Seres de la noche
Cuenta la leyenda que únicamente puedes verles en las noches de luna llena, que se cuelan en las fiestas de los famosotes y que se alimentan de su sangre y miserias. También dicen que, durante el día, duermen en ataúdes forrados de satén rosa y que el gin-tonic y la cocaína corren por sus venas. Cuando el sol se oculta y han saciado su sed de venganza, migran a las televisiones, uno de sus refugios naturales, y repasan los ponzoñosos guiones que tienen preparados.
No sé qué pecados habremos cometido o de qué maldición somos merecedores, lo único de lo que soy consciente es que de algo somos culpables y que vamos a recibir nuestro merecido. Todas las almas puras deben mantenerse alejadas de los televisores, pueden contaminarse y caer en la espiral de patrañas con las que estos demonios intentan envolvernos. Sí, hermanos, el final está cerca y el primero de los jinetes apocalípticos, en forma de colaboradores o polemistas, ha venido para quedarse.
Esta peste que nos azota desde hace años tiene un origen difuso del que no se tiene verdadera constancia, puede que la primera prueba fehaciente de su existencia se remonte a los mentideros que rodeaban, en la Plaza Mayor de Madrid, la corte de Felipe II. En aquellos tiempos éste era el lugar ideal para ponerse al día de las desdichas que hostigaban a la nobleza y al clero; se trataba de la única manera que tenía el vulgo para igualarse, de forma ficticia, a que aquellos que tan lejos quedaban debido al abolengo y a la tradición de la que carecía el pueblo llano. Supongo que en aquella época ya existían profesionales de este rastrero arte que es la crítica personal, privada e insustancial; con toda seguridad las alcahuetas desdentadas cobraban un buen dinero por sacar a la luz los trapos sucios de la aristocracia, y con absoluta certeza, los que pagaban eran otros nobles que se verían en la misma situación al poco tiempo.
El caso es que después estos asuntos que interesaban comenzaron a pasar desapercibidos, salvo excepciones, no llegaban más allá de un barrio o de la portería de una corrala. Pero algo en el equilibrio cósmico se desestabilizó, la armonía preestablecida se fracturó y de la nada surgieron nosferatus infectos en forma de polemistas.
Primero tímidamente, pero después con paso firme, se hicieron un hueco en la programación que hasta ese momento se mantenía inocua.
El primer espacio que recuerdo de este estilo es ¡Qué me dices! que presentaba Francine Gálvez y el feo Chapis. Casi sin saberlo, estos dos elementos levantarían la veda y lo que era un programilla para el verano se convirtió en un clásico de la televisión. La cosa era sencilla, ponías a un drogata y a una chica mona frente a las cámaras, buscabas información anodina sobre famosotes y con todo el morro lo emitías por televisión. Ni siquiera eran necesarios ni azafatas ni decorados, incluso si la cosa quedaba cutre más cerca estabas de la gente de a pie. Esta sencilla fórmula llamó la atención de los avezados productores televisivos, no era necesario gastarse mucho dinero y la cosa rentaba una barbaridad.
El paso siguiente fue Tómbola, aquí la cosa se desmadró y las críticas comenzaron a llover sobre los analfabetos que se reunían en ese plató impío. Estaban comandados por Chimo no sé qué, y como lugartenientes estaban el Mariñas, Karmele y una tipa que sale en todos los lados y que tiene un tono marrón debido a los rayos uva. La cosa era sencilla, cogían a un famosote y le pagaban una pasta, después era descuartizado moralmente por los perros de presa que tenía delante. Estos colaboradores no tenían ni un ápice de compasión y cualquier detalle privado, a poder ser morbosa y de connotación sexual, era sacado en público para escarnio y vergüenza del protagonista. Lo que más vendía eran los cambios de pareja, las peleas familiares y todo lo que supusiese la bajeza del entrevistado.
Hasta este momento los que se dedicaban a esto eran supuestos profesionales con estudios superiores, y por supuesto cobraban una pasta. Esto fue lo que provocó el siguiente paso lógico en la evolución del polemista. Alguien se dio cuenta de que no era necesario que el colaborador fuese un periodista o alguien con una mínima cultura, lo único que se necesitaba era muy mala hostia, gritar mucho y no tener escrúpulos. Pagando un décima parte, se podía conseguir una cantidad ingente de personas dispuestas a hacer lo mismo. Fue en ese momento cuando los astros se conjugaron para gastarnos una broma pasada, cuando la raza humana involucionó de manera definitiva. Dos fenómenos televisivos se dieron la mano y lanzaron su ponzoña sin compasión, Gran Hermano y Crónicas Marcianas nacían casi al unísono y rápidamente nos hicieron llegar su mensaje de horror. El primero era la cantera y el segundo el soporte, de este tándem surgieron los seres más abominables que la televisión ha podido parir. Quién no recuerda a Jorge el ex-militar, el de quién me pone la pierna encima; Marta, la gran zorrupia que no dejaba títere con cabeza; y uno de los peores, Kiko el cabezón grimoso que también había salido de ese gran experimento sociológico que era Gran Hermano.
