lunes, noviembre 29, 2010

En el ángulo muerto Vol. 81




Atrapado

Ramiro había perdido el resuello, la carrera atravesando el bosque en pos de una sombra había vaciado sus pulmones castigados tras años de fumar el espeso humo del tabaco de picadura. Se apoyó a tientas contra el tronco de un descomunal castaño y, enjuagándose las gotas de sudor que caían por su frente, recapacitó unos segundos sobre lo que había visto. Pensó que quizás se había dejado llevar por la superstición, por el miedo innato que la oscuridad producía en su espíritu y comenzó a dudar sobre lo que en ese instante no tenía tan claro que hubiese ocurrido. Podría suceder que simplemente el cansancio, unido al temor, le hubiese llevado hasta la situación en la que se encontraba. Se apartó de su soporte y miró alrededor, sus ojos rodeados de profundas arrugas oscilaron de un punto a otro en busca de algún indicio que le mostrase lo que le rodeaba. No fue capaz de detectar nada anómalo, nada diferente a lo se podía esperar de un bosque profundo cubierto por la noche. La oscuridad se le antojaba insoldable y llegó a la consideración de que, con toda certeza, su imaginación le había jugado una mala pasada. Todo parecía en paz, estable y únicamente distorsionado por alguna corriente de aire que removía la hojarasca provocando el crujir de las ramas.
Volvió sobre sus pasos, se percató de que había corrido sin reparar en la ruta que había seguido y, sin desesperar, cayó en la cuenta de que se había perdido. Consideró que, dada su experiencia, no tendría mayores complicaciones para volver al improvisado campamento que había preparado. Sin embargo, a los pocos minutos, se dio cuenta de que su regreso resultaría más complicado de lo que en un principio esperaba. Volvió a detenerse un instante, lo justo para ajustarse el grueso abrigo que llevaba y maldecir lo inoportuno que resultaba el haber dejado la manta con la que se había estado protegiendo. Tenía la sensación de que el viento gélido penetraba hasta lo más profundo de su ser, como si sus huesos estuviesen congelándose y el frío se hubiese hecho soberano de su cuerpo. La sudoración de la carrera que había realizado había empapado toda su ropa, se sentía incómodo y tomó la decisión de desistir en la tarea que se había autoimpuesto. Únicamente recordaba el calor de su hogar y lo inapropiado de su entrega a la caza de un animal que ni tan siquiera sabía si existía, en cuanto el sol alumbrase el bosque se iría de vuelta al valle y zanjaría el asunto en el que se había embarcado sin pensar en las consecuencias. Se tranquilizó un minuto y decidió que lo mejor que podía hacer era liarse un cigarro y, con las ideas más claras volver hacía la pequeña hoguera que a buen seguro podría alimentar para entrar en calor. Con las manos temblorosas y las articulaciones rígidas tuvo grandes dificultades para conseguir enrollar el papel, cuando lo hubo conseguido cayó en la cuenta de que no tenía con qué encenderlo. Maldijo su mala memoria y, tras guardar el cigarrillo en uno de los bolsillos de su pantalón, comenzó a caminar lentamente en la dirección que consideraba adecuada.
Cuanto más avanzaba, más penetraba en la espesura, como si el monte se estuviese cerrando a su alrededor. Tenía claro que no estaba siguiendo el camino adecuado y lo espeso del follaje evitaba que la escasa luminosidad de la noche le permitiese encontrar la ruta, volvió sobre sus pasos en un intento de recuperar el camino extraviado. Se encontró con una pequeña sima que hundía la vegetación en un cauce de agua seco, lo atravesó lentamente y cuando estaba atacando la subida su pie pisó una piedra y su tobillo crujió sonoramente. Emitiendo un profundo quejido que compitió en intensidad con el aullido del invierno, cayó rodando hasta el fondo de la depresión. Se mordió los labios para evitar los lamentos y con un acto reflejo se sujetó el maltrecho pie que ardía por el dolor, tras revolcarse entre la hojarasca consiguió calmarse y pálido como la luna se tumbó boca arriba fijando su vista en el final de la subida que había provocado su accidente. Cerró los ojos acongojado por su indefensión y se entregó a la lucha contra el terrible padecimiento que estaba experimentando, una corazonada le dijo que difícilmente escaparía de encerrona en la que había caído. Observó entre las ramas el cielo cerrado por nubes oscuras y, entre los grandes dolores que estaba sufriendo, fue capaz de distinguir una estrella lejana y pálida que inmediatamente se ocultó tras el oscuro firmamento.

