lunes, febrero 23, 2009

En el ángulo muerto Vol. 4


Ciudad quemada

Sonó el teléfono móvil. El timbre me sacó de mi ensoñación, volví de golpe a mi cotidianeidad. Instintivamente me peiné con la mano y me ajusté el cuello de la camisa, era un acto reflejo que siempre realizaba. No me hacía falta ver el teléfono para saber que era Paloma la que estaba intentando hablar conmigo, hacía veinticinco años que no me retrasaba en mi retorno desde la oficina. Supongo que estaba preocupada, pero no me apetecía hacer nada para tranquilizarla, de hecho no deseaba ni contestar, sólo quería que me dejase en paz. Quería vivir mi vida, algo que en ese instante me daba la impresión de no haber hecho desde que era un adolescente. Cogí el aparato y lo tiré desde la torre. Fui testigo de cómo el molesto soniquete cesaba cuando se estrellaba contra el suelo y se hacía añicos. Sonreí, me despeiné y me encendí otro cigarro.

Tras un par de caladas comencé a sentirme culpable. ¿Qué es lo que me había hecho ella para que yo no fuese capaz de tener en consideración su preocupación? Llegué a la conclusión de que la respuesta era tan evidente como reveladora: Nada. Y esa certeza comenzó a atenazar mi interior. Mi vida era un gran agujero negro controlado por los demás, por mi familia, por todos los que habían sido mis superiores, por los que se consideraban mis amigos; por todo mi entorno menos por mi mismo.

Por fin tenía una certeza. Había consumido cuarenta y ocho años sin reparar en que me dejaba arrastrar por una corriente en la que no había decidido zambullirme. Ante mí, a mi disposición, se abría todo un mundo desconocido que nunca había explorado. Me quité la americana, la lancé y una ráfaga se la llevó discurriendo sobre los tejados y azoteas. El frío me traspasó hasta los huesos, me sentía tan cercano a la vida que tenía la impresión de poder saltar desde la altura a la que me encontraba. Pensé que todavía no estaba preparado, a mi cabeza volvió la imagen del teléfono estrellándose contra el asfalto.

Bajé corriendo las escaleras de piedra, respiré hondo unos segundos y decidí hundirme en los extraños ambientes ajenos a la vida que había llevado. Bucearía en mi interior, me dejaría llevar por mis impulsos y cuando me sintiese pleno de vitalidad y energía volvería a mi rutina. No sabía cuando llegaría ese momento, de lo que sí tenía certeza es que sería un proceso lento que tenía que comenzar esa noche, en esas calles y en la ciudad que había conseguido quemar mi existencia.

Nacho Valdés

4 comentarios:

Sergio dijo...

Un gran desenlace para esta gran historia. Ya la descubrí el sábado y me gustó. Hoy leyéndola con más calma le he pillado matices que se me pasaron en la reunión y que han conseguido engancharme más a ella.
Felicidades, quizá Auster dejo semillas por Oviedo...

Nacho dijo...

Gracias por los elogios amigo, han llegado to my heart, aunque creo que en esta ocasión te has pasado.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Muy buen desenlace de un tema cotidiano para gente que prefiera alejarse del cotidiano paso del tiempo.

raposu dijo...

Me ha gustado mucho la historia y además hay algo que me resulta familiar...