lunes, abril 26, 2010

En el ángulo muerto Vol. 56


Reservado

El conductor se metió por una de las callejuelas de la sucia ciudad, le pregunté en inglés que adónde se dirigía. Me hizo unas señas mezclando mandarín con inglés y creí comprender que habíamos llegado a nuestro destino, estacionó frente al portón metálico de un garaje y a los pocos segundos un par de chinos estaban abriéndonos paso. Con una sonrisa plagada de manchas oscuras pareció indicarme que nuestro viaje había terminado. No me di por aludido, me quedé con cara estúpida en mi asiento esperanzado en que la situación variase y me llevase a la fábrica que supuestamente iba a visitar. Me dijo a duras penas, con un inglés más que defectuoso, que éste era nuestro destino. Agarré mi maletín y salí al exterior.
Esperando a pocos metros estaban los solícitos orientales que habían abierto la puerta, parecían esperar alguna señal de mi parte, como si no se atreviesen a saludarme si yo no daba el visto bueno. Evité la suciedad que se amontonaba a mi alrededor y tendí mi mano al primero de ellos, su cara se iluminó con los pocos dientes que le quedaban; el otro esperaba su turno para mostrar su hospitalidad, ambos me dijeron algo que no alcancé a entender. Me encontraba un tanto aturdido por el viaje, por lo que le pedí al chófer que les pidiese explicaciones de cuál era el motivo de nuestra presencia en ese sórdido callejón. Solícito se dirigió a los que nos habían recibido y estos comenzaron a sonreír y, en apariencia, dar explicaciones. Me dijo que debía ir con ellos para que me llevasen con el dueño de la factoría que había ido a visitar, le pedí que me acompañase y, tras acordar una nueva tarifa para sus servicios, accedió.
Atravesamos entre sonrisas y algún que otro empujón para que apurase el paso esa parte de la ciudad, a los cinco minutos de haber partido ya estaba completamente desorientado. Tenía la vaga impresión de que lo que deseaban era confundirme, darme un par de vueltas para que no fuese capaz de pedir ayuda cuando me asaltasen. Alejé esas ideas de la cabeza e intenté concentrarme en la búsqueda de referencias por si se daba el caso de que necesitase huir. Tras un tiempo indeterminado, durante el que vagué tras mis anfitriones, llegamos al que parecía ser nuestro destino. Se trataba de una casa de tres alturas en estado de semiabandono, un rótulo escrito en caracteres orientales parecía indicar que se trataba de un restaurante o algo parecido.
Entré con decisión, esperando encontrar a alguien que me recordase la forma de hacer las cosas en occidente, en su lugar me vi en un local vacío aunque extrañamente ordenado y aseado en comparación con el exterior. Me empujaron a una habitación que estaba en la parte trasera, una especie de reservado en el que me esperaban unos chinos trajeados entre los que reconocí el dueño de la factoría. Todos se levantaron en cuanto me vieron, me estrecharon sus manos cuajadas de sonrisas y me ofrecieron un asiento. El chófer se había quedado fuera y el resto sólo hablaba mandarín, gesticulando me indicaron que eligiese algo de beber. Me cargaron el vaso de cerveza, que al menos estaba fría, y comenzaron a brindar sin parar al tiempo que me ofrecían todo tipo de platos extraños. Intenté entablar una conversación en todos los idiomas que conocía pero no resultó posible, únicamente me obligaban a comer y beber sin tregua. Perdí la noción del tiempo y, más tranquilo, me abandoné a la singular situación en la que me encontraba. Todos parecían pasárselo en grande mientras no paraban de salir platos de la cocina, comían sin parar y me obligaban a brindar con la aparente intención de que me lo pasase en grande. Incluso, cada cierto tiempo, asomaba una cara oriental por la puerta para observarme con expresión sorprendida.
Al cabo de lo que a mí se me antojó una eternidad, durante la que no me dejaron ni un instante de tregua, todos se levantaron de la mesa y, sin previo aviso, salieron al exterior. Sin que nadie me hiciese ninguna señal les seguí fuera, las risas habían cesado y comenzaron a caminar a buen ritmo. Fui detrás de ellos, atravesamos la calle y acabamos en una especie de despacho trasnochado en el que me ofrecieron uno de los mejores sitios. Me pusieron un té ardiendo y un intérprete que habían contratado comenzó a mediar en las negociaciones, la ligera indisposición que arrastraba por el alcohol se disipó con la bebida caliente. Acababa de aprender cómo hacer negocios en oriente.

Nacho Valdés

6 comentarios:

laura dijo...

Creo que has reflejado muy bien una de las situaciones más surrealistas que hemos vivido en China. Me alegra ver que el vaije te he servido de inspiración. Enhorabuena, cariño!
Un besazo.
Laura.

raposu dijo...

Muy interesante, se ve que has traído la maleta mucho más llena que a la ida.

Enhorabuena.

Muchacho_Electrico dijo...

yo tambien quiero ir de VAIJE a china

Sergio dijo...

Ya te digo. Hay que ver cómo dan de sí los chinorris.
Estupenda historia bien amigo y compañero de, por los menos, 8 horas diarias.

paco albert dijo...

El comercio es el motor de la civilización. Si no ni nos hablaríamos. No sé por qué los cuentos chinos gozan de tan mala reputación... o sí.

Anónimo dijo...

Hola!!!
Por fin libre del bloqueo chino.. Me alegra ver que has pillado la onda chinesca. Ahora me entiendes mucho mejor y comienzas la iniciación de Samurai.
Para la próxima visita nos moveremos a tierras de la China profunda, templos donde nació el Kungfu y otras capitales más punteras. Creo que descubrirás que son unas "honorables personas" en su mayoria a pesar de que sea más fácil cruzarse con los que son unos HP.
Me encanto la visita y se os echa de menos..

A cuidarse!!!

GBD