Nacho Valdés

A day in the life


Tal día como hoy,hace 10 años, se iba para siempre George Harrison. Guitarrista, icono y por supuesto Beatle...

viernes, noviembre 26, 2010

Las Chicas Saladas Cantan a Marc (Vol. 2)

Charlotte me puso los cuernos con Beck pero no me importó demasiado. Ahora para hacer las paces, manda este surrealista video para Marc y nos convence del todo.
We love Charlotte...

jueves, noviembre 25, 2010

A day in the life


El 25 de noviembre de 1976 tocaban juntos por última vez "The Band". Todo ello quedaba registrado por Martin Scorsese en el documental "The Last Walz". Aquella gran noche "The Band" logró subir al escenario a gente como : Bob Dylan, Doctor John, Neil Young, Van Morrison...y un larguísimo etcétera de grandes músicos.
Un documento histórico para una banda irrepetible.

Retratos (Vol. 19)

Hay un árbol en mitad de la noche y sus ramas están ardiendo. El invierno está siendo demasiado frio y largo así que nadie ha hecho nada por apagarlo y poco a poco las llamas se han ido convirtiendo en algo muy grande y peligroso por lo que ahora ninguna persona se atreve a acercarse. Visto desde mi posición es un bello espectáculo.
Diviso entre la multitud a Carla con sus ojos llenos de lluvia clavados en el fuego y pienso en acercarme y decirle que todavía la quiero, que ya estoy curado, que no volveré a hacerle ningún daño. Sin embargo, mis piernas están hundidas como raíces en la tierra y no parecen querer moverse. Miro otra vez al gran fuego y me olvido de Carla. Desde la montaña diviso como los arbustos comienzan a arquearse, primero hacia delante y luego hacia atrás. Eso anuncia la llegada del viento del sur. Las llamas están fuera de control pero nadie está alarmado. Todo el mundo permanece absorto ante el espectáculo, como si cada uno de los que estamos ahí hubiésemos arrojado a las llamas nuestros pecados o nuestras almas y estuviésemos esperando para ver que hay después de esto.
Alguien grita que habría que traer agua del gran lago y apagar esto antes de que sea inevitable pero no hay respuesta, ni movimiento alguno.
Aquí nunca pasa nada digo en voz baja, nunca pasa nada. En ese momento el árbol carbonizado se desploma con un gran estruendo sobre el suelo y todos gritan, rezan o lloran. Carla se va corriendo y yo hago un amago de seguirla aunque seguidamente doy media vuelta y me dirijo hacia el coche.
Pongo la radio, suena una canción de Neil Young y es entonces cuando me arrepiento de no haber ido hasta Carla pero ahora es demasiado tarde para nosotros dos.
Enciendo el motor y vuelvo a la carretera.
Ya no pienso en ti. Tú decidiste arder y a mí tan solo me queda buscar la nueva lluvia.

martes, noviembre 23, 2010

Palabras Usadas

¿Quién podía imaginar que algún día esta estratosférica canción de Radiohead se convertiría en una milonga tropical en la voz y la guitarra de Jorge Drexler?
El uruguayo se atrevió en su disco "12 segundos de oscuridad" a enfrentarse con el enmarañado y personalísimo estilo compositivo del gran Thom Yorke. La canción viaja desde el Valle del Támesis hasta el rio Guaraná y adopta su vida y costumbres. Parece que Drexler haya nacido para cantarla. Su versión emociona y por momentos supera al original, que ya es mucho pues estamos ante una de las mejores canciones del siglo XX.


