domingo, agosto 31, 2008
domingo, agosto 24, 2008
Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 34)
En descomposición
La semana pasada tuvimos la desgracia de sufrir en España uno de los peores accidentes aéreos de los últimos años. Desde mi punto de vista, la actuación de los medios informativos ha sido más que cuestionable. El motivo de este juicio que emito se basa en varios puntos que considero se han abordado de un modo equivocado, aunque en este tipo de situaciones suele ser el modus operandi de los periodistas.
Por un lado, tenemos al informador cuyo cometido no es otro que hacernos llegar los datos que requerimos. En un primer momento, cuando la confusión campa a sus anchas, la labor de los medios se hace imprescindible para poner orden a las informaciones contradictorias que nos bombardean. Pero es en este instante cuando el periodismo hace patente su particular forma de actuar, es decir, se trata de personas que deben sacrificar su moralidad en pos de la noticia. Periodistas, que con toda seguridad, no hacen otra cosa que estorbar a víctimas y a equipos de auxilio por conseguir los testimonios que nos van a hacer llegar. Se necesita ser de una pasta especial para lograr mantenerse al margen del desastre y sacar una crónica. Hasta este punto estamos más o menos de acuerdo, necesitamos estar al día de lo que sucede y alguien debe realizar esta ingrata labor.
Si este accidente hubiese sucedido en otra época del año no hubiese sido para tanto, la cosa estaría zanjada en un par de días y los allegados de las víctimas podrían recogerse en su pesar sin necesidad de que les recordasen a diario lo sucedido. Pero por desgracia para ellos, en verano la noticia más apasionante suele ser la invasión de medusas o la ola de calor de la que todos los años nos informan. Por este motivo, los hechos acaecidos se exprimen hasta la saciedad y las conjeturas y análisis no dejan de sucederse en un sin fin de especiales dedicados al tema en cuestión.
En un primer momento, se ofrecen los datos de una forma aséptica. Pero según se suceden las jornadas el tema se va volviendo cada vez más agrio y complejo, los periodistas comienzan a trabajar y el desastre comienza tomar forma mediante nombres propios. Lo que hasta hace unos momentos eran números, se convierten en familias o personas con sus historias de infortunio a sus espaldas. Este es el punto donde se complica el asunto, considero que se produce una presión innecesaria a familiares y conocidos. La prensa, ávida de este tipo de información emotiva, busca lograr aquellas reacciones que más nos atacan a la sensibilidad. Me parece especialmente desagradable ver por televisión como una anciana que ha perdido a gran parte de su familia se deshace en añicos ante las cámaras. ¿No se trata de algo innecesario? ¿No ahondan de forma gratuita en el dolor ajeno? A mí no me resultan imprescindibles este tipo de emisiones, considero que se trata de una superficialidad informativa que únicamente sirve para hacer más daño a todos aquellos que necesitan rehacer su vida lo antes posible. Se busca acceder a aquellos lugares confidenciales que considero que cada cual debe vivir en privado.
Otro paso más se produce cuando las imágenes que heroicamente fueron tomadas instantes después de este tipo de accidentes salen a la luz. Esos aguerridos reporteros que dejando a un lado sus escrúpulos consiguen hacerse un hueco en el desastre, disparan sus cámaras y nos ofrecen lo peor de este tipo de accidentes. Todos nos imaginamos como puede quedar un cuerpo tras un accidente aéreo. ¿Por qué nos lo muestran de forma explícita? ¿Por qué tras unos días de respeto comienzan a mostrar los aspectos más morbosos? Esto es lo que debería quedar oculto, ningún allegado a las víctimas está preparado para enfrentarse a este tipo de consecuencias. Seguro que a nadie que se haya visto afectado por una calamidad de esta magnitud le ayuda ver los restos de seres humanos que quedaron desperdigados por todas partes, considero que eso no hace más que ahondar en una herida reciente.
Al final todo se reduce a lo de siempre: no hay noticia, no hay dinero. Si falta información, se baja a las más bajas cloacas humanas para rebuscar entre los desperdicios. Se utiliza la sensiblería más ruin y toda treta es buena con el fin de vender más que los demás. En cuanto huele a cadáver, este hatajo de supuestos cronistas no duda en poner en la picota la cabeza de todos los que han sido golpeados por el accidente. Llegará un día en que las propias autopsias serán retransmitidas con gran éxito de audiencia. Tiempo al tiempo.
La semana pasada tuvimos la desgracia de sufrir en España uno de los peores accidentes aéreos de los últimos años. Desde mi punto de vista, la actuación de los medios informativos ha sido más que cuestionable. El motivo de este juicio que emito se basa en varios puntos que considero se han abordado de un modo equivocado, aunque en este tipo de situaciones suele ser el modus operandi de los periodistas.
Por un lado, tenemos al informador cuyo cometido no es otro que hacernos llegar los datos que requerimos. En un primer momento, cuando la confusión campa a sus anchas, la labor de los medios se hace imprescindible para poner orden a las informaciones contradictorias que nos bombardean. Pero es en este instante cuando el periodismo hace patente su particular forma de actuar, es decir, se trata de personas que deben sacrificar su moralidad en pos de la noticia. Periodistas, que con toda seguridad, no hacen otra cosa que estorbar a víctimas y a equipos de auxilio por conseguir los testimonios que nos van a hacer llegar. Se necesita ser de una pasta especial para lograr mantenerse al margen del desastre y sacar una crónica. Hasta este punto estamos más o menos de acuerdo, necesitamos estar al día de lo que sucede y alguien debe realizar esta ingrata labor.
