Movimiento
lunes, diciembre 16, 2013
En el ángulo muerto Vol. 212
Recopilación
El detective disculpó al agente Esteban indicando que le
había encargado una investigación para quedarse así toda la jornada en la
Central intentando preparar el terreno para sus pretensiones. Pasó el día
rellenando informes, hablando con sus superiores y cerrando líneas de trabajo
para después pedir más tiempo para resolverlas; todo giraba en torno a una
pequeña simulación que debía mostrarle tremendamente atareado, casi desbordado.
Es decir, quería contar con todo el tiempo posible para la persecución que se
había propuesto sin que nada externo le perturbase. En apariencia, al menos
para sus compañeros, estaba inmerso en un momento de gran actividad y esa
simulación le venía estupenda para que nadie se metiese en sus asuntos. Nadie
quería que le salpicase el trabajo exagerado que parecía tener encima.
Al fin de su jornada pasó por el almacén de material con una
bolsa de deportes, conocía al tipo encargado de custodiar la entrada y le debía
un par de favores. Cuando el otro le vio llegar ya se imaginó lo que iba a
suceder, cambió su expresión a una mueca de resignación y esperó pacientemente
a que Vázquez llegase a su altura. Le recibió con un lacónico: - ¿Qué es lo que
quieres ahora? El otro recibió el comentario con una sonrisa, le indicó que
necesitaba instrumental para realizar escuchas y el encargado le respondió con
gesto contrariado y un resoplido. Le dijo que era imposible, que para conseguir
lo que quería resultaba necesaria una autorización judicial y que podría perder
su puesto si se descubría que le ayudaba en un asunto como el que le proponía. El
detective sabía qué teclas tocar y comenzó a insistir recordándole la última
ocasión en la que le había recibido buscando ayuda, el otro meneaba
la cabeza resistiéndose pero Vázquez sabía que era un asunto hecho; solo
tendría que seguir insistiendo un poco más para lograrlo. Sin embargo, las
reticencias eran más acusadas que en ocasiones anteriores y parecía ser que el
motivo estaba en que en los últimos tiempos habían realizado inspecciones
sorpresa; el tipo parecía haberse cerrado en banda.
Prácticamente estaba rogándole cuando el otro pareció
recordar algo, le explicó que tenía un montón de trastos obsoletos que iba a
tirar, quizás ahí lograse hacerse con algo de lo que buscaba. Le llevó hasta un
cuartucho aledaño al almacén y, con una sonrisa socarrona, le dejó rebuscar a
sus anchas en una pila de artefactos que había en una esquina. El detective recibió
la noticia con resignación, parecía mejor que nada pero dudaba de que fuese
capaz de encontrar algo válido entre esa montaña de basura electrónica. Había
todo tipo de artilugios y el más reciente debía tener unos treinta años,
ninguno parecía estar en su momento óptimo de utilización; más bien, todo lo
contrario, parecían haber sido usados hasta su destrucción.
Se sentó en el suelo polvoriento y comenzó a discriminar
entre toda la cacharrería acumulada, tiró de un cable y el conjunto se desplazó
hacia él amenazadoramente. Desistió pues estaba claro que iba a terminar
enterrado bajo todo el peso de esa rancia tecnología, sería preferible ir
deshaciendo el ovillo poco a poco antes de que ocasione un problema más grave.
Hizo un conjunto aparte, un cable, un micro, un dispositivo que no sabía lo qué
era y, al otro lado, iba tirando todo lo que estaba desahuciado. Finalmente, se
hizo con un grupo de elementos de entre los que tendría que buscar aquellos que
resultasen adecuados para los fines que se había propuesto. Se despidió de su
compañero y se fue a casa, cuando Eva se acostase podría probar todo lo que
había recopilado.
Por segunda ocasión en esa semana llegaba pronto, la cara de
satisfacción de Marcos fue la mejor recompensa que pudo encontrar cuando abrió
la puerta. Pudo dedicarle un tiempo precioso que sabía no iba a tener la
posibilidad de emplear en las siguientes semanas, después le acostó y esperó
pacientemente a que su mujer se quedase dormida.
Nacho Valdés
viernes, diciembre 13, 2013
Out the air
Nadie mejor que Iggy Pop para ejemplificar la caída en el hartazgo de este espacio...
Buen fin de semana.