RADIOHEAD



JORGE DREXLER

lunes, noviembre 22, 2010

En el ángulo muerto Vol. 80




Visiones pasadas

La noche ya le había envuelto y Ramiro tenía la seguridad de que alguien o algo le acosaba, le dolían todas las articulaciones tras haber estado vislumbrando las tinieblas que tanto le acongojaban. Decidió que sería mejor tranquilizarse, esperar a que llegase la mañana y después volver con su mujer y olvidarse de la bestia a la que quería dar caza. ¿Qué más le daba a él? Además, no tenía edad para estar por el bosque persiguiendo animales salvajes, su tiempo había pasado y debía aceptar su nueva situación. Pero, a pesar de sentirse cansado y sumamente anciano, su cerebro bullía como el de un niño, la imaginación se le había disparado y estaba convencido de que difícilmente sería capaz de sustraerse a esos pensamientos que le asaltaban.
Se sentó frente al fuego que ya prácticamente había consumido la leña y, envolviéndose en la manta, fijo su vista más allá de las ramas retorcidas y los arbustos que tenía frente a él. Daba la impresión de que su estado de concentración le llevaría a desentrañar los secretos que habitaban en lo profundo de la naturaleza, de esa esquina olvidada de vegetación que parecía querer tragárselo. Sus ojos, habituados a la poca luminosidad, no eran capaces de descubrir nada que aclarase su circunstancia. Consideró que lo mejor sería controlarse y evitar esas estúpidas supersticiones que tanto le atormentaban. Un crujido, un movimiento sutil, la hojarasca que suena cuando algo se desliza sobre ella, esa era la sinfonía que le mantenía alerta a la espera de no sabía bien el qué. Lo único que podía hacer era apoyarse contra el enorme tronco que tenía a sus espaldas y rezar para evitar los malos espíritus que, a buen seguro, deambulaban a su alrededor. Se dio cuenta de que en realidad no recordaba ninguna oración completa, de que los últimos años que había pasado acudiendo al oficio de los domingos su espíritu se había disipado en ensoñaciones. Acarició la medalla que llevaba al cuello y recordó a su mujer, estaba seguro de que eso le daría más seguridad que cualquier plegaria que pudiese efectuar.
La floresta chillaba a su alrededor, se desgarraba por cada golpe de viento que movía las ramas y hacía que las hojas todavía prendidas cayesen a su alrededor. Se imaginó que con el tiempo suficiente, si no se moviese ni un ápice, acabaría sepultado bajo una espesa capa de residuos y limo. La ocurrencia le provocó un escalofrío, su cuerpo se removió durante los instantes en los que pervivió la imagen que se había creado de sí mismo sepultado bajo el peso del bosque. Estaba somnoliento, cercado por el cansancio que parecía querer que cerrase sus ojos para evitar que se mantuviese alerta y vigilante. Alimentó las brasas con la última rama que le quedaba, al instante un leve fulgor provocado por las llamas le permitió ver más allá de lo que hubiese deseado. Entre la broza, tirado en el suelo y mirándole fijamente, creyó distinguir un rostro desdibujado y pálido que, sin expresión, clavó su mirada en él. De un movimiento tiró la manta y cogió la escopeta, apuntó hacia la zona pero no volvió a vislumbrar nada, parecía que el misterioso personaje se había volatilizado ante su cara. Tembloroso seguía apuntando y, aunque sabía que su arma de poco serviría, seguía rígido intentando atrapar algún dato que le permitiese conocer el motivo de tan desasosegante presencia. Sintió un cosquilleo en la nuca, como si alguien le hubiese soplado furtivamente, no se atrevió a mover ni un músculo y un terror primitivo que le recorrió el espinazo se apoderó de su espíritu. Las llamas se disipaban y empapado por el sudor helado que pegaba su ropa a la piel se dio la vuelta lentamente, como si temiese la terrible revelación que creía iba a descubrir al voltearse. De un primer vistazo no descubrió nada, pero de detrás de uno de los gigantescos troncos surgió una figura que, tras echar un vistazo inexpresivo hacia donde él se encontraba, se alejó deslizándose entre la espesura tan difícil de atravesar para cualquiera. Pegó un grito para llamar la atención de la extraña presencia pero ésta pareció ser devorada por la cacofonía provocada por las tinieblas, se armó de valor y salió en pos de aquella visión que se alejaba dejándole en tiempo justo para que la siguiese. Se maldijo a sí mismo y comenzó a apartar las ramas en un intento de acelerar su ritmo, no quería abandonarse a la noche y debía descubrir quién se encontraba tras esa aparición.

Nacho Valdés

viernes, noviembre 19, 2010

Las Chicas Saladas Cantan a Marc (Vol. 1)

Marc es afortunado; Todas las chicas que su padre ha conocido están enviando sus canciones y videos para que él las conozca.
La primera ha sido Cat Power. Desde aquí le mandamos un beso grande. Quizá nos volvamos a ver en los bares...

jueves, noviembre 18, 2010

Retratos (Vol. 18)

Bailan en el techo lámparas anacrónicas y ahorcados. Los verdugos están terminando de comer y después continuarán con el trabajo. No hay sangre. El fin tiene una reconocible luz difusa, no permite ver el cuerpo que se esconde tras las puertas y debajo de las camas de la memoria. El miedo siempre atenaza, no importa quién seas o quién creas que vas a ser.
Anoche volví a traspasar otros cuerpos, no eran importantes, solo almas sin rumbo, huecos de ausencia. Me llevé lo que pude de esos infelices pero nunca es suficiente, siempre necesito más. Por eso cada noche vuelvo a salir y no regreso al hogar hasta que todo está en el orden que debe. Esas chicas, esos jodidos niños de papá de los parques, toda esa suciedad social debe desaparecer, alguien tiene que encargarse de encauzar la raza, de volver al principio para poder tener un nuevo final. No puedo respirar el aire vomitado por todos esos desechos. Quiero quemar sus huesos y vaciar sus podridas almas.
La primera vez fue la mejor. Esa mezcla de ansiedad e inexperiencia, los ojos asustados de la presa, la sombra de la muerte inesperada, los coches son ataúdes caseros y baratos. En la radio dijeron que un animal atacó a aquella joven pero saben que no fue así. Los diarios mienten o son incapaces de asumir la nueva realidad, la única posible de una sociedad enferma y con plaza fija en el cementerio.
Están ya muertos y no lo saben. El tiempo camina conmigo. Yo soy lo más temido. Yo soy lo único que queda.