Si este accidente hubiese sucedido en otra época del año no hubiese sido para tanto, la cosa estaría zanjada en un par de días y los allegados de las víctimas podrían recogerse en su pesar sin necesidad de que les recordasen a diario lo sucedido. Pero por desgracia para ellos, en verano la noticia más apasionante suele ser la invasión de medusas o la ola de calor de la que todos los años nos informan. Por este motivo, los hechos acaecidos se exprimen hasta la saciedad y las conjeturas y análisis no dejan de sucederse en un sin fin de especiales dedicados al tema en cuestión.
En un primer momento, se ofrecen los datos de una forma aséptica. Pero según se suceden las jornadas el tema se va volviendo cada vez más agrio y complejo, los periodistas comienzan a trabajar y el desastre comienza tomar forma mediante nombres propios. Lo que hasta hace unos momentos eran números, se convierten en familias o personas con sus historias de infortunio a sus espaldas. Este es el punto donde se complica el asunto, considero que se produce una presión innecesaria a familiares y conocidos. La prensa, ávida de este tipo de información emotiva, busca lograr aquellas reacciones que más nos atacan a la sensibilidad. Me parece especialmente desagradable ver por televisión como una anciana que ha perdido a gran parte de su familia se deshace en añicos ante las cámaras. ¿No se trata de algo innecesario? ¿No ahondan de forma gratuita en el dolor ajeno? A mí no me resultan imprescindibles este tipo de emisiones, considero que se trata de una superficialidad informativa que únicamente sirve para hacer más daño a todos aquellos que necesitan rehacer su vida lo antes posible. Se busca acceder a aquellos lugares confidenciales que considero que cada cual debe vivir en privado.
Otro paso más se produce cuando las imágenes que heroicamente fueron tomadas instantes después de este tipo de accidentes salen a la luz. Esos aguerridos reporteros que dejando a un lado sus escrúpulos consiguen hacerse un hueco en el desastre, disparan sus cámaras y nos ofrecen lo peor de este tipo de accidentes. Todos nos imaginamos como puede quedar un cuerpo tras un accidente aéreo. ¿Por qué nos lo muestran de forma explícita? ¿Por qué tras unos días de respeto comienzan a mostrar los aspectos más morbosos? Esto es lo que debería quedar oculto, ningún allegado a las víctimas está preparado para enfrentarse a este tipo de consecuencias. Seguro que a nadie que se haya visto afectado por una calamidad de esta magnitud le ayuda ver los restos de seres humanos que quedaron desperdigados por todas partes, considero que eso no hace más que ahondar en una herida reciente.
Al final todo se reduce a lo de siempre: no hay noticia, no hay dinero. Si falta información, se baja a las más bajas cloacas humanas para rebuscar entre los desperdicios. Se utiliza la sensiblería más ruin y toda treta es buena con el fin de vender más que los demás. En cuanto huele a cadáver, este hatajo de supuestos cronistas no duda en poner en la picota la cabeza de todos los que han sido golpeados por el accidente. Llegará un día en que las propias autopsias serán retransmitidas con gran éxito de audiencia. Tiempo al tiempo.
Nacho Valdés (Desde una isla)
lunes, agosto 18, 2008
Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 33)
Tora, Tora, Tora
A mediados del siglo XX sufrieron una dolorosa derrota, los Estados Unidos habían utilizado la bomba atómica y el Japón se preparaba para años de oscurantismo inmerso en el período de posguerra. La población estaba lista para apretarse el cinturón y, debido a la caída del Imperio, la rígida mentalidad nipona se preparaba para un cambio de actitud que le procuraría su apertura a occidente. Lo que nadie podía sospechar es que un medio expresivo nacido, a pesar de tener ciertos antecedentes históricos, de la necesidad de superar el pesimismo reinante, se iba a convertir en la principal tarjeta de visita para que el País del Son Naciente fuese conocido en otras latitudes.
A partir de 1945 se comenzaron a comercializar, a bajo coste, las historietas Manga que hoy inundan el mundo occidental en todas sus posibles representaciones. En un principio se trataba de unos pequeños cuadernos que, con un lenguaje visual cercano al cinematográfico y guiones hilarantes, recogían historietas que se publicaban semanalmente. Uno de los factores que potenciaron el crecimiento del Manga fue, además de la situación histórica a la que respondían, la miserable retribución que percibían guionistas y dibujantes por su trabajo. ¿Y por qué era esto una ventaja? Pues muy sencillo, al rozar el umbral de la pobreza, estos trabajadores gozaban de absoluta libertad creativa ya que nada más se les podía exigir. Esto provocó que el interés de los lectores continuase creciendo.