Buen fin de semana.
lunes, diciembre 09, 2013
En el ángulo muerto Vol. 211
Angostura
Más que un estudio, se trataba de un pequeño zulo estrecho y
de techo inclinado en el que un ventanuco ofrecía algo de claridad intentando
descongestionar el ambiente. El detective Vázquez no daba crédito, tenía la
impresión de haber sido estafado por la espabilada mujer que había acabado con
sus fondos. Aún así, pensó que era mejor que nada y, por supuesto, superaba la
expectativa de quedarse toda la noche en el coche sufriendo el riesgo de ser
descubierto. Ahí refugiados podrían continuar con la investigación y no
pasarían por tantas penurias.
Dio un paso y el suelo crujió de manera exagerada o, al
menos, eso es lo que le pareció en la atmósfera de silencio en la que se
encontraba. Con sumo cuidado, realizando movimientos nimios, se acercó a la
ventana y cayó en la cuenta de que el cristal estaba roto y dejaba pasar una
ráfaga de viento fresco que helaba la estancia. El lugar estaba ocupado por una
mesa que a duras penas se mantenía sobre sus patas, totalmente destrozada y
utilizada para infinidad de trabajos que habían acabado con su pintura y
barniz. Se apoyó sutilmente y el tablero osciló, hizo un movimiento un poco más
brusco y comprobó que a pesar de su aspecto y aparente fragilidad el mueble
podría aguantar. Con una banqueta o una silla continuarían con sus sesiones de
vigilancia, se propuso traer algo de su casa pues sabía que si le pedía algo a
la portera ésta le dejaría sin un céntimo. Lo más característico era el olor a
humedad, la cubierta del edificio estaba sobre su cabeza y las paredes de
madera estaban cubiertas de una capa grisácea que aparentaba ser moho. No se
preocupó demasiado por el asunto pero sabía que no era lo más conveniente para
que un lugar fuese considerado salubre, solo tendrían que mantener el agujero
de la ventana sin cerrar y así circularía algo de corriente. Otro detalle era
que todo estaba cubierto por una capa sutil de plumas de paloma, estaba claro
que algún pájaro había anidado en ese espacio. Sobre la mesa y por el suelo se
podían observar restos de heces y el conjunto, aunque desalentador, suponía un
avance con respecto a lo que tenía con anterioridad.
Se arrodilló y acercó su cara al suelo de madera cubierto de
polvo y plumón, pegó su oreja y con la satisfacción de saber que tras esos
escasos centímetros se encontraba don Manuel se mantuvo unos segundos a la
espera. Por fin, tras unos instantes escuchó algo de actividad en el piso de
abajo, se percibía una conversación atenuada de la que no se distinguían los
detalles pero en la que se notaba el tono autoritario y cascado de su presa.
Estaba tremendamente satisfecho, eso sí que era un premio a la constancia que
había demostrado y, a partir de ese punto, podría indagar las conversaciones
que se mantenían debajo de ese pavimento de madera.
Estaba deseoso de comenzar el trabajo, tendrían que
conseguir algo de equipo y para eso tenía que pasar antes por la Central y
retirar algo de lo que tenían en el almacén. Se limpió los pantalones, salió
entornando la puerta y se aproximó a las escaleras que llevaban al montacargas.
Antes de dar ningún paso escuchó con atención y ese breve lapso le permitió
ponerse en alerta y deshacerse de la relajación que le había provocado la
alegría experimentada. Olía a tabaco, resultaba inconfundible. Alguien estaba
echando un cigarro en el descansillo y lo más probable es que se tratase de
alguno de los guardaespaldas de don Manuel. Se quedó paralizado, tendría que
esperar mientras el tipo pasaba el rato. Oyó el ruido de las teclas de un
teléfono móvil, el hombre que estaba a escasos metros comenzó a hablar con tono
meloso con la que debía ser su pareja. Le explicó que no podría ir a su casa en
varios días, que se tenían que quedar parapetados en el edificio durante un
tiempo indeterminado y le pedía a la otra persona con la que conversaba que
tuviese paciencia, que en poco tiempo cobraría por ese trabajo y podría tomarse
un tiempo de descanso. Le dijo que no sabía exactamente qué era lo que sucedía
pero que no podían alejarse de su contratante, que debía mantenerse en el
puesto hasta que le dijesen lo contrario. Por último, se despidieron y se
escuchó el sonido de la puerta al cerrarse. El detective aprovechó ese instante
para alcanzar el montacargas, ya sabía que don Manuel no parecía tener planes
para moverse.
