lunes, febrero 15, 2010

En el ángulo muerto Vol. 47


Ambición

Cuando era pequeño, como a todo niño, me daba la impresión de que el mundo rotaba a mi alrededor, de que todo se reducía a mi pequeño e infantil punto de vista. Por supuesto, con el paso de los años, cambié esta postura. Me vi obligado a abrirme al exterior y encontrarme con los demás, con el orbe, con lo que me rodeaba. Esta experiencia, lejos de cerrar mis pequeñas expectativas, las avivó. Tuve la impresión de que todo lo que estaba circundándome era mediocre, que yo estaba por encima de la media y que, de alguna manera, estaba destinado a cambiar las cosas.
Por supuesto era autodidacta en mi formación, consideraba que nadie estaba facultado para ilustrarme, que yo mismo sería capaz de lograr y alcanzar el nivel intelectual y creativo que ansiaba. La literatura era mi válvula de escape, un trabajo solitario en el que en alguna ocasión me vi recompensado en varios certámenes literarios. Realmente lo que me gustaba del mundo de la ficción era el que no tenía que juntarme con nadie, que podía, sin ayuda externa, organizarme a mi manera. Me impuse una dinámica de trabajo ardua y entregada que me llevaba hasta la extenuación, mi intención era triunfar en el universo literario y hacerme un nombre que por lo menos me permitiese vivir de mi genio. Trabajaba como camarero algunas horas para sacar adelante el piso compartido en el que vivía, pasé enormes privaciones y tuve que recibir multitud de ayudas para componer mi primera novela sustentada sobre nicotina, cafeína e insomnio.
Por supuesto fue un completo fiasco. No hubo ningún interés por ninguno de los editores con los que contacté, se puede decir que mi debut no fue demasiado halagüeño. Finalmente logré sacar la publicación adelante, tuve que pedir un préstamo a un familiar y vender mi obra como pude entre conocidos, amigos y compromisos. La crítica, que por supuesto no era especializada, no fue demasiado benévola con el trabajo que tanto esfuerzo me había costado sacar adelante. Lo achaqué a la baja capacidad intelectual reinante en los demás, a la medianía en la que estaba inmerso. Supuse que si quería alcanzar el anhelado éxito tenía que rebajar mis pretensiones, darle al vulgo lo que deseaba. No me lo pensé más y, partiendo de la base de mi innegable potencial, me puse con mi nuevo cometido.
El dinero que había sacado de mi poco rentable publicación todavía aguantaba, tenía un remanente que me permitía malvivir en mi pequeña habitación. Decidí no pedir ayuda a nadie, robaría si fuese necesario, pero no volvería a pasar por la humillación de tener que rogar una limosna para aliviar la situación que atravesaba. El plan urdido era brillante por su sencillez y austeridad; no saldría de mi cuarto más que para lo que fuese estrictamente necesario y reduciría las comidas al mínimo posible para sobrevivir. La pérdida de peso hizo que mi rostro se demacrase y mi cerebro se abotargase por los múltiples programas rosas que veía en busca de la inspiración villana que me daría el pasaporte a la fama; era un trabajo titánico pero me veía en la obligación de hacerlo, de sacar adelante la que era mi única aspiración.
Encontré el argumento y me puse a escribir de manera febril, como si algún tipo de automatismo me dominase y me llevase a la creación convulsiva. Mi genio estaba desatado, la historia era un especie de triller policíaco con tintes de romance, algo que, en mi opinión, llegaría a todos los públicos.
Cuando hube terminado, tras meses de trabajo agotador, comencé a mover la obra entre los editores a los que conocía. El interés fue inmediato, mi novela estaba respaldada y parecía que había un interés profundo por parte del público. Rápidamente los ingresos se multiplicaron y se convirtió en la referencia literaria del año, estaba pletórico. Firmé un contrato que me ataba con la editorial para tres obras más, todas siguiendo el mismo estilo y esquema que el bombazo que había escrito.
El problema llegó con las opiniones vertidas respecto a mi trabajo, fue vapuleado y destrozado por los aparentemente sesudos intelectuales que se dedican a triturar el esfuerzo de los demás. Me vi sin fuerzas para continuar, no quería labrarme un destino oscuro en el que fuese uno más de entre los mediocres escritores de best seller. Caí en una terrible depresión que me llevó al incumplimiento de contrato y a una demanda por este motivo. Hoy por hoy, estoy a la espera de juicio mientras escribo estas líneas desde el pabellón psiquiátrico en el que estoy encerrado. Parece que en lugar de cambiar el mundo, ha sido éste el que me ha devorado a mí.

Nacho Valdés

2 comentarios:

paco albert dijo...

Qué interesante: individualidad, creación, producto y mercado... Por otra parte, el frenopático consagra, como cualquier otro aislamiento mítico (Salinger, etc). Yo prefiero tomar gin orillas de algún mar amable, aunque eso no sirva para cerrar un relato, claro.

raposu dijo...

Yo le hubiera recomendado cuatro o cinco horas diarias de TV. Inmuniza contra casi todo

¿Por qué creéis que lo de la Gripe A acabó en nada? La OMS estudia actualmente los efectos de ver Salvame, DEC, La Noria, etc.

Incluso algunos Telediarios.