lunes, abril 19, 2010

En el ángulo muerto Vol. 55


La perla de oriente

El coche destartalado parecía a punto de explotar; los bajos casi rozando por el sobrepeso, la velocidad prácticamente nula en las cuestas y los bultos asomando por todos los espacios. A su paso iban dejando una nube de humo negro que delataba que el motor estaba dando los últimos estertores, Wang tenía fe en que llegarían a la ciudad, que su vetusto vehículo aguantaría hasta Shanghai. Acometieron un repecho, con suma dificultad lo coronaron y el coche pegó una especie de estallido del esfuerzo. Quedó clavado en la carretera. Miró al asiento trasero donde estaba su mujer embarazada y le sujetó la mano con fuerza, después salió y empujó hasta el arcén.
Abrió el capó y se dio cuenta de que no había solución, el aceite quemado escapaba del motor, algo se había roto y era consciente de que no tenía arreglo. Antes de darle la noticia a su esposa miró hacia la ciudad, estaba sumida en una especie de bruma parte polución y parte la neblina que llegaba de la bahía. Pero entre todos los edificios sobresalía uno, la torre de la televisión que era lo que le había impulsado a viajar de su remoto pueblo hasta la gran urbe. Lo había visto en imágenes y había quedado impresionado, era el orgullo del gobierno chino, una de esas obras de ingeniería que provoca la satisfacción del pueblo.
Consideraba que si querían prosperar tenían que emigrar a una zona con oportunidades, a un lugar en el que el único futuro no fuese labrar los campos. Lo habían dejado todo para el último instante, habían ahorrado lo que habían podido y dejaron atrás la casa familiar plagada de recuerdos. Vivían de los campos, del cultivo, una vida dura que había provocado que el padre de Wang no llegase a viejo. Murió con la espalda encorvada, con las manos trituradas y soñando con una vida mejor que estaba empezando a despertar algunas zonas de China.
Volvió al coche, su mujer respiraba con agitación, le miró con preocupación pidiendo ayuda. Sacó los bártulos que poblaban el asiento trasero, y ayudó a que se recostase, le sujetó la cabeza unos instantes sin saber qué hacer. Miró a su alrededor y el paisaje le resultó yermo, vacío, sin nadie en kilómetros a la redonda. Sacó su teléfono pero no sabía a quién llamar, no conocía el número de emergencias y se sentía perdido lejos de su pueblo. En breve comenzaría a refrescar, la noche estaba cayendo y decidió buscar protección para su mujer. Vació el maletero, sacó todas las maletas y pertenencias y montó una especie de barricada frente a la puerta del vehículo y en aquellas zonas en las que pudiese entrar el frío, sacó sábanas que le había regalado su familia y las puso bajo su esposa.
Nunca había asistido a un parto pero intuía que no podía faltar mucho, le quitó la falda que llevaba y comprobó alarmado que la situación se aceleraba. Su mujer intentó tranquilizarle, aunque los dolores provocaron que estallase en gritos. Wang no sabía qué hacer, sólo podía mirar y aguantar el brazo de su mujer en un intento de tranquilizarla. Ella se aferraba como si tuviese garras, se sujetaba a su antebrazo hasta levantarle la piel. Empezó a respirar con ritmo, con bocanadas enormes y los ojos abiertos como platos. A pesar de resultarle increíble, Wang estaba siendo testigo del nacimiento de su primer hijo; aprereció la cabeza lentamente y dio la impresión de atascarse, nervioso no sabía si agarrarla, esperar o cómo actuar. Se limitó a rodear el cráneo con las manos, esperando que asomase un poco más y que no cayese al suelo. Con el ritmo respiratorio parecía emerger, era como si cada bocanada de aire empujase al bebé. Parecía estar de nuevo atorado, pero un empujón provocó que el recién nacido, prácticamente entero, saliese hacia las manos de su padre. Sin ni siquiera contar el cordón lo envolvió en la sábana y se lo entregó a la madre que parecía estar tranquila, como con una especie de mueca de felicidad. Echó un vistazo al sexo del bebé, era un varón. El rostro de Wang se vio surcado por una sonrisa, era el primer niño de la familia que crecería en la ciudad.

Nacho Valdés

1 comentario:

raposu dijo...

Esperábamos que el viento del Este entrarar en tus narraciones...

Bonita historia.