A principios de la década de los sesenta, los antes repudiados creadores se comenzaron a convertir en estrellas literarias y cientos de miles de japoneses se interesaban por sus personajes favoritos. Esta demanda paulatina provocó el paso lógico del papel impreso a la pantalla, tanto cine como televisión se hicieron eco de esta nueva forma de expresión y la oferta manga comenzó a multiplicarse. En los setenta el mundo Manga ya comenzaba su tímida introducción en occidente, pero fue a principios de los ochenta cuando la invasión nipona se consumó con Akira. Fue el mismo Katsuhiro Ôtomo el que dirigió la película de animación, como base utilizó el cómic homónimo que había publicado en 1982. Esta película se convirtió inmediatamente en un éxito que provocó nuestra incondicional rendición a los creadores nipones; como una corriente de aíre barrieron lo que hasta ese momento era una rígida industria que llevaba años estancada, la última novedad había sido la muerte de Walt Disney en 1966.
Para aquellos que consideren que estoy exagerando, que no es para tanto, que hagan memoria; se darán cuenta de cómo esta parte de la cultura japonesa está inserta en nuestras vidas desde nuestro nacimiento. Sólo hay que hacer un breve repaso a la infinidad de series manga de las que hemos sido testigos para darnos cuenta de que la invasión se ha consumado y de que no hay marcha atrás posible.
Mis primeros recuerdos televisivos concernientes al mundo oriental, por lo menos los primeros que puedo identificar de manera fehaciente, se remontan a la mítica serie de animación Mazinger Z. Quién no recuerda la frase: “Puños fuera”, que profería un robot cabreado tan grande como un edificio. Después recuerdo, aunque a mí no me gustaba, la serie que mantuvo en vilo a todo un país a mediados de los ochenta; ésta no era otra que Candy, Candy, que encandiló tanto a niños como a adultos. Otras que llegaron tarde a nuestra televisión y que a mi me resultaban infumables eran las lacrimógenas Marco y Heidi, en estas series el culebrón y el dramatismo más exacerbado hacían sufrir a legiones de niños que con toda seguridad todavía no han podido recuperarse del daño psicológico que les causó esas terribles tragedias.
Después, por fortuna, llegarían los buenos tiempos para aquellos que nos interesaban otros temas menos dramáticos. A muchos que fuimos críos en los ochenta nos dejó marcados la gran serie de animación Scherlock Holmes. Recuerdo que todos los personajes estaban encarnados por perros y el protagonista, una especie de sabueso al estilo nipón, tenía un coche trucado que le ayudaba a resolver los crímenes más inverosímiles. Por supuesto, también existía un antihéroe a su medida: el profesor Moriarty. Éste, al ritmo que le marcaba su conocida carcajada (ja, je, ji, jo, ju), realizaba unos tremendos inventos con el fin de conseguir acabar con el conocido detective.
Después de esta primera oleada, vendría una segunda que todavía está afectando a los jóvenes actuales. Series como Dragon Ball, Caballeros del Zodiaco, Campeones, Chicho Terremoto, Juana y Sergio y demás animes que aún en la actualidad se siguen emitiendo.
La variedad de vertientes manga que existen son innumerables, van desde el género infantil hasta la pornografía o el gore, pasando por la acción o el drama. En la mayoría de los casos ya estoy desvinculado de estos temas, aunque, como siempre, existen excepciones. Sea por estilo o por temática, hay que reconocer que este modo de expresión tiene un especial atractivo, y no sólo en su vertiente cómic, sino también en su versión cinematográfica. Existen innumerables joyas de la animación japonesa que ya no recuerdo, pero lo que si os puedo recomendar es la obra de Hayao Miyazaki. Este autor lleva cerca de cuarenta años al frente los estudios Ghibli, tanto desde el punto de vista empresarial, como creativo. De la mente de este ya reconocido creador han nacido obras como: Porco Rosso, La Princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, El castillo ambulante y otras tantas de las que no recuerdo el título. En estas historias, que gracias a la magia del DVD podemos disfrutar en nuestra televisión, se mezcla el folclore tradicional japonés con argumentos modernos y una estética impecable. Recomiendo encarecidamente a todos aquellos que quieran aprender algo, aunque sea superficial, de estos desconocidos de ojos rasgados, que vean alguno de los largometrajes o series de este realizador. Estoy seguro de que no os arrepentiréis.
viernes, agosto 15, 2008
lunes, agosto 11, 2008
Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 32)
Fábula contemporánea
Además de su función más evidente, que es la de entretener y ayudar a pasar el rato sin mayores pretensiones, la televisión tiene más de un uso oculto. Trascendiendo el empleo al que está destinado el aparato, los usuarios hemos conseguido dotar a este objeto inanimado de una especie de espíritu que produce en la raza humana sensaciones encontradas que no se pueden experimentar de otra manera. Por lo menos eso es lo que les sucede a algunos sujetos que insertan este artefacto en sus vidas con el mayor de los absolutismos, como si no existiese nada más allá de este cubo de plástico y metal.
Siguiendo un orden cronológico de los hechos probablemente se logre entender mejor lo que pretendo explicar. Puesto que, como decía algún filósofo, para enfrentarse a una dificultad es fundamental dividir y ordenar cada uno de los elementos que la componen hasta donde nos sea posible.
En un principio, hay unos responsables del contenido televisivo que indican según su criterio cuales son los elementos a incluir en la parrilla televisiva. Estos se componen de un equilibrio de intereses que van desde la rentabilidad, hasta la intencionalidad de la programación. Hasta este punto todo más o menos normal; un negocio que se materializa en un electrodoméstico y en unos programas que producen cierto beneficio gracias a la publicidad.