Pero con quienes tocamos el techo de la perversión, con los que me dí cuenta de que estábamos acabados fue con el reciclaje en colaboradores de Ramoncín, el rey del puto pollo frito, y con Enrique del Pozo, el maldito “cocogugua”. Ambos surgieron de alguna cripta húmeda y maloliente y, amparados por la noche, se acercaron hasta Telecinco para buscar refugio. Desde ese maligno momento viven en los sótanos de la cadena, colgados como murciélagos de alguna cañería. Sólo un valiente puede salvarnos, alguien con agallas que mirando a la bestia a los ojos le atraviese el corazón con una estaca de madera. Recemos porque ese día llegue pronto.
Cuenta la leyenda que únicamente puedes verles en las noches de luna llena, que se cuelan en las fiestas de los famosotes y que se alimentan de su sangre y miserias. También dicen que, durante el día, duermen en ataúdes forrados de satén rosa y que el gin-tonic y la cocaína corren por sus venas. Cuando el sol se oculta y han saciado su sed de venganza, migran a las televisiones, uno de sus refugios naturales, y repasan los ponzoñosos guiones que tienen preparados.
No sé qué pecados habremos cometido o de qué maldición somos merecedores, lo único de lo que soy consciente es que de algo somos culpables y que vamos a recibir nuestro merecido. Todas las almas puras deben mantenerse alejadas de los televisores, pueden contaminarse y caer en la espiral de patrañas con las que estos demonios intentan envolvernos. Sí, hermanos, el final está cerca y el primero de los jinetes apocalípticos, en forma de colaboradores o polemistas, ha venido para quedarse.
Esta peste que nos azota desde hace años tiene un origen difuso del que no se tiene verdadera constancia, puede que la primera prueba fehaciente de su existencia se remonte a los mentideros que rodeaban, en la Plaza Mayor de Madrid, la corte de Felipe II. En aquellos tiempos éste era el lugar ideal para ponerse al día de las desdichas que hostigaban a la nobleza y al clero; se trataba de la única manera que tenía el vulgo para igualarse, de forma ficticia, a que aquellos que tan lejos quedaban debido al abolengo y a la tradición de la que carecía el pueblo llano. Supongo que en aquella época ya existían profesionales de este rastrero arte que es la crítica personal, privada e insustancial; con toda seguridad las alcahuetas desdentadas cobraban un buen dinero por sacar a la luz los trapos sucios de la aristocracia, y con absoluta certeza, los que pagaban eran otros nobles que se verían en la misma situación al poco tiempo.
El caso es que después estos asuntos que interesaban comenzaron a pasar desapercibidos, salvo excepciones, no llegaban más allá de un barrio o de la portería de una corrala. Pero algo en el equilibrio cósmico se desestabilizó, la armonía preestablecida se fracturó y de la nada surgieron nosferatus infectos en forma de polemistas.
Primero tímidamente, pero después con paso firme, se hicieron un hueco en la programación que hasta ese momento se mantenía inocua.
El primer espacio que recuerdo de este estilo es ¡Qué me dices! que presentaba Francine Gálvez y el feo Chapis. Casi sin saberlo, estos dos elementos levantarían la veda y lo que era un programilla para el verano se convirtió en un clásico de la televisión. La cosa era sencilla, ponías a un drogata y a una chica mona frente a las cámaras, buscabas información anodina sobre famosotes y con todo el morro lo emitías por televisión. Ni siquiera eran necesarios ni azafatas ni decorados, incluso si la cosa quedaba cutre más cerca estabas de la gente de a pie. Esta sencilla fórmula llamó la atención de los avezados productores televisivos, no era necesario gastarse mucho dinero y la cosa rentaba una barbaridad.
