lunes, agosto 23, 2010
En el ángulo muerto Vol. 68
Salvación
Confirmándose mis peores temores mi barco no fue capaz de llegar a Isla Decepción, de hecho no tengo ni la más remota idea de a dónde han sido capaces de llegar sin mí ni mis más inmediatos subalternos.
Al hacerse evidente que nuestro destino se convertía, a cada día que pasaba, en una quimera inalcanzable la tripulación decidió atajar el problema. Primero fueron llegando las protestas de manera indirecta, señales inequívocas de que la confianza de mis hombres se iba socavando con la sed y la falta de perspectivas. Las acaloradas discusiones que mantuve con el piloto acabaron filtrándose, y éste, atemorizado ante la posibilidad de cargar con la responsabilidad del desastre que se avecinaba decidió poner en alerta a los hombres. Estos, armándose de valor y levantándose contra la mano que les da de comer, me hicieron prisionero junto con mi jerarquía más inmediata. No fue necesario un derramamiento de sangre pues intenté apelar a la unidad y a la necesidad de que nos mantuviésemos inquebrantables ante la posibilidad de quedar abandonados sin rumbo. No fue posible llegar a un entendimiento, me despojaron de mi armamento y autoridad. Realizaron un juicio sumarísimo en el que mis inmediatos ayudantes fueron ejecutados sin miramientos, les colgaron, sin posibilidad de defenderse, del velamen y los dejaron allí como escarmiento para cualquiera que pensase en la posibilidad de recuperar el régimen anterior. Para mí reservaron algo peor, aunque creo que la providencia y su falta de decisión fue lo que me salvó.
Tras unos días en los que me mantuvieron encerrado en mi camarote casi sin agua ni comida, se avistó por fin tierra. La alegría desbordante dio paso a la inseguridad por las acciones que habían realizado, tenían miedo a ser colgados por alta traición en cuanto llegasen a puerto. Sus terrores se disiparon en cuanto se dieron cuenta de que seguíamos sin rumbo, que habíamos llegado a unos islotes desérticos que no aparecían en las cartas que portábamos. Esa fue la ocasión que utilizaron para desprenderse de mí, fui abandonado en uno de esos peñascos con un simple odre de agua que me permitió resistir para recomponer mi mente en busca de salidas. Me lanzaron al agua y llegué exhausto a la costa, me quedé absorto mirando como la que había sido mi embarcación se alejaba huérfana de autoridad sin rumbo determinado.
La roca en la que me abandonaron resultó ser parte de un pequeño atolón en el que los islotes se unían mediante lenguas de arena con poca profundidad. Me resultó muy sencillo alcanzar una isla de mayor envergadura, simplemente tenía que atravesar los puentes arenosos que la buenaventura me tendía para que alcanzase un lugar más adecuado. Encontré un lugar con vegetación y, lo más importante, agua potable, que me permitió sobrevivir los primeros días. Me puse inmediatamente a trabajar en mi salida y, tras muchos intentos infructuosos, fui capaz de hacer fuego con la broza que estaba a mi disposición. Me llevó un tiempo indeterminado, que me resultó eterno, el conseguir hacerme con el que se había convertido en mi hogar. A mi alcance se encontraba una abundante provisión de frutos que fueron mis primeros alimentos sólidos, las charcas naturales que se creaban entre las rocas me ofrecían pescado que quedaba atrapado con la marea baja. Llegué a construir un refugio que me dio techo durante las lluvias que periódicamente azotaban ese rincón del mundo y, se puede decir, que había hecho de mi condena una esperanza.
Tenía la seguridad de que, a pesar de que mi ubicación no estaba recogida en las cartas, tarde o temprano pasaría alguna embarcación militar o comercial que me permitiese regresar algún día junto a los míos. Como no podía ser de otra manera, llamé a mi pequeño trozo de tierra Isla Esperanza, pues no podía sucumbir a las oscuras ideas que la soledad llevaba a mi mente. Únicamente me quedaba esperar y estar preparado para cuando algún barco pasase cerca de mi Isla pero, lo que realmente deseaba, era que mi tripulación hubiese llegado a salvo a algún puerto. Tenía la seguridad de que algún día los vería a todos colgando del cuello.
Nacho Valdés
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4 comentarios:
Pues poco a poco volvemos a la normalidad. Bienvenido, otra vez tendremos los lunes un poco menos vacíos gracias a tus relatos.
Éste, por ejemplo, va en la tradición de las inolvidables historias de aventuras que llenaron de fantasía nuestra niñez/juventud ¿seguiremos las peripecias de nuestro -aún no bautizado- protagonista?. Vivir en una isla puede dar para mucho (salvo que te nominen y te expulsen)...
Vuelven los relatos. Mala señal, el verano se acaba. Pero bueno la historia gusta mientras se espera el siguiente capítulo. Supongo este ese el regreso a la normalidad.
Íbamos a isla decepción y hemos terminado en isla esperanza. Yo, en las postrimerías de Agosto, no me siento capaz de comentar una metáfora tan optimista. Pero me alegro de volver a leerte. Algo bueno en ce retour à la normale.
pretty cool stuff here thank you!!!!!!!
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