El problema, por llamarlo de alguna manera, se encuentra cuando esta industria llega al que la consume, es decir, a nosotros.
Por poner un ejemplo, en algunos hogares, este aparato con su negocio incluido, se convierte en el principal educador de los niños a los que sus padres no pueden prestar atención por falta de tiempo o de voluntad. Quién no ha enchufado un rato la tele cuando su sobrinito ya empezaba a resultar pesado, o acaso no se suelen poner dibujos animados cuando ya no se sabe cómo entretener a los críos. En algunos casos puede suponer un alivio, te deshaces durante un buen rato del incordio y recargas energía para continuar bregando. Pero existen otros casos en los que el tema no queda tan claro. Progenitores que utilizan el invento para, de esta manera, no tener que hacer ningún caso a sus retoños que acaban siendo educados por una caja de la que salen imágenes. Si se tratase de contenidos adecuados la cosa no sería tan grave, incluso la televisión se podría convertir en un importante medio educativo (superando con seguridad a más de uno), pero estoy seguro que en la mayoría de los casos no se sigue ningún criterio a la hora de seleccionar lo que estas inmaduras mentes pueden recibir. Se consigue así darle al invento otra finalidad de la que originalmente su creador le había dotado.
Caso curioso es el que aquellos que consideran que salir en la televisión es lo mejor a lo que se puede aspirar en la vida. Además de otorgar automáticamente la razón, ya que cuántas veces habremos escuchado la sentencia que pretende acabar con cualquier discusión: “es que lo han dicho en televisión”. Estos elementos que son, desde mi punto de vista, auténticos catetos. Y por ellos no me refiero a la gente de pueblo con su sabiduría prístina y su sentido del honor, y tampoco estoy haciendo referencia a los urbanitas con su nuevo código que se nutre de los principales valores que han podido recoger de su pasado. Me refiero a aquellos que viven en tierra de nadie, a esa especie de fantasmas que no pertenecen a ninguno de los dos mundos, que no consiguen definirse en absoluto. Suelen vivir en el extrarradio y, a pesar de estar cerca de la ciudad y del campo, no consiguen absorber nada positivo. Todo lo contrario, toman todo lo negativo de ambas dimensiones y crean mediante su crecimiento desmesurado su propia quimera que invade los espacios que, hasta su llegada, se mantenían en paz. Supongo que no seré el único, pero yo he sentido verdadera vergüenza ajena con programas como el Diario de Patricia, Gran Hermano y cosas por el estilo. Pues este tipo de productos se nutre de todos estos perdedores que consideran que la calle y la televisión les va a dar toda la cultura que necesitan. Son tipos que se enfundan en su mejor chándal, se visten una camiseta ajustada, se ponen el flequillo para arriba y se cargan de oro para ir a proponerle matrimonio a la Vanessa ante las cámaras de televisión. Pobre chica, no sabe lo que se le viene encima.
El último caso que me ha llamado la atención es aquel en el que las personas de mayor edad se sienten desamparadas y encuentran en la televisión el mejor báculo posible para su vejez. Gente que en el mejor de los casos vive en su casa en soledad esperando que llegue la parca, que probablemente en otra época eran despiertos y extrovertidos pero que, en sus postrimerías, no les queda nadie nada más con quien hablar que el frío electrodoméstico. En estas ocasiones, aunque parezca cruel y, si no hay nada mejor, la fría compañía televisiva puede ser una especie de placebo para estas personas que se sienten solas.
Pero también se da el caso de aquellas residencias que, habiendo reparado en que a los viejos les sucede lo mismo que a los niños (en algunos casos se quedan hipnotizados viendo la tele), les ponen el aparato a los ancianitos para que estos se entretengan y no den demasiado la paliza. En estos casos, si no da la lata, si no se queja, no se le hace caso y todos contentos.
En definitiva, este invento ha trascendido su uso original y le hemos otorgado más funciones de las que en algunos casos desearíamos. Pero ya sea como canguro, como referencia vital, como acompañante o como aturdidor aquí se encuentra el inconveniente: hemos humanizado, dotándolo de vida, a un aparato que no merece tal estatus. En muchos casos se relegan las relaciones humanas para que algunos se imbuyan en la irrealidad que otros, como negocio, venden sin percatarse del daño que puede provocar si se trasciende su uso normal.
Por tanto, el problema televisivo no es tanto de aquellos que lo producen, sino de los que lo consumen de manera voluntaria. De alguna forma, todos somos culpables de lo que recibimos.
Además de su función más evidente, que es la de entretener y ayudar a pasar el rato sin mayores pretensiones, la televisión tiene más de un uso oculto. Trascendiendo el empleo al que está destinado el aparato, los usuarios hemos conseguido dotar a este objeto inanimado de una especie de espíritu que produce en la raza humana sensaciones encontradas que no se pueden experimentar de otra manera. Por lo menos eso es lo que les sucede a algunos sujetos que insertan este artefacto en sus vidas con el mayor de los absolutismos, como si no existiese nada más allá de este cubo de plástico y metal.
Siguiendo un orden cronológico de los hechos probablemente se logre entender mejor lo que pretendo explicar. Puesto que, como decía algún filósofo, para enfrentarse a una dificultad es fundamental dividir y ordenar cada uno de los elementos que la componen hasta donde nos sea posible.
