lunes, noviembre 22, 2010

En el ángulo muerto Vol. 80




Visiones pasadas

La noche ya le había envuelto y Ramiro tenía la seguridad de que alguien o algo le acosaba, le dolían todas las articulaciones tras haber estado vislumbrando las tinieblas que tanto le acongojaban. Decidió que sería mejor tranquilizarse, esperar a que llegase la mañana y después volver con su mujer y olvidarse de la bestia a la que quería dar caza. ¿Qué más le daba a él? Además, no tenía edad para estar por el bosque persiguiendo animales salvajes, su tiempo había pasado y debía aceptar su nueva situación. Pero, a pesar de sentirse cansado y sumamente anciano, su cerebro bullía como el de un niño, la imaginación se le había disparado y estaba convencido de que difícilmente sería capaz de sustraerse a esos pensamientos que le asaltaban.
Se sentó frente al fuego que ya prácticamente había consumido la leña y, envolviéndose en la manta, fijo su vista más allá de las ramas retorcidas y los arbustos que tenía frente a él. Daba la impresión de que su estado de concentración le llevaría a desentrañar los secretos que habitaban en lo profundo de la naturaleza, de esa esquina olvidada de vegetación que parecía querer tragárselo. Sus ojos, habituados a la poca luminosidad, no eran capaces de descubrir nada que aclarase su circunstancia. Consideró que lo mejor sería controlarse y evitar esas estúpidas supersticiones que tanto le atormentaban. Un crujido, un movimiento sutil, la hojarasca que suena cuando algo se desliza sobre ella, esa era la sinfonía que le mantenía alerta a la espera de no sabía bien el qué. Lo único que podía hacer era apoyarse contra el enorme tronco que tenía a sus espaldas y rezar para evitar los malos espíritus que, a buen seguro, deambulaban a su alrededor. Se dio cuenta de que en realidad no recordaba ninguna oración completa, de que los últimos años que había pasado acudiendo al oficio de los domingos su espíritu se había disipado en ensoñaciones. Acarició la medalla que llevaba al cuello y recordó a su mujer, estaba seguro de que eso le daría más seguridad que cualquier plegaria que pudiese efectuar.
La floresta chillaba a su alrededor, se desgarraba por cada golpe de viento que movía las ramas y hacía que las hojas todavía prendidas cayesen a su alrededor. Se imaginó que con el tiempo suficiente, si no se moviese ni un ápice, acabaría sepultado bajo una espesa capa de residuos y limo. La ocurrencia le provocó un escalofrío, su cuerpo se removió durante los instantes en los que pervivió la imagen que se había creado de sí mismo sepultado bajo el peso del bosque. Estaba somnoliento, cercado por el cansancio que parecía querer que cerrase sus ojos para evitar que se mantuviese alerta y vigilante. Alimentó las brasas con la última rama que le quedaba, al instante un leve fulgor provocado por las llamas le permitió ver más allá de lo que hubiese deseado. Entre la broza, tirado en el suelo y mirándole fijamente, creyó distinguir un rostro desdibujado y pálido que, sin expresión, clavó su mirada en él. De un movimiento tiró la manta y cogió la escopeta, apuntó hacia la zona pero no volvió a vislumbrar nada, parecía que el misterioso personaje se había volatilizado ante su cara. Tembloroso seguía apuntando y, aunque sabía que su arma de poco serviría, seguía rígido intentando atrapar algún dato que le permitiese conocer el motivo de tan desasosegante presencia. Sintió un cosquilleo en la nuca, como si alguien le hubiese soplado furtivamente, no se atrevió a mover ni un músculo y un terror primitivo que le recorrió el espinazo se apoderó de su espíritu. Las llamas se disipaban y empapado por el sudor helado que pegaba su ropa a la piel se dio la vuelta lentamente, como si temiese la terrible revelación que creía iba a descubrir al voltearse. De un primer vistazo no descubrió nada, pero de detrás de uno de los gigantescos troncos surgió una figura que, tras echar un vistazo inexpresivo hacia donde él se encontraba, se alejó deslizándose entre la espesura tan difícil de atravesar para cualquiera. Pegó un grito para llamar la atención de la extraña presencia pero ésta pareció ser devorada por la cacofonía provocada por las tinieblas, se armó de valor y salió en pos de aquella visión que se alejaba dejándole en tiempo justo para que la siguiese. Se maldijo a sí mismo y comenzó a apartar las ramas en un intento de acelerar su ritmo, no quería abandonarse a la noche y debía descubrir quién se encontraba tras esa aparición.

Nacho Valdés

3 comentarios:

raposu dijo...

Está claro que esa presencia inquietante es Muchacho_Electrico, que acecha libidinoso a Ramiro.

¡Pobre Ramiro!

Sergio dijo...

jajaja...maldito muchacho, se ha convertido en auténtico protagonista de esta gran historia aun sin estar presente....

laura dijo...

Veo que la historia tiene parte II...