miércoles, noviembre 17, 2010

Delaletra




El costumbrismo de la tradición

No sé si será por mi ascendencia o, puede que se trate de mi cadencia personal, pero las historias rurales siempre me han resultado atractivas y sugerentes. Considero que la obra que hoy comento, El bosque animado de Wesceslao Fernández Flórez, es un valor literario que conecta, a mediados del siglo veinte, el ámbito campestre con la pujante modernización de un país que estaba asolado tras la Guerra Civil. Sin embargo, este constructor de entornos literarios, manejando los resortes del lenguaje tradicional de corte más popular, consigue utilizar recursos propios de la fábula y la leyenda para lograr la difícil tarea de que el lector se sumerja en el mundo de la fraga gallega que late atenazada por las oleadas llegadas de la ciudad y por la creciente presión que el ser humano realiza en los parajes naturales. Con reminiscencias del realismo mágico latinoamericano, aunque sin el reconocimiento que éste alcanzaría luego, Fernández Flórez nos lleva de la mano hasta los rincones más tradicionales de la historia del norte de España. Conviven animales, insectos, seres humanos, meigas y fantasmas en un entorno donde todo es posible pero que el talento narrativo del autor no permite que se pierda la verosimilitud.
Por esta novela transcurre todo el espectro social de una Galicia que bien podría asemejarse, en muchos aspectos a la actual. Desde el bandido Fendetestas, especie en auge en algunos ambientes políticos; los señoritos ricos del Pazo de la zona; los pobres labradores que prácticamente pertenecen en propiedad al pudiente cacique que hace y deshace a su antojo; el párroco que representa el poder eclesiástico tan presente en algunas zonas de este país; la meiga que hace negocio jugando con la ignorancia ajena; y como no podía ser de otra manera, los espíritus de los desaparecidos que andan a sus anchas entre la espesura.
Como curiosidad, apuntar que existe una versión cinematográfica, desde mi punto de vista notable, firmada por José Luis Cuerda.

Nacho Valdés

A day in the life


La bella y talentosa Diana Krall cumplió ayer 46 añitos. La señora de Costello sigue de gira presentando el fabuloso Quiet Nights, para el cual no hay fechas para España aunque probablemente las tengamos, en algún momento, ya que la canadiense se ha convertido en los últimos años en una habitual de nuestros escenarios.

Por otro lado, el festival chileno Viña del Mar ha decido expulsar del cartel a Andrés Calamaro alegando que el músico no encaja dentro de la estructura del festival por ser un personaje “impredecible” y “demasiado controvertido”. Recordemos que la inclusión de Calamaro en el festival había llegado tras una votación popular entre los jóvenes chilenos en la que el argentino se había situado entre los artistas más esperados. Veremos con responde la afilada lengua salmona a esta noticia.

No podemos dejar pasar, hoy 17 noviembre, el recuerdo al gran Enrique Urquijo que nos dejo hace ya 11 añitos. Su canto sigue vivo en la memoria del colectivo.