En un principio, hay unos responsables del contenido televisivo que indican según su criterio cuales son los elementos a incluir en la parrilla televisiva. Estos se componen de un equilibrio de intereses que van desde la rentabilidad, hasta la intencionalidad de la programación. Hasta este punto todo más o menos normal; un negocio que se materializa en un electrodoméstico y en unos programas que producen cierto beneficio gracias a la publicidad.
El problema, por llamarlo de alguna manera, se encuentra cuando esta industria llega al que la consume, es decir, a nosotros.
Por poner un ejemplo, en algunos hogares, este aparato con su negocio incluido, se convierte en el principal educador de los niños a los que sus padres no pueden prestar atención por falta de tiempo o de voluntad. Quién no ha enchufado un rato la tele cuando su sobrinito ya empezaba a resultar pesado, o acaso no se suelen poner dibujos animados cuando ya no se sabe cómo entretener a los críos. En algunos casos puede suponer un alivio, te deshaces durante un buen rato del incordio y recargas energía para continuar bregando. Pero existen otros casos en los que el tema no queda tan claro. Progenitores que utilizan el invento para, de esta manera, no tener que hacer ningún caso a sus retoños que acaban siendo educados por una caja de la que salen imágenes. Si se tratase de contenidos adecuados la cosa no sería tan grave, incluso la televisión se podría convertir en un importante medio educativo (superando con seguridad a más de uno), pero estoy seguro que en la mayoría de los casos no se sigue ningún criterio a la hora de seleccionar lo que estas inmaduras mentes pueden recibir. Se consigue así darle al invento otra finalidad de la que originalmente su creador le había dotado.
Caso curioso es el que aquellos que consideran que salir en la televisión es lo mejor a lo que se puede aspirar en la vida. Además de otorgar automáticamente la razón, ya que cuántas veces habremos escuchado la sentencia que pretende acabar con cualquier discusión: “es que lo han dicho en televisión”. Estos elementos que son, desde mi punto de vista, auténticos catetos. Y por ellos no me refiero a la gente de pueblo con su sabiduría prístina y su sentido del honor, y tampoco estoy haciendo referencia a los urbanitas con su nuevo código que se nutre de los principales valores que han podido recoger de su pasado. Me refiero a aquellos que viven en tierra de nadie, a esa especie de fantasmas que no pertenecen a ninguno de los dos mundos, que no consiguen definirse en absoluto. Suelen vivir en el extrarradio y, a pesar de estar cerca de la ciudad y del campo, no consiguen absorber nada positivo. Todo lo contrario, toman todo lo negativo de ambas dimensiones y crean mediante su crecimiento desmesurado su propia quimera que invade los espacios que, hasta su llegada, se mantenían en paz. Supongo que no seré el único, pero yo he sentido verdadera vergüenza ajena con programas como el Diario de Patricia, Gran Hermano y cosas por el estilo. Pues este tipo de productos se nutre de todos estos perdedores que consideran que la calle y la televisión les va a dar toda la cultura que necesitan. Son tipos que se enfundan en su mejor chándal, se visten una camiseta ajustada, se ponen el flequillo para arriba y se cargan de oro para ir a proponerle matrimonio a la Vanessa ante las cámaras de televisión. Pobre chica, no sabe lo que se le viene encima.
El último caso que me ha llamado la atención es aquel en el que las personas de mayor edad se sienten desamparadas y encuentran en la televisión el mejor báculo posible para su vejez. Gente que en el mejor de los casos vive en su casa en soledad esperando que llegue la parca, que probablemente en otra época eran despiertos y extrovertidos pero que, en sus postrimerías, no les queda nadie nada más con quien hablar que el frío electrodoméstico. En estas ocasiones, aunque parezca cruel y, si no hay nada mejor, la fría compañía televisiva puede ser una especie de placebo para estas personas que se sienten solas.
Pero también se da el caso de aquellas residencias que, habiendo reparado en que a los viejos les sucede lo mismo que a los niños (en algunos casos se quedan hipnotizados viendo la tele), les ponen el aparato a los ancianitos para que estos se entretengan y no den demasiado la paliza. En estos casos, si no da la lata, si no se queja, no se le hace caso y todos contentos.
En definitiva, este invento ha trascendido su uso original y le hemos otorgado más funciones de las que en algunos casos desearíamos. Pero ya sea como canguro, como referencia vital, como acompañante o como aturdidor aquí se encuentra el inconveniente: hemos humanizado, dotándolo de vida, a un aparato que no merece tal estatus. En muchos casos se relegan las relaciones humanas para que algunos se imbuyan en la irrealidad que otros, como negocio, venden sin percatarse del daño que puede provocar si se trasciende su uso normal.
Por tanto, el problema televisivo no es tanto de aquellos que lo producen, sino de los que lo consumen de manera voluntaria. De alguna forma, todos somos culpables de lo que recibimos.
Nacho Valdés (Summer time)
Descargas Sonoras
Queridos lectores, como dice el refrán que "Mas vale una canción que mil palabras", os envio un enlace para poder descargaros el disco de "Música Moderna" de Radio Futura, del que os hable hace un par de semanas.
