martes, diciembre 22, 2009

Nos Vamos


Los hambrientos corazones marchamos durante este período vacacional. El próximo año volveremos con espíritu renovado y algunas novedades que discutiremos en soledad.
Mando un saludo a todos los que habéis pasado por aquí durante todo el año pero por encima de todo, quiero dejar un gran abrazo para mi compadre Nacho, aunténtico bastión de éste humilde blog.

"FELIZ NAVIDAD SANGRIENTA, TE DESEA MI CORAZÓN EN VENTA"

lunes, diciembre 21, 2009

En el ángulo muerto Vol. 41


Vagón

La vi por primera vez en el vagón, sentada leyendo con la débil luz de la mañana incidiendo en su cara. Nunca antes me había fijado en ella, a pesar de que llevaba meses haciendo el mismo trayecto no había reparado en la bella muchacha que con aire dormido apuraba la lectura antes de llegar a su destino. Fue una especie de flechazo, durante el resto de la jornada no me la pude quitar de la cabeza, seguía presente ocupando mis pensamientos y evitando que pudiese concentrarme en mis tareas.
Pasé unos días sin volver a encontrármela, su recuerdo se iba convirtiendo en un dibujo cada vez más tenue que, en mi melancolía, iba idealizando. Yo arrastraba una mala racha, lo había dejado con mi novia, con la que vivía desde hacía tiempo y únicamente compartía morada con mi perro. Me sentía solo y desgraciado, también me habían trasladado de oficina y eso me obligaba a tomar el tren todas las mañanas. Se me antojaban frías y estériles, cada cual en silencio sin reparar en los demás, sin relación entre el gentío.
Volví a verla, me pareció una ilusión, una quimera iluminada por el tibio sol del amanecer. Me quedé a la expectativa, sin saber qué hacer o decir, sólo mirar disimuladamente. No me sentía seguro para conocerla pero, en mi interior latía la seguridad de que esa mujer era la respuesta a mis problemas, que supondría mi salvación con respecto a la etapa que estaba atravesando. Por vez primera en mucho tiempo pasé el día con una sonrisa en mi boca, ensimismado en mis pensamientos. ¿Quién era ella? ¿A qué se dedicaba? ¿Tendría pareja? ¿Tenía yo alguna oportunidad? Intentaba resolver el rompecabezas al que me enfrentaba, un puzzle con demasiadas piezas y pocas referencias. Tomé la resolución de hablar con ella, sería la única manera de no arrepentirme en un futuro. De todas formas, la estudiaría con detenimiento antes de hacer nada.
Desde el momento en que me levantaba sólo pensaba en ella, imaginaba el momento en que me encontraría con ella, en el que me acercaría y le diría lo que sentía. Vigilando la subida de los pasajeros descubrí la estación en la que se unía a mí, eso me obligaba a estar atento para cambiarme de vagón y acercarme a mi amor furtivo. Siempre vestía impecable, nunca repetía modelo, era una especie de musa que me impulsaba a levantarme cada jornada. Pasé semanas aprendiendo de sus movimientos, de su boca, de su cara delicada que casi nunca levantaba la mirada del libro. En apariencia era una chica solitaria, una más de las decenas de miles de personas que deambulan por la ciudad. Nada parecía denotar que tuviese pareja o que estuviese comprometida, más que nada era un pálpito, una sensación que no se poyaba en ninguna certeza. Aunque era suficiente para mantenerme animado.
Esa mañana nuestros ojos se cruzaron, una mirada perdida recayó en mí, aparté la vista inmediatamente para volver a dirigirla al instante, me sonrió. Fue suficiente para pasar el resto del día entre ensoñaciones, fantaseando con la posibilidad de hablar con ella. Decidí que era el momento, la complicidad que mostró al mirarme indicaba que había reparado en mí, no era una cara anónima, era el tipo al que había iluminado con sus ojos claros.
Cuando subió me armé de valor, esperé unos segundos y volvió a reparar en mí. Sacó su libro y se hizo la despistada, yo sabía que estaba esperando a que me levantase y me acercase. Aguanté unos minutos, mientras las paradas iban pasando, el tiempo se me agotaba y no podía dejarlo pasar. Disponía de unos instantes preciosos aunque no era capaz de dar el paso, el miedo al fracaso me retenía. La voz impersonal que anunciaba la próxima estación me espoleó para levantarme, menos de un minuto para acercarme y presentarme. Una curva en las vías me dejó ver la estación de Atocha a lo lejos, me dirigí a paso bamboleante en su dirección. Levantó la cabeza, volvió a sonreírme, el calor subió a mis mejillas. No me acobardé, continué con mi paso vacilante. Abrí la boca pero nada salió de mi boca, el sonido de la explosión ocultó el lacónico saludo que iba a dirigirle.
Desperté en el hospital, tuve suerte de salir prácticamente ileso, si me hubiese quedado sentado probablemente hubiese desaparecido hecho pedazos. De ella nunca supe nada más. Cuando me recuperé volví a tomar el mismo tren, todos los días a la misma hora, pero a pesar de que tenía que abrirme paso a empujones, ese vagón quedó definitivamente vacío para mí.