lunes, noviembre 15, 2010

En el ángulo muerto Vol. 79




En la oscuridad

Las bota se hundió y la hojarasca acumulada trago la pierna de Ramiro prácticamente hasta la rodilla, pensó que ya estaba viejo para andar persiguiendo animales por el bosque y se sintió, por unos segundos, derrotado. Quizás podría volver a casa, calentarse en la lumbre y llamar al alimañero para que se encargase él mismo de acabar con la bestia que rondaba su ganado. No tenía claro si sería lo mejor pero la idea le tentaba, quizás debía desistir y darse media vuelta. La penumbra natural que provocaba la vegetación se había acentuado sin que se percatase, prácticamente tenía que andar a oscuras y no había reparado en ello, había sido un proceso paulatino y secreto. Se había dejado arrastrar por el ansia de acabar con la tarea que se había encomendado a sí mismo, pero juró que era la última vez que se tiraba al monte para algo parecido. Las articulaciones le crujían y sentía que la naturaleza, a la que no pertenecía por derecho sino por obligación, le reclamaba igual que a su pierna capturada por el cieno del lecho formado por la espesura.
No sabía con seguridad dónde se encontraba y, aunque era conocedor de la zona, el respeto que le infundía la noche entre los árboles cuyas hojas aullaban le dictaba que resultaba más sensato montar un pequeño campamento para que trascurriesen los momentos más angustiosos a los que debía enfrentarse. Comprobó que tenía el arma cargada y cierto orgullo vanidoso recorrió su espíritu asustadizo, eran ese tipo de cosas las que le mantenían con vida y unido al mundo real. Sus artilugios y su conocimiento era lo único con lo que contaba y provocaban que estuviese ligeramente alejado del paraje en el que se encontraba, pero su ánimo seguía oscilando entre la protección de sus recursos y el desamparo que las sombras oscilantes y amenazantes le hacían sentir. Debía buscar alguna zona lo más seca posible, algo elevada y, a poder ser, que fuese de lecho rocoso para evitar las humedades que tanto mal hacían a su castigado físico. Estudió unos instantes el terreno y siguió la pendiente natural que con toda certeza le llevaría a una zona como la que demandaba, con respiración agitada atravesó, ya prácticamente sumido en la oscuridad más profunda, la broza para alcanzar una zona elevada que serviría para su propósito. Encontró un lugar que podía servir. Lo primero que hizo fue rebuscar por los alrededores y acumular algo de leña, no quería pasar la noche a oscuras pues, el simple hecho de imaginarse dicha situación, le ponía el vello de los brazos de punta. Le costó hacer arder la yesca pero en cuanto chisporrotearon las primeras llamas y las ramas que había colocado prendieron se sintió en otra situación, como si el fuego fuese el baluarte que le permitiera sobrevivir en tan apartado lugar.
La cena fue frugal, consistente en algo de pan que ya empezaba a estar duro y embutido que todavía tenían de la matanza. Con la escopeta al hombro intentó recolectar algo de vegetación y ramas para construirse un pequeño refugio, sabía por otras experiencias que el fuego no podía durar y debía protegerse de las inclemencias que la noche siempre enviaba contra los que acababan recalando entre los tremendos árboles retorcidos. Cuando lo hubo conseguido solo le restaba tumbarse a dormir, nada más tenía que hacer y ni tan siquiera contemplar las estrellas podía por lo tupido de la bóveda de espesura. Ese fue el instante en el que un escalofrío recorrió su cuerpo, la variedad de sonidos extraños que llegaban hasta él le hacían sentirse insignificante entre la majestuosidad del tétrico escenario en el que estaba. Sabía de buena tinta, y hasta al párroco se lo había escuchado, que las almas de aquellos que no descansaban en paz se aparecían en las noches oscuras. Por este motivo ninguno de los habitantes del valle solía salir del calor del hogar cuando caía la noche, cuando el sol se ocultaba y se entraba en el reino de lo desconocido. Cada crujido le hacía sobresaltarse, su impresión era que estaba siendo acosado por algo o alguien, no podría decirlo pues se trataba de un leve susurro que el viento llevaba consigo de hoja en hoja, de rama en rama para, por fin, llegar a sus sentidos que estaban tensionados sin posibilidad de relajación. Le pareció ver algo entre los helechos, algo que se deslizaba y arrastraba en pos de su presa. Nervioso se puso de rodillas y apuntó en esa dirección, en cuanto prestó atención a esa zona, conteniendo la respiración para no perder detalle, un ruido parecido sonó a su espalda. Se acordó de su hermano y rezó una oración por su alma.

Nacho Valdés

jueves, noviembre 11, 2010

Retratos (Vol. 17)

Comprender tu historia es como tatuarse un nombre ajeno en la piel esperando que algún dia el destino ponga a alguien con ese nombre en tu vida y te quiera y te soporte y sepa arreglar todas tus partes rotas. Aunque eso no suele pasar y lo sabes bien. Yo hace años que espero que vuelva a mi mano la moneda que lancé al aire para decidir el camino que tomar. Y la mayor parte de mi existencia he estado solo metido en un esfera de plástico donde las voces de la ciudad llegan como el ruido de una llave que abre una puerta por la que nadie entra, ni sale, ni mira. Sin embargo, eso no es divino pero tampoco es humano ; mas bien es como estar sentado más allá del bien y del mal en un limbo amueblado por una persona que no sabemos quién es, ni si realmente hizo o hará algo por nosotros. Hace poco encontré un periódico donde salía la foto del cuerpo de una niña destrozado por alguna especie de animal salvaje y no me afectó. Así que decidí coger un cuchillo y clavármelo en el pecho para comprobar si todavía era capaz de sentir algo pero no funcionó, no salió ni una gota de sangre. ¿Cómo explicas eso? ¿Si ya no sangro, ni sufro, ni rió, ni pienso, ni existo por que conservo esta forma humana que me une al mundo? ¿Por qué no desaparece mi carne como antes fueron desapareciendo paulatinamente el amor, el odio y mi vida? Todavía tengo un cable a tierra que no permite irme volando. Solo hay que encontrar unas tijeras lo suficientemente afiladas para cortar esa cuerda invisible.
Ya oigo los pasos tras la puerta. Alguien viene a visitarme. Rezo para que sea ese animal salvaje.

martes, noviembre 09, 2010

Palabras usadas

Palabras usadas

En esta ocasión me gustaría contrastar dos estilos en principio, o por lo menos eso me parece a mí, irreconciliables.
Corría el año 1974 y una joven Dolly Parton, una de las representantes del country más popular y hortera firmaba el tema que hoy nos ocupa. La sagaz cantante, que ha hecho películas, negocios y hasta un parque temático que lleva su nombre no podría imaginar que la nueva hornada del rock más retro y setentero como son los White Stripes se fijarían en ella para un excelente concierto que editaron en 2010.
Nos encontramos después de muchos años y operaciones estéticas con estas dos caras de una misma moneda, juzguen ustedes mismos.