Un saludo
http://www.badongo.com/es/file/2984580
Un saludo
http://www.badongo.com/es/file/2984580
viernes, agosto 08, 2008
Discos de Antes (II)
La segunda entrega de esta casi recién estrenada sección viene con uno de los mejores debuts (siempre desde el punto de vista del que os escribe) que ha habido este mundillo que tanto nos gusta y que se llama rock´n´n roll. El disco en cuestión es el “Shake your Money Maker” de mis queridos Black Crowes, a los que allá por el año 96 tuve la suerte de disfrutar en directo como teloneros de Aerosmith en el Palau Sant Jordi de Barcelona.
El grupo esta liderado por los hermanos Robinson, Chris a la voz y Rich a la guitarra.
Las influencias de estos chicos de Atlanta son claras, rock setentero y con fijación por los Rollings, los Faces y bandas de rock clásico y sureño como Allman Brothers y Lynyrd skynyrd
El disco es puro rock´n´roll pero con pinceladas de blues, soul, folk, gospel e incluso country. Se publica en 1990 y el single de presentación elegido es “Jelaous Again” con un pegadizo estribillo y un contagioso ritmo que incita a mover nuestras maltrechas caderas. Pero no sería hasta que las radios empiezan a pinchar la maravillosa versión del “hard to handle” de Otis Redding cuando empiezan a ser conocidos a nivel mundial. Soy de la opinión que tanto en el cine como en la música, los llamados remakes o versiones nunca suelen superar al producto original y en el 95% de los casos se quedan vulgares copias con arreglos simplones y cuyo fin es puramente vender mas. Este no es el caso y la canción pasa de ser un clásico del soul a ser un clásico del rock.
Además de las canciones mencionadas destacan el disco el tema con el que se abre “twice as hard” hard-rock sin contemplaciones y la hermosa y cálida balada “she talks to angels.
En definitiva un gran disco, tal vez el mejor de su carrera, en el que no sobra ninguna canción y que merece su compra o su descarga.
Salud Hermanos
lunes, agosto 04, 2008
Colaboraciones 2008 (The Bootleg Series Vol. 31)
Seres de la noche
Cuenta la leyenda que únicamente puedes verles en las noches de luna llena, que se cuelan en las fiestas de los famosotes y que se alimentan de su sangre y miserias. También dicen que, durante el día, duermen en ataúdes forrados de satén rosa y que el gin-tonic y la cocaína corren por sus venas. Cuando el sol se oculta y han saciado su sed de venganza, migran a las televisiones, uno de sus refugios naturales, y repasan los ponzoñosos guiones que tienen preparados.
No sé qué pecados habremos cometido o de qué maldición somos merecedores, lo único de lo que soy consciente es que de algo somos culpables y que vamos a recibir nuestro merecido. Todas las almas puras deben mantenerse alejadas de los televisores, pueden contaminarse y caer en la espiral de patrañas con las que estos demonios intentan envolvernos. Sí, hermanos, el final está cerca y el primero de los jinetes apocalípticos, en forma de colaboradores o polemistas, ha venido para quedarse.
Esta peste que nos azota desde hace años tiene un origen difuso del que no se tiene verdadera constancia, puede que la primera prueba fehaciente de su existencia se remonte a los mentideros que rodeaban, en la Plaza Mayor de Madrid, la corte de Felipe II. En aquellos tiempos éste era el lugar ideal para ponerse al día de las desdichas que hostigaban a la nobleza y al clero; se trataba de la única manera que tenía el vulgo para igualarse, de forma ficticia, a que aquellos que tan lejos quedaban debido al abolengo y a la tradición de la que carecía el pueblo llano. Supongo que en aquella época ya existían profesionales de este rastrero arte que es la crítica personal, privada e insustancial; con toda seguridad las alcahuetas desdentadas cobraban un buen dinero por sacar a la luz los trapos sucios de la aristocracia, y con absoluta certeza, los que pagaban eran otros nobles que se verían en la misma situación al poco tiempo.
El caso es que después estos asuntos que interesaban comenzaron a pasar desapercibidos, salvo excepciones, no llegaban más allá de un barrio o de la portería de una corrala. Pero algo en el equilibrio cósmico se desestabilizó, la armonía preestablecida se fracturó y de la nada surgieron nosferatus infectos en forma de polemistas.
Primero tímidamente, pero después con paso firme, se hicieron un hueco en la programación que hasta ese momento se mantenía inocua.
El primer espacio que recuerdo de este estilo es ¡Qué me dices! que presentaba Francine Gálvez y el feo Chapis. Casi sin saberlo, estos dos elementos levantarían la veda y lo que era un programilla para el verano se convirtió en un clásico de la televisión. La cosa era sencilla, ponías a un drogata y a una chica mona frente a las cámaras, buscabas información anodina sobre famosotes y con todo el morro lo emitías por televisión. Ni siquiera eran necesarios ni azafatas ni decorados, incluso si la cosa quedaba cutre más cerca estabas de la gente de a pie. Esta sencilla fórmula llamó la atención de los avezados productores televisivos, no era necesario gastarse mucho dinero y la cosa rentaba una barbaridad.
El paso siguiente fue Tómbola, aquí la cosa se desmadró y las críticas comenzaron a llover sobre los analfabetos que se reunían en ese plató impío. Estaban comandados por Chimo no sé qué, y como lugartenientes estaban el Mariñas, Karmele y una tipa que sale en todos los lados y que tiene un tono marrón debido a los rayos uva. La cosa era sencilla, cogían a un famosote y le pagaban una pasta, después era descuartizado moralmente por los perros de presa que tenía delante. Estos colaboradores no tenían ni un ápice de compasión y cualquier detalle privado, a poder ser morbosa y de connotación sexual, era sacado en público para escarnio y vergüenza del protagonista. Lo que más vendía eran los cambios de pareja, las peleas familiares y todo lo que supusiese la bajeza del entrevistado.