Nacho Valdés

lunes, diciembre 14, 2009

En el ángulo muerto Vol. 40


Declaración II

En octubre empezamos la universidad, la mayoría íbamos a campus cercanos pero inevitablemente se produjo la separación que tarde o temprano llegaría. Eran muchas emociones nuevas, gente diferente y ambientes a los que no estábamos habituados. Quién más, quién menos se separó del parque que había sido nuestro centro neurálgico durante tanto tiempo. Los fines de semana nos reuníamos, salíamos por ahí a beber, pero cada día me aburría más, nuestros intereses iban por caminos separados. Él seguía presente, impertérrito, elegantemente vestido como un maniquí de una tienda gay. Comenzó a tomar la costumbre de hacer las cuentas cada vez que comíamos o bebíamos algo cuando quedábamos, al principio no reparé en ello, pero un día que me quedé de los últimos faltaba dinero. El muy hijo de la gran puta no pagaba nunca, siempre se encarga de contar la pasta para ahorrarse cuatro mierdas. Por supuesto nunca compraba tabaco y comencé a verle como lo que era: vil, servil y caradura. Resultaba anecdótico, pero me ponía enfermo el hecho de que por ser un puto jeta pudiese salir siempre de rositas de esas situaciones. Como tampoco era cuestión de crear mal ambiente cada vez que nos veíamos, pasé del tema, guardé un resquemor que fue creciendo como un maldito virus.
Llegó un momento que cada vez que le veía el estómago me daba un vuelco, él lo sabía y de manera sutil hacía todo lo posible para que yo estuviese separado de los demás. Pequeñas críticas, no avisarme para las cenas y reuniones y esos mínimos detalles que iban lastrando mi peso y relación con los demás. Yo no era consciente de todo esto, desde fuera yo me veía actuar igual que siempre, pero el espíritu gregario de la manada estaba trabajando para dejarme fuera, para eliminarme sin remisión. El muy cabrón trabajaba bien. No se le notaba pero siempre estaba detrás de las situaciones extrañas que me rodeaban cada vez con mayor frecuencia.
Una noche, por una tontería, discutí con un buen amigo. Podría haber sido algo normal, sin importancia, pero me sorprendió la virulencia de sus palabras. Me quedé dolido, sin saber qué era lo que sucedía. Lo único que me quedó patente fue que desde la lejanía, entre el humo de tabaco y la oscuridad del garito, unos dientes resplandecían, una sonrisa maliciosa me traspasó de lado a lado. El bastardo había sido testigo de la situación y había disfrutado con lo que había visto, le traspasé con la mirada y apartó la vista. Le había dejado claro al muy rastrero que éramos enemigos, que haría todo lo posible para acabar con él. Dejé pasar un par de días y llamé a mi colega, mis sospechas se convirtieron en certeza, el cabrón había estado malmetiendo contra mí, enemistándome con los que habían sido mis compañeros y amigos. La situación era tan enrevesada, tenue y bien hilada que poco podía hacer para volver a poner las cosas en su sitio. Ya me daba igual, estaba muy decepcionado y realmente había personas que no merecían la pena. Lo único que me apetecía era partirle su cara de maricón, joderle su puta nariz de cerdo.
Quedé con el colega con el que había arreglado las cosas, nos bebimos unas cuantas y calentamos los ánimos. Estaba cabreado, hasta la polla de la nociva ponzoña que había llegado desde fuera. Cuando llegó el muy ruin, yo ya estaba bastante pedo, me mantenía bien pero la lengua se me trababa un poco. Se nos acercó con una sonrisa en la boca, con su puta dentadura de caballo mandando destellos en todas direcciones. Me pidió un cigarro. Eché la mano al paquete, sin pensarlo, aunque a medio camino se desvió hacía una jarra de cerveza que estaba en la barra. Se la estampé en la cara, sin mediar palabra, sin avisar, con frialdad. El cerdo comenzó a sangrar con la cara partida, chillaba como si le fuese la vida en ello. Me tiré sobre él, comencé a golpearle, rítmicamente, con estilo y sin pausa. El tío se iba desfigurando a cada golpe, sentía como mis nudillos deformaban su cutis de porcelana teñido de rojo. La nariz se le torció y estaba tirado como la mierda que es, nos separaron, pero todavía tuve tiempo de soltarle una patada en su sucia boca. Se lo llevaron en camilla, mellado, desfigurado y destrozado. Yo me fui en coche patrulla, me denunció y todavía estoy pagando su puta ortodoncia. Hoy no lo volvería a hacer, más que nada porque iría al trullo de cabeza, pero tengo que decir que disfruté como el cabrón que soy.