lunes, noviembre 08, 2010

En el ángulo muerto Vol. 78




Hermano lobo

Sabía que algo no iba bien, los animales no se muestran inquietos de manera arbitraria, sino que suelen estar motivados por algo que les inoportuna o acecha. Esa era la expresión, tenía la impresión de que algo acechaba desde la profundidad del bosque, o quizás, desde la altura de los peñascos que rompían la monotonía del valle con sus quebradas y puntas inabarcables. Ramiro llevaba días a la búsqueda de algún indicio que le permitiese comprobar a qué se enfrentaba; restos de pelaje, un rastro o excrementos. Sin embargo, sus indagaciones hasta la fecha habían resultado infructuosas. Hablando del tema con Luciana, su mujer, habían llegado a la determinación de que sería mejor tomar la delantera al animal que acechaba, de que sería mejor tomar la delantera para evitar males mayores. Él se encargaría de la búsqueda y ella, mientras se su marido se ausentaba, alimentaría a las vacas, cabras y pollos.
La noche anterior había preparado todo el material necesario para el comienzo de su andadura: la escopeta cargada con las postas para los jabalíes, no sabía qué iba a encontrarse; todo lo necesario para situar alguna trampa y comida y abrigo para resistir las noches otoñales que había hecho bajar la temperatura y habían tornado blancas las puntas de las crestas. Al alba, con las primeras luces, se despidieron con pocas palabras y él se dirigió hacía el bosque dejando atrás la pequeña y destartalada casa en la que vivía su familia desde hacía generaciones. Tendría por delante un par de días duros y reconocía que su cuerpo ya no respondía como antaño, desde hacía un par de inviernos sus huesos y articulaciones se resentían con la llegada de la humedad y el frío. Sin embargo era algo que se guardaba para él, ni siquiera lo había comentado con Luciana pues era de la opinión de que a nadie favorecía las quejas y, mucho menos, el desatender las obligaciones.
La floresta formada por decenas de especies que luchaban por imponerse unas a las otras, por encontrar la preciada luz que tanto necesitaban siempre, le impresionaba desde que era niño. Existía un límite muy marcado entre las tierras de labor del valle y la espesura abigarrada de vegetación, le daba la impresión de no pertenecer a esa zona y de que siempre que entraba en ella estaba observado por centenares de pequeños ojos que seguían sus movimientos. Tenía claro que era un extraño en tierra ajena, el pertenecía a las zonas abiertas y no a los pequeños espacios que únicamente permitían el tránsito de las pequeñas criaturas que vivían en agujeros, arbustos y cubiles. Por otro lado la espesura era necesaria para la supervivencia pues proporcionaba caza, la leña tan necesaria en esas latitudes e incluso algo de alimento para el ganado. Sin embargo, a pesar de la beneficiosa contribución del monte, cuando entraba en él, la iluminación se apagaba y una sinfonía de extraños sonidos le hacían azorarse y sentirse continuamente intranquilo.
Se dirigió hacia el lugar habitual en el que solía situar las trampas, cerca de un pequeño arroyo y en la ruta natural que recorrían los animales para ir a abrevar. Colocó un lazo metálico, grande y resistente pues tenía la certeza de que, en esa ocasión no se trataba de un pequeño raposo, sino de algo más grande y amenazante. Mientras colocaba el ingenio recordaba la conversación que mantuvo con el elegante funcionario venido de la ciudad para hablar con los habitantes de la comarca. El tipo apareció una mañana y, ante la imposibilidad de reunir a todos los habitantes del valle, tuvo que ir vivienda a vivienda explicando el motivo de su visita. Para cuando se reunieron, él y todo su séquito estaban de barro hasta las rodillas y tiritando por la humedad y el frío. Ramiro atendió a los motivos que le exponían, al confuso lenguaje jurídico que parecía querer decir que el uso de trampas y demás artilugios que se utilizaban para la caza serían sancionados y perseguidos. No dijo ni una palabra, pero en su interior tenía claro que ese señorito de ciudad no tenía ni idea de cómo latía la vida en las montañas. En cuanto vio que se alejaba le mandó al diablo y volvió a sus quehaceres, como si no hubiese pasado absolutamente nada.

