo que llegué a los quince trayectos, pero el caso es que con ayuda de un tipo que había contratado, me moví toda la casa en una sola jornada. Cuando ella llegó de su trabajo, fina, delicada y sin una mancha, yo estaba cubierto de mugre, suciedad y sudor. Por supuesto, nada de lo que había colocado estaba a su gusto, así que nos pasamos hasta las cinco de la madrugada moviendo y volviendo a mover los enseres para que quedasen a su antojo.
Al día siguiente llegó la limpieza, todo estaba sucio, gris y caduco, yo no podía más pero tenía que echar el resto. Esa jornada la pasamos juntos, codo con codo, yo recibiendo instrucciones y ello contribuyendo estúpidamente con cuatro cosas. El trabajo duro era cosa mía, yo fui el que rascó la pintura de los suelos y rodapiés, el que frotó sin descanso los azulejos hasta que todo parecía nuevo. Cuando llegó la noche no era persona, era un guiñapo que no podía moverse, con la espalda reventada y mil dolores pequeños que atravesaban mis extremidades. Como no podía ser de otra manera, los gritos, las discusiones y los malentendidos estuvieron presentes de manera constante, así que cuando terminamos mi cabeza y mi cuerpo parecían una caldera a punto de estallar. Salí a la terraza con una cerveza, quería que el viento me relajase, que los ruidos de la ciudad dormida me acunasen para que mi furia se fuese diluyendo poco a poco. Estaba asomado, ensimismado observando la calle y los pocos coches que cruzaban la calzada, cuando me cogió por la cintura abrazándose a mí, esto provocó que se me cayese la cerveza recién estrenada por el balcón. Era una tontería, algo estúpido, sólo tenía que acercarme a la nevera y abrir otra, pero el viaje del vidrio desde mis manos hasta su destrucción en el suelo provocó que me la imaginase haciendo el mismo trayecto. Fantaseé con la idea de cogerla, arrastrarla hasta el borde y empujarla al vacío para ver si de esta forma podía estar unos instantes en paz.
- ¿Estás bien cariño? ¿Te pasa algo? - Me sorprendí a mi mismo totalmente ido, mirando la caída que tenía delante sin prestar atención a lo que me decía.
- No me pasa nada. Siento todo lo que ha pasado hoy. – Contesté aturdido.
- Yo también lo siento.
Realmente no ocurrió nada, hoy por hoy vivimos felices en nuestro nuevo piso, incluso hemos tenido un hijo que es guapísimo y sanísimo, pero en ocasiones me asomo a la terraza, miro al vacío y todavía me sorprendo de las ideas homicidas que pasaron por mi mente. Si una conclusión he sacado de esta experiencia, es que nunca más acometeré yo sólo una tarea como la que realicé, la próxima vez contaré con profesionales, que hasta donde yo sé, no se matan entre ellos.
Nacho Valdés
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4 comentarios:
¡Ufff! Al final resultó ser un relato de ficción.
Menos mal...
de ficción?? Cambia niño por perra color canela.
¿Ficción?...¿Realidad tal vez? Ya hablamos el viernes pasado de todo esto. Y nos reímos bien. Dejémoslo en anecdota divertida relatada por un buen paperback writer.
Saludos
¡Ojooooo!
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