Hasta este momento los que se dedicaban a esto eran supuestos profesionales con estudios superiores, y por supuesto cobraban una pasta. Esto fue lo que provocó el siguiente paso lógico en la evolución del polemista. Alguien se dio cuenta de que no era necesario que el colaborador fuese un periodista o alguien con una mínima cultura, lo único que se necesitaba era muy mala hostia, gritar mucho y no tener escrúpulos. Pagando un décima parte, se podía conseguir una cantidad ingente de personas dispuestas a hacer lo mismo. Fue en ese momento cuando los astros se conjugaron para gastarnos una broma pasada, cuando la raza humana involucionó de manera definitiva. Dos fenómenos televisivos se dieron la mano y lanzaron su ponzoña sin compasión, Gran Hermano y Crónicas Marcianas nacían casi al unísono y rápidamente nos hicieron llegar su mensaje de horror. El primero era la cantera y el segundo el soporte, de este tándem surgieron los seres más abominables que la televisión ha podido parir. Quién no recuerda a Jorge el ex-militar, el de quién me pone la pierna encima; Marta, la gran zorrupia que no dejaba títere con cabeza; y uno de los peores, Kiko el cabezón grimoso que también había salido de ese gran experimento sociológico que era Gran Hermano.
Pero con quienes tocamos el techo de la perversión, con los que me dí cuenta de que estábamos acabados fue con el reciclaje en colaboradores de Ramoncín, el rey del puto pollo frito, y con Enrique del Pozo, el maldito “cocogugua”. Ambos surgieron de alguna cripta húmeda y maloliente y, amparados por la noche, se acercaron hasta Telecinco para buscar refugio. Desde ese maligno momento viven en los sótanos de la cadena, colgados como murciélagos de alguna cañería. Sólo un valiente puede salvarnos, alguien con agallas que mirando a la bestia a los ojos le atraviese el corazón con una estaca de madera. Recemos porque ese día llegue pronto.
Cuenta la leyenda que únicamente puedes verles en las noches de luna llena, que se cuelan en las fiestas de los famosotes y que se alimentan de su sangre y miserias. También dicen que, durante el día, duermen en ataúdes forrados de satén rosa y que el gin-tonic y la cocaína corren por sus venas. Cuando el sol se oculta y han saciado su sed de venganza, migran a las televisiones, uno de sus refugios naturales, y repasan los ponzoñosos guiones que tienen preparados.
No sé qué pecados habremos cometido o de qué maldición somos merecedores, lo único de lo que soy consciente es que de algo somos culpables y que vamos a recibir nuestro merecido. Todas las almas puras deben mantenerse alejadas de los televisores, pueden contaminarse y caer en la espiral de patrañas con las que estos demonios intentan envolvernos. Sí, hermanos, el final está cerca y el primero de los jinetes apocalípticos, en forma de colaboradores o polemistas, ha venido para quedarse.
Esta peste que nos azota desde hace años tiene un origen difuso del que no se tiene verdadera constancia, puede que la primera prueba fehaciente de su existencia se remonte a los mentideros que rodeaban, en la Plaza Mayor de Madrid, la corte de Felipe II. En aquellos tiempos éste era el lugar ideal para ponerse al día de las desdichas que hostigaban a la nobleza y al clero; se trataba de la única manera que tenía el vulgo para igualarse, de forma ficticia, a que aquellos que tan lejos quedaban debido al abolengo y a la tradición de la que carecía el pueblo llano. Supongo que en aquella época ya existían profesionales de este rastrero arte que es la crítica personal, privada e insustancial; con toda seguridad las alcahuetas desdentadas cobraban un buen dinero por sacar a la luz los trapos sucios de la aristocracia, y con absoluta certeza, los que pagaban eran otros nobles que se verían en la misma situación al poco tiempo.
El caso es que después estos asuntos que interesaban comenzaron a pasar desapercibidos, salvo excepciones, no llegaban más allá de un barrio o de la portería de una corrala. Pero algo en el equilibrio cósmico se desestabilizó, la armonía preestablecida se fracturó y de la nada surgieron nosferatus infectos en forma de polemistas.
Primero tímidamente, pero después con paso firme, se hicieron un hueco en la programación que hasta ese momento se mantenía inocua.
El primer espacio que recuerdo de este estilo es ¡Qué me dices! que presentaba Francine Gálvez y el feo Chapis. Casi sin saberlo, estos dos elementos levantarían la veda y lo que era un programilla para el verano se convirtió en un clásico de la televisión. La cosa era sencilla, ponías a un drogata y a una chica mona frente a las cámaras, buscabas información anodina sobre famosotes y con todo el morro lo emitías por televisión. Ni siquiera eran necesarios ni azafatas ni decorados, incluso si la cosa quedaba cutre más cerca estabas de la gente de a pie. Esta sencilla fórmula llamó la atención de los avezados productores televisivos, no era necesario gastarse mucho dinero y la cosa rentaba una barbaridad.
