lunes, agosto 30, 2010

A day in the life

...Amigos y amigas...esta misma semana se reune de urgencia el comite de sabios del blog para planificar el nuevo curso. Prometemos nuevas secciones, campos todavía no explorados, dimensiones paralelas y muchas más cosas.
Espero hayan tenido un buen verano.

En breve más noticias..


En el ángulo muerto Vol. 69


Errabundo


Mi estado físico se deterioró rápidamente durante el tiempo que pasé en lo que había bautizado como Isla Esperanza. La serie de actos de los que tuve que ser protagonista para lograr sobrevivir todavía me llenan de vergüenza y me someten a una constante humillación cuando los recuerdo, me vi reducido a un estatus prácticamente animal para escapar con vida de lo que parecía ser una prisión inviolable que me mantenía encerrado entre sus paredes oceánicas. Mi ánimo comenzó a caer rápidamente cuando mis expectativas de encontrar algún barco se vieron frustradas rápidamente, la procesión de días interminables durante los que el sol me castigaba severamente no dejaban entrever ninguna posible solución. Oteaba el horizonte buscando alguna embarcación que diese fin a mi encierro pero el mar únicamente me devolvía un monótono panorama que solo cambiaba cuando el viento provocaba algo de oleaje.
A pesar de la situación hostil que se me presentaba, fui capaz de mantener la cabeza fría y de tener el fuego preparado por si necesitaba hacer algún tipo de señal que propiciase mi rescate. La locura llamaba a mi puerta y cuando creía que iba a claudicar, un velamen se alzó orgulloso en el mar calmo. Dejando de lado la excitación analicé la oportunidad con serenidad y, a sabiendas que estaba alejado de las rutas convencionales, tenía la certeza de que cualquier navío que anduviese por esa esquina del mundo tendría que recalar en mi propiedad para recoger, por lo menos, agua dulce. Encendí el fuego y esperé a que alguna contraseña llegase desde la nave, atracaron en la bahía y tardaron más de un día en decidir mandar un pequeño bote a tierra. Parecían estar dilucidando si acudir a mi ayuda o dejarme abandonado.
Cuando tomaron tierra la sorpresa se vio reflejada en el gesto de los marineros. Ninguno de ellos se había encontrado antes con un naufrago con la piel castigada por los días a la intemperie, la barba crecida de varios meses y las ropas sucias y desgarradas. Tal y como había supuesto, estaban alejados de su camino y ansiaban agua y fruta para llegar a destino. Les mostré el manantial que conocía y, después de que rellenasen sus barriles, cumplieron su promesa de llevarme a bordo. En todo momento, no sé si por cierto instinto o por el tiempo que había pasado alejado de cualquier contacto humano, mantuve una actitud serena y alejada, manteniéndome a la expectativa de lo que me deparaba la fortuna. El buque era de transporte y la tripulación, por lo menos a primera vista, escasa. Me mantuvieron encerrado en un pequeño camarote dejando de mi disposición ropas limpias y escasos alimentos. Más tarde me suministraron artículos para asearme y, como recuerdo de lo que había vivido, recorté mi gran barba en lugar de eliminarla. Cuando el sol hubo caído y yo ya desesperaba la puerta se abrió y se presentó ante mí el capitán. De un vistazo supe de la catadura del sujeto que tenía ante mí e independientemente del interés por mi relato y de la sonrisa que mostraba no mostré mi verdadera historia. Me presenté como un simple marinero y alteré mi relato para mostrarme como un desafortunado naufrago víctima de las vicisitudes de la navegación. Mi fabulación pareció ser creída a pies juntillas por el sujeto que me escuchaba atentamente, cuando hube terminado me hizo un resumen de la situación. Me explicó que habían errado la ruta y que, como a mí mismo me había pasado, habían sido arrastrados por alguna corriente hasta el lugar donde me habían encontrado. Por estos motivos las provisiones escaseaban y me obligaron a enrolarme como marinero dispuesto a cualquier función para ganarme la alimentación, prometieron que cuando llegásemos a puerto sería libre para elegir mi destino. Puesto que mis opciones eran más que reducidas me vi obligado a aceptar las condiciones que me presentaban, los marineros que me habían recogido no parecían demasiado escrupulosos para, en caso necesario, tomar la determinación de devolverme a tierra para recrear el infierno que había experimentado.
Sin tiempo para recuperarme me pusieron a trabajar en las tareas más penosas de las que tenía recuerdo. De la noche a la mañana me vi reducido a una especie de auxiliar dispuesto a hacer todo lo que le solicitaban. Todos sin excepción, desde el más joven de los tripulantes hasta el capitán tenían ocupaciones para que mis días pasasen como si cumpliese condena por algún crimen que no era consciente de haber cometido. Me mantenía alerta, pues la actitud de la tripulación para con la carga que transportaban estaba encerrada en el más opaco de los secretismos. Algo no encajaba en esa nave cuyos navegantes encerraban en su bodega algo que no querían compartir.

