En el pasado mes de diciembre, más concretamente el día de Navidad, nos dejaba solos Vic Chesnutt, uno de los más grandes cancionistas americanos.
El compositor, postrado en una silla de ruedas desde los 18 años será recordado en varios conciertos en ciudades españolas.
Mallorca, Barcelona, Valencia y Madrid son las elegidas. Todo el dinero recaudado ira destinado a la viuda del músico.
La lista de bandas que participan en el homenaje es de alto nivel. Sin duda será un buen momento para recordar esas canciones atemporales que el bueno de Vic nos dejó.
Desde C.H no te hemos olvidado...
viernes, abril 30, 2010
jueves, abril 29, 2010
Retratos (Vol. XII)
¿Qué extraña fuerza guía tus manos por encima de las teclas blancas y negras?
¿Cuántas cuerdas vocales se te han partido en dos?
Seguro que no tantas como noches perdidas y puertas cerradas.
¿Cuántas veces se han recompuesto nuestras partes rotas para más tarde convertirse en malos recuerdos y finalmente en buenas canciones?
El viento me trae tus cantares aquí al borde del Turia, donde el tiempo es una carrera sin fin hacia el olvido.
Me llega tu alegría como un susurro con vocación de alboroto, como una pena que ya no apena nada.
Soy más feliz desde que escucho latir a la tristeza como un sonido pregrabado.
La ciudad de tu Chica de ayer sigue todavía dando la espalda al mar
Al igual que a ti, a mí siempre me curaron las canciones…
Siempre me curaron las canciones
Siempre me curaron las canciones
Siempre me curaron las canciones
Para Antonio, con retraso.
¿Cuántas cuerdas vocales se te han partido en dos?
Seguro que no tantas como noches perdidas y puertas cerradas.
¿Cuántas veces se han recompuesto nuestras partes rotas para más tarde convertirse en malos recuerdos y finalmente en buenas canciones?
El viento me trae tus cantares aquí al borde del Turia, donde el tiempo es una carrera sin fin hacia el olvido.
Me llega tu alegría como un susurro con vocación de alboroto, como una pena que ya no apena nada.
Soy más feliz desde que escucho latir a la tristeza como un sonido pregrabado.
La ciudad de tu Chica de ayer sigue todavía dando la espalda al mar
Al igual que a ti, a mí siempre me curaron las canciones…
Siempre me curaron las canciones
Siempre me curaron las canciones
Siempre me curaron las canciones
Para Antonio, con retraso.
lunes, abril 26, 2010
En el ángulo muerto Vol. 56
Reservado
El conductor se metió por una de las callejuelas de la sucia ciudad, le pregunté en inglés que adónde se dirigía. Me hizo unas señas mezclando mandarín con inglés y creí comprender que habíamos llegado a nuestro destino, estacionó frente al portón metálico de un garaje y a los pocos segundos un par de chinos estaban abriéndonos paso. Con una sonrisa plagada de manchas oscuras pareció indicarme que nuestro viaje había terminado. No me di por aludido, me quedé con cara estúpida en mi asiento esperanzado en que la situación variase y me llevase a la fábrica que supuestamente iba a visitar. Me dijo a duras penas, con un inglés más que defectuoso, que éste era nuestro destino. Agarré mi maletín y salí al exterior.
Esperando a pocos metros estaban los solícitos orientales que habían abierto la puerta, parecían esperar alguna señal de mi parte, como si no se atreviesen a saludarme si yo no daba el visto bueno. Evité la suciedad que se amontonaba a mi alrededor y tendí mi mano al primero de ellos, su cara se iluminó con los pocos dientes que le quedaban; el otro esperaba su turno para mostrar su hospitalidad, ambos me dijeron algo que no alcancé a entender. Me encontraba un tanto aturdido por el viaje, por lo que le pedí al chófer que les pidiese explicaciones de cuál era el motivo de nuestra presencia en ese sórdido callejón. Solícito se dirigió a los que nos habían recibido y estos comenzaron a sonreír y, en apariencia, dar explicaciones. Me dijo que debía ir con ellos para que me llevasen con el dueño de la factoría que había ido a visitar, le pedí que me acompañase y, tras acordar una nueva tarifa para sus servicios, accedió.