El paso siguiente fue Tómbola, aquí la cosa se desmadró y las críticas comenzaron a llover sobre los analfabetos que se reunían en ese plató impío. Estaban comandados por Chimo no sé qué, y como lugartenientes estaban el Mariñas, Karmele y una tipa que sale en todos los lados y que tiene un tono marrón debido a los rayos uva. La cosa era sencilla, cogían a un famosote y le pagaban una pasta, después era descuartizado moralmente por los perros de presa que tenía delante. Estos colaboradores no tenían ni un ápice de compasión y cualquier detalle privado, a poder ser morbosa y de connotación sexual, era sacado en público para escarnio y vergüenza del protagonista. Lo que más vendía eran los cambios de pareja, las peleas familiares y todo lo que supusiese la bajeza del entrevistado.
Hasta este momento los que se dedicaban a esto eran supuestos profesionales con estudios superiores, y por supuesto cobraban una pasta. Esto fue lo que provocó el siguiente paso lógico en la evolución del polemista. Alguien se dio cuenta de que no era necesario que el colaborador fuese un periodista o alguien con una mínima cultura, lo único que se necesitaba era muy mala hostia, gritar mucho y no tener escrúpulos. Pagando un décima parte, se podía conseguir una cantidad ingente de personas dispuestas a hacer lo mismo. Fue en ese momento cuando los astros se conjugaron para gastarnos una broma pasada, cuando la raza humana involucionó de manera definitiva. Dos fenómenos televisivos se dieron la mano y lanzaron su ponzoña sin compasión, Gran Hermano y Crónicas Marcianas nacían casi al unísono y rápidamente nos hicieron llegar su mensaje de horror. El primero era la cantera y el segundo el soporte, de este tándem surgieron los seres más abominables que la televisión ha podido parir. Quién no recuerda a Jorge el ex-militar, el de quién me pone la pierna encima; Marta, la gran zorrupia que no dejaba títere con cabeza; y uno de los peores, Kiko el cabezón grimoso que también había salido de ese gran experimento sociológico que era Gran Hermano.
Pero con quienes tocamos el techo de la perversión, con los que me dí cuenta de que estábamos acabados fue con el reciclaje en colaboradores de Ramoncín, el rey del puto pollo frito, y con Enrique del Pozo, el maldito “cocogugua”. Ambos surgieron de alguna cripta húmeda y maloliente y, amparados por la noche, se acercaron hasta Telecinco para buscar refugio. Desde ese maligno momento viven en los sótanos de la cadena, colgados como murciélagos de alguna cañería. Sólo un valiente puede salvarnos, alguien con agallas que mirando a la bestia a los ojos le atraviese el corazón con una estaca de madera. Recemos porque ese día llegue pronto.
Nacho Valdés ( Presente y Ausente)
6 comentarios:
Ah la mítica figura del polemista, que es una las que más odias!!!!!!!!!!!!!Je, Je tu artículo me ha gustado mucho pero tengo que hacerte una pequeña corrección: el programa "Qué me dices" lo presentaba Chapis junto a Belinda Washington, Francine Gálvez lo que presentaba era el programa "Mamma Mía" junto a Víctor Sandoval. en fin yo también odio a los polemistas pero a los últimos en llegar, es decir a los que sin titulación, ni conocimiento sobre lo que hablan dan su opinión sobre cualquier tema dejando bien claro su ignorancia y su falta de cultura y lo más flipante es que no sienten ningún tipo de vergüenza. Aunque mi polemista más odiado como bien sabes es Enrique del Gozo, perdón quería decir del
Pozo.Un besito cariño.Laura.
oye Laura, te veo muy puesta en temas del corazón y prensa rosa, te podian ofrecer un rincon en este blog para que nos ilustrases a los ignorantes sobre estos temas que deben ser apasionantes. He oido que hay cuernos, embarazos no deseados, relaciones homosexuales, traiciones, exclusivas que resultan ser falsas, bodas entre hermanos, robados de fotos,persecuciones,maquinas de la verdad,etc, etc
Por cierto mi polemista preferido es Jaime Peñafiel.
Ahora que caigo es verdad, el qué me dices estaba presentada por quién dice Laura. En fin, me habrá traicionado la memoria.
Por cierto, ambos habéis citado a dos de los polemistas más odiados por mí: JAime Peñafiel y Enrique del Pozo. NO puedo con ellos.
Besos.
Ja, ja muchacho electrónico, que sepas que a mí Jaime Peñafiel me cae bien y me parto de risa cada vez que se enfada!!!!!Un beso.Laura.
¡¡¡¡¡MUCHACHO ELÉCTRICOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!
Buena foto y enorme pelicula,
Como sabes esta costra de la sociedad no me induce a gastar las teclas de mi maltrecho ordenador.
pero estoy contigo, maldito cacaguagua!!!
Publicar un comentario