Nacho Valdés

jueves, diciembre 10, 2009

En el ángulo muerto Vol. 39


Declaración

El tipo desde un principio me había resultado un poco imbécil, no demasiado, es la verdad, pero algo había visto en él que no terminaba de gustarme. Llegó cuando estábamos en tercero, cuando formábamos una gran pandilla en la que cualquier desgraciado, yo incluido, con un poco de gracia tenía cabida. Resultó ser la novedad de ese año, un tío alto, que vestía diferente e incluso un poco afeminado, o por lo menos eso nos parecía. Su aíre chulesco e impertérrito ante las provocaciones nos convenció, le hicimos un hueco entre nosotros, aunque, como ya he dicho, no suponía ningún mérito.
Al principio no hablábamos mucho, era el nuevo, el maldito marica que no me hacía demasiada gracia; creo que eso supuso el principio de nuestra extraña relación. Hay que reconocer que acabó por caerme ligeramente simpático, tenía una ironía especial a la hora de poner a parir a todo el que se moviese, debía ser resultado de su afeminamiento, pues tenía esa habilidad propia de las mujeres para señalar los aspectos negativos de todo el mundo.
Con la llegada del primer verano nos quedamos prácticamente solos. Como casi siempre yo había suspendido y me tenía que quedar en el barrio mientras mi familia iba a la playa, realmente me daba igual, me lo montaba bastante bien solo sin necesidad de irme hasta un lugar atestado de gilipollas. Lo malo es que se produjo un éxodo masivo, que si uno al pueblo, que si otro a la montaña, que si a la costa, que si el de más allá estaba enchochado y no se le veía el pelo. Me vi solo en la ciudad, sin nada mejor que hacer que bajar al parque en busca de alguien que me hiciese compañía. El primer día volví solo a casa, incluso abrí un rato los libros pues me aburría soberanamente. El segundo día estaba allí plantado con el pelo engominado, en el banco que ya nos pertenecía por una especie de derecho adquirido. Fue una tarde extraña, confusa, en la que no sabíamos bien de qué hablar, pero al final decidimos quedar para el día siguiente. La cosa se fue animando, nos comprábamos un par de litros y estábamos un buen rato charlando, parecía que la confianza crecía. Decidimos, con buen criterio, recorrer las fiestas de los pueblos de la Sierra para cambiar de aíres. Resultó ser un buen verano, conociendo chicas, bebiendo copas y bailando hasta altas horas con la música de las verbenas. Lo único que continuaba sin gustarme, a pesar de que me hacía reír, era que siempre aprovechaba para criticar a todo el que no estuviese presente. Yo le seguía el juego hasta cierto punto, pero debió darse cuenta de hablaba de mis amigos y tampoco se soltaba demasiado.
El siguiente curso tenía que salir del Instituto con dos pendientes del año anterior, ningún profesor creyó en mí y me pusieron al final de la clase. Me desvinculé del parque y me dediqué a lo que tenía que hacer, que no era otra cosa que estudiar y demostrar a los mediocres educadores cuan errados estaban. Él se hizo un hueco definitivo, era uno más y siempre que me acercaba a ver a la pandilla estaba presente. Fue un año duro, de privaciones a las que no estaba acostumbrado, aunque finalmente la recompensa llegó en forma de un mísero aprobado que, al menos, evitó que tuviese que ir a septiembre. Mientras, él comenzó a trabajar, a mostrarse como realmente era. Un tipo ladino, cobarde y con ansias de notoriedad. Resultó que pasó todas mis ausencias poniéndome verde, haciéndome blanco de todas las estupideces que se le pasaban por la cabeza. Yo tenía la mente en otro lado y tampoco reparaba en lo que sucedía alrededor, simplemente su veneno iba calando poco a poco, fluyendo entre las amistades que tanto tiempo habían aguantado.
Con la llegada del calor todos volvieron a irse, yo incluido, no pensaba volver a derretirme caminando por el puto asfalto recalentado. Decidí largarme al norte, a trabajar de camarero para después ir de gorra con mis viejos a la playa, el plan resultó perfecto; ahorré dinero y tengo que reconocer que nunca había visto a mi familia tan contenta.