Nacho Valdés

jueves, noviembre 04, 2010

En el Backstage Vol. 22




Adiós, amigo Ríos

Me parecía mentira, a mi edad y con la carga de conciertos a mi espalda que arrastro, el ir hecho un manojo de nervios hacia mi cita con el Rock and Roll patrio. Pues de eso no hay duda, si alguien en este apartado rincón del mundo puede presumir de ser pionero en asuntos rockeros ese es Miguel Ríos. Un buen pedazo de la historia musical española se presentaba ante mí, cándidamente receloso por lo que pudiese pasar llegué al pabellón del Pamesa, no tenía idea de lo que podría llegar a disfrutar con las más de dos horas que se me presentaban por delante.
Después de dar unas cuantas vueltas por las gradas, de sentarme, levantarme e intentar ubicarme la suerte se me presentó de cara en forma de zona vip. La diferencia era simple; mejor visión, a pie de pista, baños accesibles y una barra sin masificaciones en la ir avituallándome de las copas necesarias para que las sensaciones se hiciesen, por decirlo eufemísticamente, más profundas. Cuando las luces se apagaron, un cuarto de hora después de lo anunciado, comenzó a sonar la banda que acompañaría durante esta gira de merecida despedida a el bueno de Miguel. La presentación consistió en un tema instrumental que permitió que todos los presentes, incluido el Comandante Stratocaster que creó andaba por ahí, se desgañitasen reclamando la presencia del protagonista de la velada. La transición duró poco, enseguida sonó el inconfundible riff de Bienvenidos, inevitable entrada para cualquier actuación de este intérprete. Ese fue el instante en el que me di cuenta de con quién nos estábamos jugando los cuartos, una figura vestida de negro salió al escenario y ocupando un lugar central llenó con su sola presencia todo el auditorio en el que nos encontrábamos. No podía haber imaginado nunca una mejor entrada para una actuación, un rock and roll acelerado en el que el de Granada nos daba paso a lo que iba a ser un repertorio clásico cargado de guiños a la nueva hornada roquera y a otros temas tradicionales que han ido compartiendo años y actuaciones junto a Miguel. A continuación la potente banda, pues estaba un tanto más revolucionada y distorsionada de lo que cabría esperar para una show liderado por un tipo de sesenta y siete años, dio paso a Generación límite, gran tema que resultó de lo más convincente y enérgico. Después vendrían, intercalando la enorme En el ángulo muerto de Lapido, clásicos como Santa Lucia, vuelvo a Granada o El río, todas canciones que están insertas de manera ineludible en el imaginario colectivo. De manera inevitable, pues están hasta en la sopa, la presencia de Pereza se dejó notar con Rock and Roll bumerang. Como invitado, la noche de Valencia contó con Carlos Goñi, que aunque no es santo de mi devoción, hay que reconocer que acometió maravillosamente Todo a pulmón. Para finalizar llegaría El blues del autobús, el Himno de la alegría y un popurrí que incluyó Maneras de vivir de Leño (a los que en su día Miguel dio la alternativa como teloneros de la gira Rock and Rios) y Mueve tus caderas de los también incombustibles Burning. En último lugar, nos regaló el tema Bye, bye Ríos que supone una especie de repaso de la trayectoria vital y profesional de este roquero.
El sonido, que en líneas generales fue aceptable, fue de menos a más hasta llegar a un nivel propio de los artistas que tocaban desde la escena. La banda sonó potente, distorsionada y dando la fuerza extra suficiente para que se convirtiese en una despedida de la que todos los presentes nos sentimos partícipes. Esto se debió fundamentalmente al carácter que se le intuye a Ríos, un músico con una trayectoria impecable, pionero de la apertura musical española y al que todos los sectores parecen respetar de manera inquebrantable. Además, dadas las últimas colaboraciones en las que ha trabajado, la ayuda que parece prestar a las nuevas promesas y demás asuntos con los que se relaciona se puede decir que se trata de un músico sincero y generoso que, haciendo gala de una gran clase, se despide por la puerta grande y haciendo lo que mejor sabe hacer: rock and roll clásico y de letras inofensivas para que todos puedan disfrutar.
Sólo una cosa me pesa tras haber sido partícipe de esta gira de adiós; el no poder volver a disfrutar de un artista de esta categoría.

Nacho Valdés

miércoles, noviembre 03, 2010

Delaletra




De este libro me enamoré por su título. Podría ser el de una canción.
Desde la primera vez que lo ví me atrajo. Este pasado verano me hice por fin con él. La obra de Marsé narra la historia de dos mundos opuestos que se entrelazan. Por un lado tenemos el lado barrial, pobre, currante representado por el "Pijoaparte", ejemplo de charnego del barrio del Carmelo en la Barcelona de los años cincuenta. La otra parte, la rica y feliz Barcelona se resume en Teresa, rubia estudiante con inquietudes revolucionarias.
Un cruel giro del destino une a los dos personajes en una dinámica y extraña historia de amor. Barcelona no puede resular más atrayente y es un personaje más en la obra. Despúes viene todo el mundo que rodea a los personajes, como el misterioso Cardenal y su hija, los pijos que creen poder cambiar el mundo desde sus ventajosas posiciones, la sirvienta Maruja desencandente de toda la historia...etc
El Pijoaparte es un ser complejo y resentido que solo busca prestigio y subir en la escala social pero claro al encontrar a Teresa sus perspectivas cambian.
Marsé narra con fuerza y maestría los vaivenes del amor. Una obra muy recomendable. Yo todavía, a dia de hoy, sigo estando enamorado de Teresa y de su rubia melena.

martes, noviembre 02, 2010

A day in the life

Valencia se llena de luz y sonido :

- Jesse Malin & the St. Marks Social en Sala Wah Wah 11 NOVIEMBRE

- Imelda May en Sala Mirror 12 NOVIEMBRE

- Enrique Bunbury en Palacio de Congresos de Valencia, 19 Y 20 NOVIEMBRE

- Julio De La Rosa en Sala Wah Wah 26 NOVIEMBRE

- Isobel Campbell, Mark Lanegan en Sala Mirror ---- 2 DICIEMBRE

- Quique González en Sala Mirror 10 DICIEMBRE

- Siniestro Total en Sala Mirror ---- 17 DICIEMBRE


Muchos y buenos conciertos. Estamos de enhorabuena.