El paso siguiente fue Tómbola, aquí la cosa se desmadró y las críticas comenzaron a llover sobre los analfabetos que se reunían en ese plató impío. Estaban comandados por Chimo no sé qué, y como lugartenientes estaban el Mariñas, Karmele y una tipa que sale en todos los lados y que tiene un tono marrón debido a los rayos uva. La cosa era sencilla, cogían a un famosote y le pagaban una pasta, después era descuartizado moralmente por los perros de presa que tenía delante. Estos colaboradores no tenían ni un ápice de compasión y cualquier detalle privado, a poder ser morbosa y de connotación sexual, era sacado en público para escarnio y vergüenza del protagonista. Lo que más vendía eran los cambios de pareja, las peleas familiares y todo lo que supusiese la bajeza del entrevistado.
Hasta este momento los que se dedicaban a esto eran supuestos profesionales con estudios superiores, y por supuesto cobraban una pasta. Esto fue lo que provocó el siguiente paso lógico en la evolución del polemista. Alguien se dio cuenta de que no era necesario que el colaborador fuese un periodista o alguien con una mínima cultura, lo único que se necesitaba era muy mala hostia, gritar mucho y no tener escrúpulos. Pagando un décima parte, se podía conseguir una cantidad ingente de personas dispuestas a hacer lo mismo. Fue en ese momento cuando los astros se conjugaron para gastarnos una broma pasada, cuando la raza humana involucionó de manera definitiva. Dos fenómenos televisivos se dieron la mano y lanzaron su ponzoña sin compasión, Gran Hermano y Crónicas Marcianas nacían casi al unísono y rápidamente nos hicieron llegar su mensaje de horror. El primero era la cantera y el segundo el soporte, de este tándem surgieron los seres más abominables que la televisión ha podido parir. Quién no recuerda a Jorge el ex-militar, el de quién me pone la pierna encima; Marta, la gran zorrupia que no dejaba títere con cabeza; y uno de los peores, Kiko el cabezón grimoso que también había salido de ese gran experimento sociológico que era Gran Hermano.
Pero con quienes tocamos el techo de la perversión, con los que me dí cuenta de que estábamos acabados fue con el reciclaje en colaboradores de Ramoncín, el rey del puto pollo frito, y con Enrique del Pozo, el maldito “cocogugua”. Ambos surgieron de alguna cripta húmeda y maloliente y, amparados por la noche, se acercaron hasta Telecinco para buscar refugio. Desde ese maligno momento viven en los sótanos de la cadena, colgados como murciélagos de alguna cañería. Sólo un valiente puede salvarnos, alguien con agallas que mirando a la bestia a los ojos le atraviese el corazón con una estaca de madera. Recemos porque ese día llegue pronto.
Nacho Valdés ( Presente y Ausente)
viernes, agosto 01, 2008
Discos de antes (I)
Bueno, ya estoy aquí, mi primer día de vacaciones y mi primer artículo en este blog que ha querido contar con mi presencia.
El disco elegido, para mi primera toma de contacto es ”MÚSICA MODERNA” de Radio Futura, primer disco de una de las mejores bandas en castellano que ha dado este país y que durante muchos años, tanto este como el resto de la discografía futura, fue banda sonora diaria del que ahora os escribe.
Tal vez no sea su mejor disco y si me he decidido es porque de sobra es conocido que los miembros del grupo reniegan de él alegando razones como que no era realmente lo que querían hacer, que si eran muy jóvenes y aun no conocían el business, que la discográfica tomaba todas las decisiones, etc, etc. En fin, que les den.
Vayamos al disco en cuestión, desde luego no es un disco de portada bonita, sobre un fondo amarillo chillón y las letras del grupo en rojo aparecen los cinco miembros del grupo posando en lo que seguramente sería una de sus primeras fotos de estudio. En ella llama la atención que su cantante, Santiago Auserón, aparezca un poco alejado resto del grupo, lo que me da a entender que ya en aquella época quisiera destacar como cabeza visible de la formación.
Una vez nos adentramos en el disco nos sumergimos en estilos que van desde el Glam de Bowie a los primeros disco de Roxy Music y de los Talking Heads. El disco, publicado en plena efervescencia de la movida recoge los esterotipos más comunes de aquella época y sus letras hablan de diversión, moda, música bailable, amores efímeros, etc
Si bien es cierto que hoy, 28 años después de su grabación, al escuchar de nuevo disco suena endeble y desfasado sigue conservando la frescura en diversas canciones que recuperadas y actualizadas al presente sería victima del maldito polítono.
Es cierto que no es un disco para llevarse a una isla desierta pero si para meterte en el ipop la mitad de las canciones que lo componían: la comercial y bailable “Enamorado de la moda juvenil”, la mas que acertada versión de “Ballroon of Mars” de Marc Bolan retitulada “Divina” e inspirada en una jovenzuela punki recién llegada de México llamada Alaska, la sensual y cálida “Ivonne” y la setentera “Zombie” destacan muy por encima de todas las demás que componen el disco. Aun así, para ser un primer disco y dada las mas que esplendidas canciones que compondrán a lo largo de su carrera los Radio Futura merece, por lo menos, una escucha cada cierto periodo de tiempo ya que no deja de ser un gran disco que encierra dentro de él media docena de joyitas musicales.
Saludos Hermanos
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