Nacho Valdés

martes, diciembre 08, 2009

Vacaciones Sonoras

Amigos....el puente acabó y esta fue su banda sonora :


Joe Henry



Dan Bern




Dexateens





Por cierto, hoy mismo hace 29 años, acribillaban a John Lennon a las puertas del edificio Dakota.

viernes, diciembre 04, 2009

A Day in the Life


Hoy hace nueve años ya que nos dejó el pirata Julian Infante. El auténtico tierno canalla, tequilero y rodríguez.


SALUD Y UN SOL Y SOMBRA PARA JULIÁN....


martes, diciembre 01, 2009

En el ángulo muerto Vol. 38


Días de calor

Las observé desde el banco en el que estaba sentado, parecían llegar de pasar el día en la piscina, con el pelo alborotado y húmedo. La luz del atardecer incidía sobre su piel tostada, parecían figuras de bronce. Yo simplemente observaba, sin que las dos muchachas reparasen en mí. Era lo único que hacía, mirar y mirar sin que nada me llamase la atención, pero ese instante fue diferente, prácticamente mágico, volvió a reengancharme con la vida que se me escapaba. Estaban a contraluz, hablando y riendo mientras caminaban en mi dirección. Yo había elegido una sombra, un lugar que no fuese demasiado caluroso para poder dejar pasar el tiempo hasta la hora en que iría a cenar a casa de mi hija. Se detuvieron, una se apoyaba en la otra aguantando una carcajada que luchaba por salir, no me daba cuenta, aunque el espectáculo vital que tenía ante mí estaba despertando mi instinto de supervivencia perdido.
Recordé los veranos lejanos en los que íbamos a disfrutar al río, los eternos y calurosos días en los que lo único que debíamos hacer era pasarlo bien, sin reparar en el futuro, sin preocuparnos por el presente y sin dar cuentas a nadie de lo que hacíamos. Eran jornadas durante las que escapábamos del férreo control de la escuela, de la tiranía de nuestros padres y de cualquier responsabilidad que tuviésemos durante el gris invierno. Era un tiempo de altas temperaturas, de sonido de chicharras pero sobre todo de luminosidad, de una luz intensa que ahogaba cualquier matiz de color, de tonos sepia que te obligaban a cubrir los ojos para no quedar deslumbrado. Todo eso se me había olvidado, lo había enterrado bajo las capas de vida adulta que habían acabado por lastrarme tanto que ocasionaron la pérdida de mi identidad, de un enajenamiento atroz del que no pude huir.
Todo se rompió por la mañana, de madrugada y sin que el sol bañase la tierra. Busqué a mi lado, pero antes de que mi brazo la tocase algo me había dicho que no la encontraría, que ya se había ido y que no me había esperado. Su cuerpo estaba frío, rígido. Pasé el resto del día abrazado a ese organismo sin vida, intentando evitar el levantarme con la terrible certeza de la pérdida y el abandono. No sé si fue por despecho, por egoísmo o por un simple enamoramiento que duraba ya demasiados años; lo único que sé es que en ese instante perdí algo, no sabría decir el qué, sólo sé que estaba relacionado con la escasa humanidad que todavía albergaba en mi interior. A partir de ese instante ya nada volvió a estimularme, todo se volvió gris.
Lo que me rodeaba se abalanzó sobre mí, la luz, el calor, el sudor y el recuerdo se imbricaban en mi interior produciendo un cambio, una especie de metamorfosis. Algo así como un despertar violento, un ejemplo de cómo la vida puede acechar en el momento más inoportuno, en el instante en el que menos queda, en el que has consumido prácticamente la totalidad de tu ciclo. Sin embargo, esa pequeña certeza que arraigó en mí, que creció como un embrión ha provocado que me levantase, que comenzase a buscar en cada uno de los días lo que ya no tengo: ilusión.
Mientras ellas reían, compartían confidencias y continuaban su camino no repararon en un viejo al que ayudaron a vivir sus últimos días de soledad. Vi como se alejaban, no sé quienes eran, ni de donde venían, nunca volveré a contemplarlas pero sin hacer nada consiguieron dármelo todo.

Nacho Valdés

A Day in the Life