Nacho Valdés

lunes, agosto 23, 2010

En el ángulo muerto Vol. 68


Salvación
Confirmándose mis peores temores mi barco no fue capaz de llegar a Isla Decepción, de hecho no tengo ni la más remota idea de a dónde han sido capaces de llegar sin mí ni mis más inmediatos subalternos.
Al hacerse evidente que nuestro destino se convertía, a cada día que pasaba, en una quimera inalcanzable la tripulación decidió atajar el problema. Primero fueron llegando las protestas de manera indirecta, señales inequívocas de que la confianza de mis hombres se iba socavando con la sed y la falta de perspectivas. Las acaloradas discusiones que mantuve con el piloto acabaron filtrándose, y éste, atemorizado ante la posibilidad de cargar con la responsabilidad del desastre que se avecinaba decidió poner en alerta a los hombres. Estos, armándose de valor y levantándose contra la mano que les da de comer, me hicieron prisionero junto con mi jerarquía más inmediata. No fue necesario un derramamiento de sangre pues intenté apelar a la unidad y a la necesidad de que nos mantuviésemos inquebrantables ante la posibilidad de quedar abandonados sin rumbo. No fue posible llegar a un entendimiento, me despojaron de mi armamento y autoridad. Realizaron un juicio sumarísimo en el que mis inmediatos ayudantes fueron ejecutados sin miramientos, les colgaron, sin posibilidad de defenderse, del velamen y los dejaron allí como escarmiento para cualquiera que pensase en la posibilidad de recuperar el régimen anterior. Para mí reservaron algo peor, aunque creo que la providencia y su falta de decisión fue lo que me salvó.
Tras unos días en los que me mantuvieron encerrado en mi camarote casi sin agua ni comida, se avistó por fin tierra. La alegría desbordante dio paso a la inseguridad por las acciones que habían realizado, tenían miedo a ser colgados por alta traición en cuanto llegasen a puerto. Sus terrores se disiparon en cuanto se dieron cuenta de que seguíamos sin rumbo, que habíamos llegado a unos islotes desérticos que no aparecían en las cartas que portábamos. Esa fue la ocasión que utilizaron para desprenderse de mí, fui abandonado en uno de esos peñascos con un simple odre de agua que me permitió resistir para recomponer mi mente en busca de salidas. Me lanzaron al agua y llegué exhausto a la costa, me quedé absorto mirando como la que había sido mi embarcación se alejaba huérfana de autoridad sin rumbo determinado.
La roca en la que me abandonaron resultó ser parte de un pequeño atolón en el que los islotes se unían mediante lenguas de arena con poca profundidad. Me resultó muy sencillo alcanzar una isla de mayor envergadura, simplemente tenía que atravesar los puentes arenosos que la buenaventura me tendía para que alcanzase un lugar más adecuado. Encontré un lugar con vegetación y, lo más importante, agua potable, que me permitió sobrevivir los primeros días. Me puse inmediatamente a trabajar en mi salida y, tras muchos intentos infructuosos, fui capaz de hacer fuego con la broza que estaba a mi disposición. Me llevó un tiempo indeterminado, que me resultó eterno, el conseguir hacerme con el que se había convertido en mi hogar. A mi alcance se encontraba una abundante provisión de frutos que fueron mis primeros alimentos sólidos, las charcas naturales que se creaban entre las rocas me ofrecían pescado que quedaba atrapado con la marea baja. Llegué a construir un refugio que me dio techo durante las lluvias que periódicamente azotaban ese rincón del mundo y, se puede decir, que había hecho de mi condena una esperanza.
Tenía la seguridad de que, a pesar de que mi ubicación no estaba recogida en las cartas, tarde o temprano pasaría alguna embarcación militar o comercial que me permitiese regresar algún día junto a los míos. Como no podía ser de otra manera, llamé a mi pequeño trozo de tierra Isla Esperanza, pues no podía sucumbir a las oscuras ideas que la soledad llevaba a mi mente. Únicamente me quedaba esperar y estar preparado para cuando algún barco pasase cerca de mi Isla pero, lo que realmente deseaba, era que mi tripulación hubiese llegado a salvo a algún puerto. Tenía la seguridad de que algún día los vería a todos colgando del cuello.

Nacho Valdés