viernes, diciembre 02, 2011

En el Backstage Vol. 32


Aullidos a la luna llena

El mes de noviembre llegaba a su fin, no sé si con luna llena o no, y el Perro se acercaba por la cuenca del Turia para mostrarnos de lo que es capaz. Nos emplazó en el teatro Olympia y, situándonos en la primera fila como ha atestiguado la prensa local, disfrutamos de Juan Perro o, para aquellos que le conozcan por su nombre auténtico, Santiago Auserón. Yo, que no soy muy amigo de los conciertos lejos de las salas, debo confesar que el recital que nos presentó se adecuaba perfectamente al añejo lugar donde nos había citado. De hecho, seguramente debido a la solemnidad de butacas y adornos y a que no se podían beber copas, fue totalmente apropiado hacerlo en tal ubicación puesto que la noche se presentaba acústica y si el sonido o el público no acompañan puede traer problemas para la audición y, por supuesto, el deleite. Esa noche no tuvimos ninguna complicación, disfrutamos íntegramente de este personaje magnético que nos llevó sin dificultad a su terreno.
Santiago apareció puntual acompañado de un sombrero que provocaba que se mostrase más elegante si cabe, a sus cincuenta y siete años este artista sigue cumpliendo años como si el tiempo no pasase por él. Lo primero que hizo con un discurso pausado y culto fue crear el ambiente propicio para que, de alguna manera, conectásemos mágicamente con lo que nos tenía preparado. La atmósfera en penumbra, su cercanía y su carisma consiguió lo que se proponía e hizo de ese teatro una reunión de fieles al Perro que se dejaron llevar por su lírica musical. Yo, que no era seguidor de Santiago, debo decir que me sorprendió más que gratamente y que me hizo disfrutar muchísimo con su actuación. Hizo de la parquedad de la puesta en escena y de la propuesta acústica un valor más que un obstáculo y, de esta manera, logró la intimidad necesaria para llevarnos con él al terreno de sus letras trabajadas y ambiguas que no dejan indiferentes por su sencillez y, en algunos casos, profundidad. Pues es lo que hace este tipo, construir algo sencillo y en apariencia sin pretensiones que, sin embargo, cala en el espectador hasta lo más profundo de su ser. Así, consigue algo que siempre se me ha antojado complicadísimo; hacer lo difícil fácil sin aparente esfuerzo.
A nivel musical estuvo acompañado a la guitarra por Joan Vinyals, un maestro del instrumento de cuerdas que me dejó entusiasmado. Se atrevió con todo tipo de suertes y arreglos y llevó la voz cantante en el tema de las seis cuerdas; los ligados, bendings y demás recursos fueron utilizados con precisión cirujana y con el alma necesaria como para llenar el teatro con su sonido. Fue increíble cuando el tipo, después de que Santiago le diese entrada, realizó una serie de adornos que iba tarareando para después traducirlos por medio de la acústica. Santiago, que también iba armado con guitarra propia, hizo de acompañante y estuvo a la altura de la noche ejecutando las piezas desde un ángulo más sencillo. Donde no escatimó en esfuerzos fue en uso de su mejor recurso: la voz. A pesar de que estaba constipado y un tanto amarillento, cantó maravillosamente y con una calidad de la que pocas veces había sido testigo en directo. Con su estilo personal recorrió éxitos pasados y presentes e incluso se arrancó a capela sin ayuda de la amplificación. Ese fue uno de los mejores momentos, cuando se acercó a las escaleras de subida al escenario y lo dio todo sin necesidad de ayudarse de ningún recurso electrónico. Increíble.
Por otro lado, este concierto me ha permitido entender una de las opiniones controvertidas de un buen amigo. Comprendí como la autenticidad de Santiago, que ha viajado por todo el mundo en busca del son cubano, los sonidos africanos, el rock and roll americano y el blues de raíces de Nueva Orleans, es llevada hasta un idioma común que nos permite comprender estos sonidos foráneos pero desde la voz española. Es decir, Santiago hace de la fusión una realidad cuando convierte estas músicas populares de lejanos lugares en algo propio que podemos comprender gracias al uso de un idioma y un contenido con el que compartimos un legado cultural que nos llega mediante las letras que construye. De esta forma, he visto el mérito que conlleva el hacer uso de recursos extraños para hacer música en español pues lo fácil sería el utilizar el inglés para acercarse a estos ritmos tan apartados de la península.
En definitiva, una enorme noche en la Santiago aulló a la luna de los focos y en la que nos hizo vibrar con todo el talento que atesora en su distinguida figura.

Nacho Valdés

4 comentarios:

Muchacho_Electrico dijo...

Querido Amigo
Has sabido transmitir perfectamente con tu escrito lo que vivimos esa noche de luna llena.
Como canta Santiago en una de sus canciones "alabados sean los pies del viajero, la huella sonora que persigo yo".

Abrazos

Muchacho_Electrico dijo...

COMNATR??????

Sergio dijo...

JP es un grande.
Músico referente en cualquiera de sus miles de pieles. Ratón de biblioteca, tutorando de Deleuze y místico cotidiano aragonés.
Un ejemplo de talento desbordante.

Buena crítica a la que solo hago un inciso tiquismequero: Yo cambiaría el orden de las palabras "secillez" y "profundidad" en la frase "...el terreno de sus letras trabajadas y ambiguas que no dejan indiferentes por su sencillez(profundidad) y, en algunos casos, profundidad(sencillez)".

Aunque claro esto es una cosa personal...

Muchacho_Electrico dijo...

ohhh, que tiquismiquis