Atravesamos entre sonrisas y algún que otro empujón para que apurase el paso esa parte de la ciudad, a los cinco minutos de haber partido ya estaba completamente desorientado. Tenía la vaga impresión de que lo que deseaban era confundirme, darme un par de vueltas para que no fuese capaz de pedir ayuda cuando me asaltasen. Alejé esas ideas de la cabeza e intenté concentrarme en la búsqueda de referencias por si se daba el caso de que necesitase huir. Tras un tiempo indeterminado, durante el que vagué tras mis anfitriones, llegamos al que parecía ser nuestro destino. Se trataba de una casa de tres alturas en estado de semiabandono, un rótulo escrito en caracteres orientales parecía indicar que se trataba de un restaurante o algo parecido.
Entré con decisión, esperando encontrar a alguien que me recordase la forma de hacer las cosas en occidente, en su lugar me vi en un local vacío aunque extrañamente ordenado y aseado en comparación con el exterior. Me empujaron a una habitación que estaba en la parte trasera, una especie de reservado en el que me esperaban unos chinos trajeados entre los que reconocí el dueño de la factoría. Todos se levantaron en cuanto me vieron, me estrecharon sus manos cuajadas de sonrisas y me ofrecieron un asiento. El chófer se había quedado fuera y el resto sólo hablaba mandarín, gesticulando me indicaron que eligiese algo de beber. Me cargaron el vaso de cerveza, que al menos estaba fría, y comenzaron a brindar sin parar al tiempo que me ofrecían todo tipo de platos extraños. Intenté entablar una conversación en todos los idiomas que conocía pero no resultó posible, únicamente me obligaban a comer y beber sin tregua. Perdí la noción del tiempo y, más tranquilo, me abandoné a la singular situación en la que me encontraba. Todos parecían pasárselo en grande mientras no paraban de salir platos de la cocina, comían sin parar y me obligaban a brindar con la aparente intención de que me lo pasase en grande. Incluso, cada cierto tiempo, asomaba una cara oriental por la puerta para observarme con expresión sorprendida.
Al cabo de lo que a mí se me antojó una eternidad, durante la que no me dejaron ni un instante de tregua, todos se levantaron de la mesa y, sin previo aviso, salieron al exterior. Sin que nadie me hiciese ninguna señal les seguí fuera, las risas habían cesado y comenzaron a caminar a buen ritmo. Fui detrás de ellos, atravesamos la calle y acabamos en una especie de despacho trasnochado en el que me ofrecieron uno de los mejores sitios. Me pusieron un té ardiendo y un intérprete que habían contratado comenzó a mediar en las negociaciones, la ligera indisposición que arrastraba por el alcohol se disipó con la bebida caliente. Acababa de aprender cómo hacer negocios en oriente.
Nacho Valdés
viernes, abril 23, 2010
Retratos (Vol. 11)
FRONTERAS
Los besos son la frontera de dos bocas que se unen en un instante preciso.
Mínimos espacios de calma y placer.
Yo quiero hacer desaparecer las fronteras, incluso la de las bocas y los besos.
Quiero estrellar mi país con el tuyo.
A fin de cuentas, una frontera, no es más que el límite que separa tu cuerpo del mío.
No quiero ser la mitad de una mitad tan delimitada.
No quiero una media naranja.
Lo que deseo es un campo entero de flores salvajes.
Tú pintas en el suelo líneas infinitas.
Yo paso la noche buscándote en los dos lados que creas.
Tu media cara es una luna entera sin nubes que la cubran.
Yo solo soy el que cruza las barreras pidiendo asilo y medicinas.
En la próxima vida quizás estaré al otro lado de la frontera, perdido aunque
seguro de haber encontrado al fin una meta.