Nacho Valdés
lunes, diciembre 02, 2013
En el ángulo muerto Vol. 210
Conversaciones
Gracias a su formación y experiencia tuvo la destreza para
coger a la mujer del brazo y meterse con ella en la portería. La empleada, de
una edad indeterminada que podría ir desde los cincuenta a los setenta, lo miró
anodinamente y se dejó llevar dócilmente por el hombre que había intentado
interceptar; no aparentaba preocupación. Cuando el detective Vázquez le indicó
que era policía, la otra le dijo que ya lo sabía de sobra y que llevaba tiempo
observando cómo vigilaba el edificio. Su tez se volvió blanca al instante,
¿habría puesto sobre aviso a don Manuel? Rápidamente, al ver la cara de su
interlocutor, la portera desmintió esa posibilidad. Le explicó que simplemente
se dedicaba a realizar su trabajo que, entre otras cosas, consistía en ver, oír
y callar. Es decir, estar al tanto de todo lo que sucedía en la finca y sus
aledaños. Y eso, por supuesto, incluía conocer todo lo relativo a los
inquilinos y visitas.
El detective creyó intuir un brillo en los ojos de la mujer,
las gafas desfasadas y cargadas de dioptrías no le permitieron comprobarlo a
ciencia a cierta. Le pidió que le mostrase el camino hacia los trasteros que
había visto desde el exterior, la portera le explicó que se trataba de pequeños
estudios que, en algunos casos, habían sido unidos a la vivienda a la que
pertenecían. Se trataba de unos estrechos reductos que, antiguamente, fueron
utilizados para tener un espacio para el servicio o un rincón en el que
refugiarse. De todas formas, se negó en redondo a hacer lo que le pedía, le
explicó que podría meterse en un lío si permitía que cualquiera entrase y
circulase libremente por ahí sin aclarar de quién se trataba. El detective sacó
su placa, pensó que con eso sería suficiente, pero la señora, lejos de
amedrentarse, le pidió una autorización para la supuesta investigación que
quería llevar a cabo. Vázquez lo entendió a la perfección, se quedó un instante
pensativo y sacó de la cartera un billete de cincuenta euros que su
interlocutora guardó con avidez después de echar un fugaz vistazo alrededor. Le
indicó que todas las semanas habría un billete igual si colaboraba, únicamente
tenía que facilitarle la entrada al edificio a él o a su compañero e informar
de cualquier novedad que pudiese darse en relación al inquilino del último
piso. La portera negó con la cabeza, consideraba que eso era demasiado riesgo
para tan escasa recompensa y volvió a extender la mano en busca de más dinero.
El detective Vázquez, después de torcer el gesto, rebuscó en su cartera y sacó
veinte euros. La mujer observó el billete con desaprobación y mantuvo la palma
abierta a la espera de algo más, el policía repitió la operación y completó la
cantidad hasta llegar a otros cincuenta euros. Por fin se dio por satisfecha,
cerró la portería y salieron juntos.
Apresuradamente le aclaró que el edificio contaba con más
entradas, por el callejón posterior podrían acceder discretamente al tratarse
de la puerta usada para servicio y entregas. Por el módico precio de veinte
euros podría conseguirle una copia de la llave así que, con cierta desgana y
frustración, el detective volvió a buscar en su billetera cada vez más menguada
de fondos. Fueron al acceso que le había indicado y le señaló un montacargas
que podrían usar para pasar desapercibidos, así no tendrían que subir todos los
pisos o utilizar el otro ascensor quedando expuestos a ser descubiertos. Se
metieron los dos en el estrecho elevador y, aguantando el olor a rancio y
cerrado que emitía la portera, llegaron hasta el último piso. El último tramo,
aunque mínimo, tendría que hacerlo a pie y corrían el peligro de cruzarse con
don Manuel o alguno de sus sicarios. Debía buscar alguna solución para esa
contingencia. Por último, llegaron hasta la puerta del estudio que quería
supervisar el detective. La llave estaba echada y tuvo que prometer otros
veinte euros para lograr otra copia, el hombre sabía que estaba en manos de esa
avariciosa anciana que no dejaba pasar ninguna oportunidad de sablearle. De
manera excepcional, y puesto que ya había aflojado bastante dinero, la portera
le abrió la cerradura y volvió a sus tareas para que Vázquez estudiase el
espacio. Justo antes de entrar, un fuerte olor a humedad hizo que se lo pensase
dos veces.
Nacho Valdés
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