No os los perdáis....

lunes, noviembre 01, 2010

En el ángulo muerto Vol. 77




Miradas

Nadie sabía nada, todo iba como supuestamente tenía que ir aunque, si nos prestáramos atención los unos a los otros, hubiesen reparado en que llevaba semanas inquieto. La culpable era ella, no sabría decir la edad precisa que tenía pero sí que aparentaba más edad y seguridad de la que ninguno de nosotros podía hacer gala mientras nos emborrachábamos sistemáticamente moviendo torpemente las caderas al son de la música. Siempre sucedía lo mismo; llegábamos de los primeros, con el bareto medio vacío, calentábamos motores con unas cuantas cervezas y para cuando ya casi no se podía uno mover debido al gentío, estábamos como cubas babeando tras alguna de las chicas habituales a las que repelíamos de manera automática.
Yo ya estaba harto, algo en mi interior me decía que estaba malgastando mi dinero y tiempo en compañía de mis viejos conocidos. Habíamos rebasado la frontera de lo que era sostenible y, los más preparados genéticamente de la pandilla, nos habían ido abandonando al calor del sexo opuesto. De vez en cuando alguno de los renegados aparecía por ahí y le saludábamos lánguidamente, procurando intencionadamente deshacernos de él pues la simple visión de alguien al que le sonreía la vida tras el paso por la pandilla nos provocaba una profunda aversión. Sin embargo yo estaba decidido a dar el paso, a dejar a mis compañeros de juergas atrás para centrarme en el bello sexo femenino que tan esquivo nos resultaba debido a nuestros abusos etílicos. Sin hablarlo con ninguno de mis compinches había urdido un plan que por su sencillez resultaba infalible; llevaba varios fines de semana trabajándome a una de las habituales a la que todavía no habíamos espantado. Consideraba que mi conocimiento del terreno, mi más que destacable simpatía y que físicamente no resultaba desagradable sería suficiente para conseguir el objetivo de desligarme de la barra del bar en la que habíamos consumido nuestras noches.
Como solía ser habitual ella llegó cuando la gente ya bailaba desenfada y cuando las nuevas parejas comenzaban a definirse, nosotros nos manteníamos en nuestra esquina agobiando a la camarera que, con una notable habilidad, nos repelía sin contemplaciones pero con la gracia suficiente como para mantener nuestro interés vivo. Siempre escoltada por sus amigas, sin ningún tipo que la llevase del brazo bebía tímidamente antes de lanzarse a la pista. Yo ya me había fijado en ella y arrojaba miradas descaradas que despertaban su interés. Era una presa mayor, una mujer que consideraba era mi pasaporte a una dimensión que evitase el patetismo que envolvía mis fines de semana. Iba ajustada, tremendamente apretada en el vestido que parecía una segunda piel, nos miramos y supe que ella me esperaba. No había reunido aún el valor para acercarme a su grupo por lo que pedí otra copa, simplemente por envalentonarme. Ella nos observaba, tenía claro que estaba en el camino correcto. Mis amigos seguían con sus cortejos y rituales habituales, a cada segundo más borrachos y más alejados del dulce género femenino. Entre el humo, la oscuridad y la gente bailando seguía todos sus movimientos que cíclicamente acercaban a los machos del lugar. Independientemente de todos los reclamos que le lanzaban, era hacia nuestra esquina a dónde miraba, estaba seguro de que lo tenía hecho, solo debía acercarme a recoger el fruto maduro. Pensé que con una copa más tendría la absoluta seguridad de tener la lengua lo suficientemente ágil como para engatusarla sin remisión, así que pedí el licor y me fui al baño para estar cómodo y no sufrir ninguna interrupción indeseable cuando me lanzase en pos del apareamiento.
Cuando volví a nuestro lugar en la barra solo quedaba uno de mis compañeros de fatigas, borracho como una cuba y haciendo guardia frente a la copa recién servida que me habían dejado preparada. Pregunté por los demás pero no supo explicarme qué era lo que había sucedido, un sudor frío recorrió mi espinazo. Lo que hasta hace unos minutos parecía impensable se volvió certeza cuando vi a uno de los nuestros, uno al que prácticamente consideraba un hermano, bailando con la que iba a ser mi captura. El muy capullo había elegido a la misma y, con toda probabilidad, se la había ido trabajando mientras yo pensaba que iba en la dirección adecuada. Les maldije en voz baja y, sin pensármelo dos veces, me entregué al alcoholismo que, al menos, nunca falla.

Nacho Valdés