Los besos son la frontera de dos bocas que se unen en un instante preciso.
Mínimos espacios de calma y placer.
Yo quiero hacer desaparecer las fronteras, incluso la de las bocas y los besos.
Quiero estrellar mi país con el tuyo.
A fin de cuentas, una frontera, no es más que el límite que separa tu cuerpo del mío.
No quiero ser la mitad de una mitad tan delimitada.
No quiero una media naranja.
Lo que deseo es un campo entero de flores salvajes.
Tú pintas en el suelo líneas infinitas.
Yo paso la noche buscándote en los dos lados que creas.
Tu media cara es una luna entera sin nubes que la cubran.
Yo solo soy el que cruza las barreras pidiendo asilo y medicinas.
En la próxima vida quizás estaré al otro lado de la frontera, perdido aunque
seguro de haber encontrado al fin una meta.
lunes, abril 19, 2010
En el ángulo muerto Vol. 55
La perla de oriente
El coche destartalado parecía a punto de explotar; los bajos casi rozando por el sobrepeso, la velocidad prácticamente nula en las cuestas y los bultos asomando por todos los espacios. A su paso iban dejando una nube de humo negro que delataba que el motor estaba dando los últimos estertores, Wang tenía fe en que llegarían a la ciudad, que su vetusto vehículo aguantaría hasta Shanghai. Acometieron un repecho, con suma dificultad lo coronaron y el coche pegó una especie de estallido del esfuerzo. Quedó clavado en la carretera. Miró al asiento trasero donde estaba su mujer embarazada y le sujetó la mano con fuerza, después salió y empujó hasta el arcén.
Abrió el capó y se dio cuenta de que no había solución, el aceite quemado escapaba del motor, algo se había roto y era consciente de que no tenía arreglo. Antes de darle la noticia a su esposa miró hacia la ciudad, estaba sumida en una especie de bruma parte polución y parte la neblina que llegaba de la bahía. Pero entre todos los edificios sobresalía uno, la torre de la televisión que era lo que le había impulsado a viajar de su remoto pueblo hasta la gran urbe. Lo había visto en imágenes y había quedado impresionado, era el orgullo del gobierno chino, una de esas obras de ingeniería que provoca la satisfacción del pueblo.
Consideraba que si querían prosperar tenían que emigrar a una zona con oportunidades, a un lugar en el que el único futuro no fuese labrar los campos. Lo habían dejado todo para el último instante, habían ahorrado lo que habían podido y dejaron atrás la casa familiar plagada de recuerdos. Vivían de los campos, del cultivo, una vida dura que había provocado que el padre de Wang no llegase a viejo. Murió con la espalda encorvada, con las manos trituradas y soñando con una vida mejor que estaba empezando a despertar algunas zonas de China.
Volvió al coche, su mujer respiraba con agitación, le miró con preocupación pidiendo ayuda. Sacó los bártulos que poblaban el asiento trasero, y ayudó a que se recostase, le sujetó la cabeza unos instantes sin saber qué hacer. Miró a su alrededor y el paisaje le resultó yermo, vacío, sin nadie en kilómetros a la redonda. Sacó su teléfono pero no sabía a quién llamar, no conocía el número de emergencias y se sentía perdido lejos de su pueblo. En breve comenzaría a refrescar, la noche estaba cayendo y decidió buscar protección para su mujer. Vació el maletero, sacó todas las maletas y pertenencias y montó una especie de barricada frente a la puerta del vehículo y en aquellas zonas en las que pudiese entrar el frío, sacó sábanas que le había regalado su familia y las puso bajo su esposa.
Nunca había asistido a un parto pero intuía que no podía faltar mucho, le quitó la falda que llevaba y comprobó alarmado que la situación se aceleraba. Su mujer intentó tranquilizarle, aunque los dolores provocaron que estallase en gritos. Wang no sabía qué hacer, sólo podía mirar y aguantar el brazo de su mujer en un intento de tranquilizarla. Ella se aferraba como si tuviese garras, se sujetaba a su antebrazo hasta levantarle la piel. Empezó a respirar con ritmo, con bocanadas enormes y los ojos abiertos como platos. A pesar de resultarle increíble, Wang estaba siendo testigo del nacimiento de su primer hijo; aprereció la cabeza lentamente y dio la impresión de atascarse, nervioso no sabía si agarrarla, esperar o cómo actuar. Se limitó a rodear el cráneo con las manos, esperando que asomase un poco más y que no cayese al suelo. Con el ritmo respiratorio parecía emerger, era como si cada bocanada de aire empujase al bebé. Parecía estar de nuevo atorado, pero un empujón provocó que el recién nacido, prácticamente entero, saliese hacia las manos de su padre. Sin ni siquiera contar el cordón lo envolvió en la sábana y se lo entregó a la madre que parecía estar tranquila, como con una especie de mueca de felicidad. Echó un vistazo al sexo del bebé, era un varón. El rostro de Wang se vio surcado por una sonrisa, era el primer niño de la familia que crecería en la ciudad.
Nacho Valdés
viernes, abril 16, 2010
Retratos (Vol. 10)
Luces de Emergencia Intermitentes
El humo sale de las alcantarillas como si la ciudad tuviese en sus entrañas un fumadero de opio. Las farolas, emitiendo su apagada luz amarilla, sirven de terapia de acupuntura para los cuerpos muertos de las avenidas. Todas las mitades siguen partidas en dos.
En la última esquina alguien ha dejado una caja de madera con algunos objetos personales: camisas, corbatas, unos cuantos folios arrugados, libros, fotos … detalles de una vida desconocida al alcance de cualquiera.
La ciudad es un campo de aficionados a detective.
Recuerdo en mi cabeza las cosas que he perdido y ninguna de ellas está en la caja. Un mal sueño repetido hasta el delirio, una cárcel cubierta de naranjos, las playas desiertas del invierno, los pasos mojados y la vida absoluta.
Todo eso es lo que yo he tenido.
Suenan sirenas espantando al verano. Caen las primeras gotas sobre los músicos vagabundos. Empiezo a tener frío.
Pierdo sin fe la convicción de conservar intacta la multitud entre mis manos.
El humo sale de las alcantarillas como si la ciudad tuviese en sus entrañas un fumadero de opio. Las farolas, emitiendo su apagada luz amarilla, sirven de terapia de acupuntura para los cuerpos muertos de las avenidas. Todas las mitades siguen partidas en dos.
En la última esquina alguien ha dejado una caja de madera con algunos objetos personales: camisas, corbatas, unos cuantos folios arrugados, libros, fotos … detalles de una vida desconocida al alcance de cualquiera.
La ciudad es un campo de aficionados a detective.
Recuerdo en mi cabeza las cosas que he perdido y ninguna de ellas está en la caja. Un mal sueño repetido hasta el delirio, una cárcel cubierta de naranjos, las playas desiertas del invierno, los pasos mojados y la vida absoluta.
Todo eso es lo que yo he tenido.
Suenan sirenas espantando al verano. Caen las primeras gotas sobre los músicos vagabundos. Empiezo a tener frío.
Pierdo sin fe la convicción de conservar intacta la multitud entre mis manos.
jueves, abril 15, 2010
A day in the life
Así suena lo nuevo de Andrés : Los Divinos. El próximo disco "Calamaro on the rocks" verá la luz el 1 de junio.
martes, abril 13, 2010
En el ángulo muerto Vol. 54
Baile
Hacía años, desde que había fallecido mi mujer, que no sentía nada parecido. Fue como si el estómago se me revolviese, parecido a revivir las sensaciones de la pubertad durante las cuales el cuerpo no responde y se descompone de forma arbitraria. Me intenté tranquilizar, pensaba que ya no estaba para ese tipo de situaciones, pero me resultó imposible. Ella estaba en la otra esquina del baile, yo había acudido como casi todos los viejos del pueblo, a pasar el rato y la tarde sin nada mejor que hacer que quejarnos en silencio. A esa hora del día, todavía temprano para los jóvenes, sólo los ancianos nos habíamos acercado a la plaza. Los más osados se reían y hacían como que bailaban un pasodoble sobre el árido y ardiente adoquinado, yo rebuscaba en mis bolsillos en pos de algo de dinero para tomar algo fresco. Era inútil, sabía que no tenía nada, pero cuando te haces mayor te vuelves maniático y haces las cosas mil y una veces. Como suponía tuve que conformarme con el caño de la fuente.
Me habían dicho que iban a venir de los pueblos de la zona y, aunque no tenía ninguna pretensión, estas novedades siempre resultan curiosas. Al principio ni la vi llegar, no reparé en las personas que se habían agrupado en una esquina y que tímidamente parecían no atreverse a mezclarse con los del pueblo. Repentinamente el corazón me dio un vuelco, se me desordenó el cuerpo y tuve que bajar la mirada. No era capaz de echarle ni un vistazo, me sentía como un adolescente, como un chiquillo muerto de vergüenza. Me acerqué disimuladamente, dando una vuelta en torno a las mujeres que habían cerrado filas y de soslayo eché un ojo fugaz. Ella reparó en mí, aguanté sus ojos verdes y me fui acobardado al banco que ocupaba en la otra esquina.
Dejé pasar unos instantes mientras el sol iba ocultándose y el viento fresco inundaba el valle, algo comenzó a latir en mi interior alimentando mi amor propio. Decidí no amilanarme y lanzarme, no dejar pasar una de las pocas oportunidades que me quedaban para disfrutar la vida. Me acerqué a su grupo mientras la orquesta sonaba, recuerdo que las mejillas me ardían y tremendamente ruborizado, como si fuese un chiquillo, le pedí un baile. Ella miró esquiva a sus amigas que comenzaron a reír por la invitación, yo me mantuve impenitente al tiempo que alguna de ellas la animaba a salir a la pista. Finalmente accedió y mi cuerpo dio un vuelco, creo que incluso me mareé ligeramente.
Durante los primeros compases mi cuerpo estaba rígido, tenso, aunque el contacto con un cuerpo femenino, cosa que no me sucedía desde hacía años, comenzó a hacer mella en mi sensibilidad. Su olor, la suavidad de su piel y la profundidad de su mirada me hicieron rejuvenecer, fue como volver a una época que pensaba que ya había clausurado y dejado atrás. Definitivamente nos dejamos llevar a la luz de los faroles de la plaza, acabamos hablando hasta que se hizo noche cerrada y la música cesó. Los dos estábamos absortos, imbuidos en un estado de nervios que los viejos como nosotros no acostumbrábamos a sufrir. Nos contamos nuestras historias y confidencias, nos escuchamos y nos cogimos las manos. En unas horas desarrollamos una especie de vínculo, una confianza que no esperaba encontrar en esa verbena.
Una de sus amigas vino a llevársela, su autobús volvía a su pueblo y tenían que partir. Ambos estábamos solos, sin nadie que nos esperase en casa, pero me acobardé a la hora de pedirle que se quedase en mi casa. Toda una vida educados para evitar las pasiones pesa demasiado a la hora de tomar decisiones, además habíamos vivido unos momentos mágicos que probablemente se rompiesen en pedazos si íbamos más allá. Nos miramos a los ojos y decidimos tácitamente quedarnos con el recuerdo, con la emoción de lo que no fue y podía haber sido. Nos despedimos con un abrazo y juramos que nos volveríamos a ver, cuando se alejó de mi lado echó un último vistazo al anciano que dejaba a sus espaldas. Nunca más volvería a ver esos ojos verdes que me arrebataron el corazón, me quedé unos instantes escuchando los sonidos del bosque y me fui para casa.
Nacho Valdés
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